Julieta.
—Por favor, Lucas, no podes no dejarme que entre a verlo.— dije, entre lágrimas.
—Él pidió no verte, Julieta. Tomatela.
—¡Basta, loco, basta! ¡Me equivoqué en el pasado, pero fui la única que lo aguantó desde sus principios, la única que cuando era chico le dió ese poco amor que necesitaba, y que ni vos, ni nadie le daba!
—¡No saque trapos al sol ahora!— gritó de la misma forma, haciendo que retroceda unos pasos. —Tomás no quiere verte, nena ¿Qué parte no entendes?
—La parte donde dijo que me amaba a pesar de todo.— respondí. —Y yo lo amo a pesar de todo ¿Sabes? ¿Te pensas que para mi fue fácil cuando dijo que no me amaba cuando éramos pendejos? Y me sentía una ilusa, Lucas... Pero eso ya no importa. Ahora importa que yo quiero verlo, y si él no me quiere ver no me interesa.
—Es su bienestar contra tus deseos, flaca. Andate. Cuando quiera verte, te llamamos, por ahora no quiere hacerlo y si no te vas llamo a seguridad.
—Pensé que eras mi amigo, H.— escupí antes de irme.
Lo único que me faltaba era que llueva a cantaros, y eso estaba pasando en ese preciso instante. Solté un insulto al aire. No tenia a nadie. Estaba sola.
(...)
—¡Ivo, te juro que si no salís, hago mierda la puerta!— grité.
Pasaron diez minutos y unos pasos se escucharon. La puerta se abrió levemente mostrando al peliverde con trenzas restregando sus ojos.
—Son las tres de la mañana, Julieta ¿Que haces acá?
—Vengo a buscar a mi hijo.— dije decida y entré sin que me diera permiso. —Enzo, amor...— hablé fuerte.
Subí las escaleras y de una habitación salió el menor que, al verme, corrió a mis brazos. —¡Mami!— exclamó.
—Hola, mi amor.— sentí mi pecho agitarse y comencé a llorar mientras me sentaba en el suelo. —Amor...
—Mamá... Nunca má' me dejes.
—Yo nunca te dejé, amor.— respondí besuqueando su rostro. —Nunca te voy a dejar.
—Papi dijo que vos estabas muy ocupada como para tener un hijo, pero yo no le creí ni una palabrita.
Sonreí. —Yo dejo todas mis ocupaciones por vos, hijo. Junta tus cosas que nos vamos.
—Él se queda conmigo.— habló el padre.
Suspiré. —Ivo, no estoy para discutir. Lo mejor es que lleguemos a un acuerdo y nos dejemos de joder. Los dos somos adultos y la verdad, Enzo no tiene porque estar pasando por esto por tus caprichos de mierda.
—¿Caprichos? Nena, es mi hijo que vos nunca en la vida me presentaste ¡Porque te fuiste! ¿O tengo que recordártelo? Porque a parte de romperme el corazón me mentiste diciendo que habías abortado. Mentirosa de mierda que sos, cínica.
—¿Y vos estabas para tener un hijo, decime?— pregunté sin obtener respuesta de su parte y solté una risa irónica. —¿Viste? Ya ni es necesario que me respondas. Luego de juntar las cosas de Enzo, nos preparamos para irnos. —Cuando se te pase la locura, arreglamos los días para que esté con cada quien, pero delante de un juez porque parece que seguís siendo el mismo wachin de siempre. Con razón siempre preferí a Tomás, ni siquiera sé porque me confundí desde el principio.
Me retiré de ahí sin escuchar sus insultos, no me interesaba tampoco. Estaba demasiado ida de mi misma como para continuar una discusión y solamente quería soltar lo que tenia para decir sin esperar algo de vuelta.
Senté a Enzo en su silla de viaje y no dijo ni una palabra, cada vez que me veía enojada dejaba que me calme, porque la mayoría de las veces me la agarraba con él y, claramente, no le gustaba que le grite.
Una vez que llegamos a nuestra casa, Jazmin estaba ahí porque le pedí que se quede con Enzo antes de salir.
Debía intentar ver a Tomás, cueste lo que cueste. Me encaminé al hospital luego de dejar a mi hijo en casa y una vez que llegué, noté que en la sala se espera no había nadie.
Solo rogaba que dentro de la habitación no esté ni Lucas, ni Mauro.
Abrí la puerta con cuidado de que ningún medico notase nada. Entré a la habitación cerrando la puerta despacio detrás de mi. Y, una vez estuve bien dentro, lo miré. Estaba despierto.
Pero lo acompañaba alguien.
Malvina.
—Julieta ¿Qué haces acá?