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Los gélidos ojos del joven de veinte siete años vagaron por la habitación. Las paredes estaban revestidas con varios carteles de espectáculos anteriores, algunas de las bandas que reconoció y otras que no, probablemente sólo víctimas de la industria. Tenías tus quince minutos, un buen álbum si contabas con suerte, algunas giras decentes, y luego te ibas en un instante. Reemplazado por otra copia al carbón de la próxima gran cosa, tus fanáticos se han ido, dejándote con nada más que recuerdos de una estrella de rock. Eso siempre fue un temor suyo, que el rápido ascenso de la banda a la fama se encontrara con una caída igualmente rápida.
El de cabello azabache había dado todo por esta banda, más de lo que la mayoría de la gente sabría. No tenía un plan alternativo, ninguna red de seguridad para atraparlo cuando el mundo dejó de preocuparse y las cosas se derrumbaron a su alrededor. Para cualquiera que mirara desde afuera, parecería que su pasión y determinación habían valido la pena, aquí se estaban preparando para celebrar el lanzamiento de su segundo álbum en unos pocos meses con una base de fans que parecía crecer día a día, según todos los estándares.
Pero para Izzy las cosas eran muy diferentes, las cosas no se sentían como un sueño, se sentían como una maldita carrera armamentista. Desde el día en que sus botas de vaquero salieron a las calles de Hollywood, había estado huyendo. Antes de que se diera cuenta, había gente tratando de clavarle sus garras, todos querían un pedazo de lo que seguramente sería la próxima gran cosa.
No sólo tenía que vigilar constantemente su espalda, sino todo lo que hacía, todo lo que decía estaba sujeto a críticas. Ojos misteriosos, cabello largo y negro, buen guitarrista y una figura increíblemente delgada, la gente quería ser él o estar con él.
—¿Siempre estás de mal humor? —preguntó el nuevo baterista, su risa sacando a Izzy de su neblina.
La mano del baterista colgaba el vaso frente a él, rebosaba de cualquier whisky que Slash había traído del autobús, goteando sobre la alfombra manchada de la sala verde.
Izzy agarró el vaso de whiskey, lo tiró hacia atrás y lo persiguió con una lata de Coca-Cola, el líquido amargo le quemaba la garganta pero había llegado a gustarle.
Curiosamente, había comenzado su carrera prometiendo ser un músico sobrio. Había visto a muchos de los héroes de su infancia consumirse con drogas y alcohol, y no quería que esa fuera su difícil situación. No pasó mucho tiempo después de mudarse a Hollywood para que se diera cuenta de que eso lo convertía en el extraño. Todo lo que parecía importarle a todos era salir de fiesta, beber y follar. Se las arregló para resistir, pero un lapso de juicio fue todo lo que necesitó.
Tan pronto como ese primer trago pasó por sus labios y sintió el calor en su pecho, supo que su carrera sobria había terminado. Por primera vez en su vida, se sintió libre y nunca quiso que ese sentimiento terminara. Las cosas habían ido cuesta abajo desde allí.
Matt le dio una palmada en la espalda, murmurando algo sobre estar jodido después del show. Izzy estaba muy por delante del resto, había estado bebiendo una botella de vino desde que se había despertado unas horas antes. La mayoría de los otros chicos esperaron hasta que se acercara la hora para empezar a beber, algo que él no podía contemplar. Lo último que quería en el mundo era estar sobrio.
