"Corrimos como si fuéramos a reunirnos con la Luna. "(Robert Frost)
El reloj de arena dejaba caer granito a granito todas las razones que tenía para seguir siendo el tiempo que todos quieren aprovechar. Arena de la playa que conoce las historias más reales y las despedidas más crueles.
Aquella noche, el tiempo parecía detenerse y el cielo estaba triste puesto que no iba a ver a la luna brillar.
Las estrellas parecían acariciarse entre ellas ante la atenta mirada de quién solo puede imaginárselas tocar, logrando el primer baile que la noche les permitía dar.
Mientras tanto, el violín sonaba en forma de agua chocando contra las rocas del mar. Todo parecía fluir.
Las nubes fueron las únicas capaces de admirar en primera persona el sentimiento de ellas al verlas bailar.Mientras tanto, la arena se convertía en su pista de baile y el cielo oscuro en el cómplice de lo que estaba a punto de suceder. La luna fue testigo y las estrellas, celosas de ver a alguien capaz de brillar de una forma que no podían lograr, se escondieron para dejarles más intimidad, y en medio de la pista se la podía ver a ella brillar, pidiéndole algo a la luna que ya le gustaría lograr pero que no le podía conceder, ya que todo lo que pudo darle, se lo dio cuando ella bajó del cielo, hogar de aquel ángel sin alas.
A pesar de ello, ella se empequeñecía ante la inmensidad que se le presentaba, cuando en realidad parecía que la inmensidad no era nada si ella no estaba allí. Y a su lado se lo podía ver a él, un simple hombre con más dudas que certezas, que sin razones ni argumentos para hacerlo, le prometió la luna que nunca sería capaz de conseguirle. Los ojos le brillaban mientras señalaba el objetivo que se marcaba, y ella, siendo más ángel que persona, parecía dejarse llevar ante su propuesta, haciendo de su inocencia una virtud, para acabar en un abrazo que llevaría al mayor de los demonios al cielo que ella mostraba.
Pero no todo quedó allí.
El abrazo prosiguió, mientras el silencio era la perfecta armonía entre el sentimiento mutuo y las ganas de unir sus dos realidades, aquellas que podían hacer de un simple hombre un ángel y a un ángel una persona capaz de amar como una simple mujer.
Aquel beso los hizo simples humanos volando por el cielo como si fueran ángeles, sintiendo lo inefable, haciendo del amor el arte que nadie podrá explicar, porque no se vive, solo se siente.
Y eso ella lo hace mejor que nadie.