Tomás.
Toqué la puerta del departamento de Julieta y esperé paciente a que abra. Saqué mi celular del bolsillo y noté que tenía llamadas perdidas de ella. Justo, abrió la puerta. —Tomás, te estuve llamando.
—Si, perdón, tengo el celular en silencio ¿Qué pasó?
—Es que Enzo se fue con Ivo al final, te quería avisar eso...
Asentí y solté un suspiro, quería llevarlo porque desde que lo conocí me contó que le gustaba todo eso y había conseguido lugares adicionales. —Eh, no pasa nada.
—¿Te querés quedar? Dentro de una hora y media seguramente llegan, digo, así no te comes todo ese viaje que es larguísimo... Y al menos lo ves.
Tragué saliva. Iba en contra de mis principios estar con ella, solos. Pero, no quería volver a manejar dos horas de ida y vuelta.
—Dale.— entré dentro notando que todavía no habían completado su mudanza. Guardé las manos dentro de mis bolsillos y carraspeé la garganta. Vi una foto de Amadeo cuando era bebé y sonreí. —Que chiquito, ahora está tan grande.
—Sí, esa fue la vez que lo cuidamos...
Mi sonrisa se desvaneció al recordar que un día después de eso me dejó solo. —Sí...— murmuré.
—¿Querés tomar algo?
—Sí, dale.
Dejé mis cosas sobre la mesa y me senté en su sillón. Serían unas horas largas.
(...)
—¿Pero, posta te ibas a pegar un tiro en la pierna por mí?— preguntó riendo.
Asentí mientras calmaba mi respiración por la risa. —Si yo en ese momento era capaz de todo.
Las cervezas estaban haciendo efecto y necesitamos como seis cada uno para poder soltarnos un poco. Decidimos hablar de varias cosas, pero siempre de una manera sobrevolada para no profundizar. Nos reíamos de nuestras boludeces de pendejos y se sentía bien. Podíamos ser adultos maduros y no sentirnos afectados por cosas del pasado en el presente.
Su rostro estaba muy cerca del mío y su mirada descendió a mi boca, la puerta sonó y salió de aquel trance, gracias a Dios, porque tenía miedo de volver a caer a causa de el alcohol en mi sangre.
—¡To!— exclamó Enzo corriendo hacía mí, venía lleno de golosinas y regalos.
—Enzo, te vine a buscar, pero te habías ido.
—Sí, es que vino mi papi y me tuve que ir, pero otro día vamos a ver las carreras ¿Sí? Te lo prometo.
—Está bien.
—Te traje calamelo.
—Caramelos, Enzo...— lo corrigió Julieta. —Ya te dije mil veces como se decía.
Este rodó los ojos. —A vos te gustan ¿No? Por tu canción, mi cala... caramelo.
—Sí, pero no le canto a un caramelo literalmente.
Suspiró aliviado. —Ah, porque me parecía estúpido que le cantes a una golosina.
Me reí. —Sos terrible, Enzo.
(...)
Salí de la habitación de el menor después de que se haya quedado dormido. Cenamos, bailamos y contamos cuentos clichés donde la princesa tenía que ser rescatada y vivían felices por siempre. Ojalá fuera así de fácil.
—Gracias por dejarme estar con él, en estos meses se me hizo importante Enzo.— confesé.
—Sabes que nunca podría negarte que lo vieras, Tomi. Gracias por venir.
Nos quedamos en silencio, las palabras sobraban y los sentimientos desbordaban. Tragué saliva y bajé la mirada para que ese ambiente se cortara. Me despedí y retiré de su casa. Sería difícil tratar de no sentir nada.