PRÓLOGO.

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Soledad. Creo que es el sentimiento más común en la gente. El sentimiento de ver a tu alrededor tantas personas y sentirte solo. Observar como todos sonríen y conversan con otra persona, mientras que tú los observas desde una esquina con una gran esperanza de un día conectar con una persona de esa manera, y dejar de sentir aquella soledad que oprime tu pecho todos los días. No se si todos piensen así, pero al menos yo, si. El lugar comenzaba a estar vacío conforme pasaba el tiempo, todos dejaban su dinero sobre la mesa y con una sonrisa(satisfecha) salían del lugar de la mano con sus parejas, abrazados de sus amigos o simplemente solos. Estaba tan atenta a la gente que salía, que no me di cuenta que alguien estaba frente a mi mesa, preguntándome si todo estaba bien.

—Señorita, ¿Se encuentra bien? —preguntó, sacándome de mi trance.

—¿Ah? —debí haber hecho mala cara, por que el tipo comenzó a reírse. Algo que me molesto.— ¿Conte un chiste?

El tipo detuvo su risa y me observó fijamente, sus cejas estaban levemente hundidas mostrando confusión. ¿Qué le confundía?, ¿Nunca le habían respondido?.

Suspiro. —Mi nombre es Luke Hemmings, ¿Y el tuyo?

¿Qué clase de persona suelta su nombre nomás porque sí?, Él me seguía observando fijamente, mientras que mordía el aro que llevaba en el labio inferior. ¿Si él me miraba fijamente, por que yo no podía hacerlo?, y eso fue suficiente para que comenzara a verlo detalladamente. Subí mi mirada a su cabello rubio, el cual tenía peinado un poco hacia arriba pero también, hacia un lado. Baje lentamente hasta observar su rostro de nuevo. Sus cejas eran de un color más oscuro que su cabello, sus pestañas apenas se apreciaban, pero aun asi podías notar que eran largas. Su nariz era bonita y respingada, sus labios se miraban que probablemente eran demasiado suaves y aquellos hoyuelos que comenzaron a hacerse cuando su boca comenzó a curvarse hacia arriba creando una sonrisa(la cual probablemente fue burlona, porque me estaba tomando mi tiempo para observar), fueron lo que llamó mi atención. No, no. Espera. Alce nuevamente mi mirada y, oh por dios. Sus ojos. Aquellos ojos azules. Pero no un azul normal, sino, un azul tan claro como el del mar. Sus ojos con solo verlos te transmitían paz, confianza. Rápidamente, lo observe de arriba a abajo, para después volverlo a ver fijamente y contestar:

—Isabella. Isabella Vinsonneau.

Tal vez, puede que tal vez, este año no sea tan triste y solo como los demás.

O eso pensé. 

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