Parte Única

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Mucho le había advertido a su lindo y terco novio que intentar hacer florecer esas plantas en el jardín trasero de su pequeña casa a las afueras de la ciudad era una pérdida de tiempo, que escribir los extraños sueños que tenía en un viejo cuaderno como ideas para hacer un libro en el futuro no es tonto. Siempre le advertía sobre andar en bicicleta cerca de la autopista, que hacer de velocista cerca de los coches es de suicidas, que huir de los problemas es de cobardes, que escapar después de una discusión hecho una furia no es lo correcto, que no debes dejarte cegar por la ira, que debes ver por donde vas antes de avanzar.

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Nunca esperó recibir esa llamada pasada las 02:00 a. m., ni siquiera entrar en tal estado de shock por la voz temblorosa de la madre de Lance. Las preguntas no querían salir de su boca, menos cuando Mary comenzó a llorar luego de decirle entre sollozos que el menor de sus hijos había sufrido un accidente de tránsito. El teléfono casi cae de su mano, para luego escuchar como Verónica le quitaba el teléfono a su madre para poder darle instrucciones.

No tardó en tomar su mochila, poner lo que sea allí dentro, salir al garage para tomar su vieja motocicleta y arrancar hacia el hospital que le había indicado la hermana mayor de Lance. De camino, sentía las manos temblar más allá de lo que podría producir el rugir del motor, e intentó centrarse al llegar a la autopista, sintiéndose un completo imbécil por no evitar que Lance saliera de aquella forma de casa; ambos estaban molestos, pero Keith siente haberlo herido con sus palabras más de lo que las del moreno en él mismo.

Pasó de largo un par de autos, llevaba unos buenos minutos recorriendo dicho tramo. Al llegar al estacionamiento clínico cerca de casi media hora después, corrió con gran prisa hacia la Sala de Emergencias del hospital sosteniendo su casco a la mano. Se detuvo al ver a Mary y Verónica en la sala de espera, la segunda consolando a la mayor, entregándole un vaso de agua. Verónica miró hacia Keith, y el azabache supo en ese preciso instante, con una mirada de esos ojos oceánicos, el mismo tono que compartía con su hermano menor, que la situación era peor de lo que creía posible.

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La sala de espera de aquella área se encontraba solitaria, a pesar de que hace más o menos una semana, se encontraba ocupada por la mayoría de los McClain y los amigos más cercanos a Lance. Las enfermeras que se encontraban en recepción no emitían palabra alguna, sólo se escuchaba el tecleo de una de ellas en el computador. Ese día era extrañamente tranquilo.

Se escuchó el paso de unas viejas botas militares por el pasillo y la puerta que daba a aquella casi solitaria sala se abrió, dejando ver al par de enfermeras al chico de mediana estatura y cabellos negros; en su mano llevaba un pequeño ramo de flores. Se acercó a la enfermera que leía una revista médica, quien en su gafete portaba el nombre “Julia”, quien le regaló una sonrisa mientras le daba el pase de visitante:

—¿Algo nuevo? —preguntó el joven deseoso de alguna noticia.

—Nada aún —respondió Julia volviendo a su asiento—. Su madre está en su habitación en estos momentos.

—Bien, gracias.

Caminó a paso rápido hasta llegar al ascensor, donde oprimió el botón para el cuarto piso y esperó dentro de forma paciente. Las puertas se abrieron, pasó al pasillo de baldosas blancas y paredes azul claro. El ambiente olía a desinfectante y lavanda, el olor al cual se había acostumbrado hace una semana desde que iba de visita al área de cuidados intensivos del hospital.

Tocó la puerta de aquella habitación a mitad de pasillo, sintiendo una profunda opresión en su pecho, y picor en su nariz al igual que en sus ojos violetas:

For The OceanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora