JULIETA.
Bajamos las escaleras sin decir nada, él se fue por su lado, y yo, por el mio. —¿Dónde estabas?— preguntó Tomás, alzando una ceja.
—Arriba, fui al baño.— mentí con una sonrisa a boca cerrada.
—Traje fernet.— me extendió la botella cortada que simulaba ser un vaso, le di un trago largo a pesar de que ya en mi organismo, tenia bastante alcohol.
Seguí bailando al ritmo de la música, me sentía culpable, un poco. Aunque Tomás no sospechaba nada, así que podía estar tranquila. Tampoco era para tanto. Nosotros, no éramos nada.
—Ya creo que... Deberías dejar esto.— el morocho me sacó de la mano la jarra.
—D... Dejam... Dejame en paz.— balbuceé.
—No, Julieta... Estás mal.
—¡Dejame en paz!— exclamé, fuera de mis cabales, lo empujé y frunció el ceño.
La culpabilidad me estaba consumiendo cada vez más, entonces, lo trataba mal. Quería seguir tomando y alejar esos pensamientos de mi mente, pero si Tomás insistía con sacarme el alcohol de la mano, no lo lograría mucho. —Te tengo que llevar a tu casa después, y así no voy a poder... ¿Qué te pasó acá?— preguntó señalando mi cuello. —¿Eso es...?
—¿Qué? ¿Qué cosa?— me hice la desentendida. —¿De qué hablas?— tocó mi cuello, sobre algunas marcas que había dejado Ivo treinta minutos antes. Sentí mi estómago removerse y lo miré a los ojos, sintiendo como los nervios empezaban a consumirme. —No es nada, Tomás.— lo alejé y bajé la mirada.
—¿Vos pensás que soy estúpido?— preguntó alzando la voz.
—Es que estás diciendo cualquier estupidez.— reí irónica. —Por favor.
—¿Con quién estuviste arriba?— interrogó tomándome de la muñeca bruscamente.
—¡Soltame!— grité escandalizando exageradamente.
Todo por no querer aceptar que fallé.
—Sos... Sos cualquiera, Julieta.
—¡¿Y a vos que te cambia eso?! No somos nada, pelotudo.— lo miré con furia y él se rió amargamente.
—Tenés razón. No somos nada.— soltó antes de desaparecer entre la gente.
Me dolía pensar que pudiese llegar a hacer lejos de mi. Con cualquier mujer, por rencor. Sentí lágrimas recorrer mis mejillas, con bronca, por haberme confundido. —Amiga...— escuché a Joaqui hablarme.
—Dejame. Tengo que irme.— hablé empujando a la gente sin importar que me insultaran, solo quería salir de aquella casa repleta de personas.
Llegué hasta la puerta y respiré hondo al sentir el aire fresco. Salí de la casa y caminé hasta mi casa. Cuando estuve ahí, fui hasta mi ventana para entrar. Al estar dentro de mi habitación quité mis zapatos y los tiré en algún lado de la habitación.
No dudé ni dos segundos en tomar mi celular y buscar a Tomás en Facebook. Ahí estaba, en línea. Tragué saliva.
¿Debía hablarle?
¿Preguntarle dónde estaba o cómo estaba?
¿Pedirle perdón, quizá?
—No.— dije firme y apagué la pantalla.
Él sabia. Yo sabia. No había reglas entre nosotros, ni ataduras. ¿Porqué haber estado con Ivo me hacía mala persona o traicionera? Nosotros en ningún momento oficializamos nada... Aunque sintiéramos que si.
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TOMÁS.
—Deberías dejar de fumar, tenés dieciséis y debes tener los pulmones hechos pija.— me dijo Joaqui quitándome el cigarrillo de la mano para pisarlo. —Julieta no es así, fue algo de momento seguro.
—No me interesa. Me falló, no defiendas a tu amiga, Joaquinha.
Suspiró. —Perdón...— murmuró encogiéndose de hombros.
—¿Dónde está?— pregunté.
—En su casa, me avisó apenas llegó.
—Bien...— asentí haciéndome el desinteresado.
—¿Esa no es Malvina?— preguntó Hache señalando a la chica alta y rubia que caminaba hacia nosotros con una sonrisa.
La chica, mi ex-chica.
Sonreí.
—Si, es.— contesté.
—¡Tomás, mi amor!— exclamó ella para abalanzarse a mis brazos.
Todo iba a cambiar desde su llegada.