Untitled Part 2

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Mientras en las grandes urbes se ve ese tipo de familias adineradas, opulentas, que nuna han tenido necesidades y viven con las más grandes comodidades sin preocuparse ni un tanto por lo que pueda ocurrir a su alrededor, sin preocuparse por las dificultades del vecino; del otro lado de la moneda, en las zonas más desprotegidas de la ciudad la situación pasa de castaño a oscuro, y de oscuro a negro. Y ese fue mi caso. Nunca tuve gran cosa, y con gran cosa me refiero a nada. Si, nada, ese soy yo un don nadie con absolutamente nada y tal vez fue lo mejor, porque ahora repudio a ese tipo de muchedumbre, esa "gente de plata" como dirían por ahí, esos que se regocijan por el dolor ajeno y que les vale un bledo lo que estén sufriendo sus congéneres con tal de asegurar para sí una riqueza que les dure toda la vida; no les importa sobre quien tengan que pasar o a quien tengan que matar, tan sólo buscan dinero, ese puto mal que tiene a la humanidad convertida en una escoria de parásitos que se acostumbran a pedir dinero, sin querer trabajar. ¿Cómo lo se? Porque fui parte de esos parásitos, el mas asqueroso de todos sin lugar a dudas, pero ya es parte de mi pasado.

El lugar en el que crecí, no contaba con absolutamente nada, la electricidad era algo con lo que no podíamos contar, obviamente no teníamos televisor, juegos de video, refrigerador, absolutamente nada de lo que hoy en día disfrutan muchos hogares; ni siquiera había agua potable, lo único que podíamos consumir, si es que puede llamarse agua, era la que brotaba de una cañería sucio y maloliente junto a la urbe y que tenía todos los desechos que botaban caño arriba. Pero la situación no termina ahí porque aparte que era un charco cochino con orines y heces, allí viví el peor chantaje al que puede someterse un hombre, o bueno, un niño.

Tenía yo tal vez unos ocho años y mi madre me envió por agua para preparar el almuerzo. Si, esa cochinada, teníamos que beberla, ya antes había ido con ella pero esta era la primera vez que iba sin su compañía. Ya estaba llegando al lugar cuando vi un gordo sucio maloliente de unos quince años, que sólo inspiraba asco, pero era tan gordo que a simple vista cualquiera que intentara enfrentársele debía saber contra quién se había metido, y las facciones en su cara reflejaban un sucio pasado, ese tipo de historias de las que nunca nadie sabrá. El chancho ese era conocido en la zona como piraña, tal era el miedo que infundía para merecerse semejante apodo, y sabía de antemano que era problemático de primera, por lo que era inevitable quedarme estático cuando el gordo ese se hizo en mi camino impidiéndome pasar.

-Pero a quién tenemos aquí -Me dijo - ¿Quién es usted flacuchento de mierda?

Cuando me lo dijo, ese tonito, "flacuchento de mierda", sentí en mi interior como si todo el repudio que tenía hacia el lugar donde vivía, la manera en que vivía y lo que tenía que comer para sobrevivir, todo ese odio se dirigiera a mi puño para querer partirle la cara pero el miedo que me infundía era tanto que lo único que respondió mi cuerpo fue quedarse paralizado sin saber qué hacer ni responder absolutamente nada.

-Oiga le estoy hablando a usted enano, ¿Qué está haciendo acá? ¿A qué viene?

-Vengo a llevar agua - dije en un tono tan asustado que fue imposible evitar que el regordete ese se diera cuenta del miedo que le tenía.

- ¿Y es que usted cree que puede venir cuando quiera y llevarse lo que se le antoje así no más? No señor, aquí hay unas reglas, y si quiere llevar agua o lo que sea tendrá que seguirlas o regresar por dónde vino.

No supe que decir. En mi interior sentí un volcán a punto de estallar, quería partirle la cara, dejarlo tirado en el suelo y ver su cara de dolor, chillando, suplicándome que me detuviera, pero mi cuerpo no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar.

- Hable niñita, o es que se le comió la lengua el gato.─El silencio seguía.─ Bueno flacuchento, ya que no quiere hablar vamos a hacer una cosa. Cada vez que usted quiera agua me va a traer algo, y si no me trae nada pues va a tener problemas

- Pero si yo no tengo nada, que le voy a traer.

- Ese no es mi problema sino el suyo cabrón, así que usted verá. Si tiene algo ahí entréguemelo o sino lárguese de mi vista antes que lo coja a patadas.

Era tanta la impotencia que sentía, lo miraba a los ojos y me imaginaba su cara llena de sangre, creo que fue una experiencia excitante. Si es cierto, un niño de ocho años con un gusto por la sangre no es algo muy normal pero con el paso de los años fue entendiendo la razón de mis impulsos, o si no llegue a entenderlos, por lo menos llegue a soportarlos.

Salí corriendo del lugar hasta dónde me daban los pies. Cuando llegué a mi casa llorando, no por lo que me había dicho el gordo sino por mi impotencia por no defenderme, y sin el agua, la reacción de mi madre era inevitable.

─ ¿Dónde andaba metido, que se quedó haciendo?. ¿Y dónde está el agua que lo mandé a traer?

No supe qué hacer ni que decir, mi madre nunca me inspiró respeto, más bien lo que sentía por ella era miedo, un terror por su figura que sólo podía compararse con en terror que sentí al ver al chancho ese. Nunca sabré la causa de ese sentimento de repudio pero de no haber sido por él seria hoy tal vez un parásito mas de esta sociedad.

No supe que decirle, las palabras no me salían, y en sus ojos pude leer esa mirada que hacia antes de castigarme, esa mirada que clavaba en mis ojos y me petrificaba. Lo siguiente que recuerdo es su mano descargándose sobre mi cara con una fuerza tal que caí de inmediato al piso, pero no se detuvo sino que siguió pegandome con toda sus fuerzas. En un instante creí que ella veía en mi el rostro de mi padre, tal vez se imaginaba cobrándose por todas las veces que fue él quien la golpeó, o tal vez recordando la ultima paliza que le dio antes de suicidarse. Y cuando por fin se cobró todo lo que había sufrido por su culpa caí desmayado.

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Mi siguiente encuentro con

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⏰ Última actualización: Feb 24, 2015 ⏰

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