Cuando el chillón ruido del despertador se hizo notar, estiró su brazo casi por reflejo y lo apagó. Siguió durmiendo la media hora que tardaba en asearse. Iba a ser una mañana difícil, no pretendía otra cosa cuando el Jack Daniels que había comprado la noche anterior, merodeaba su mesa de luz tan de cerca y solo un cuarto de la botella restante estaba lleno.
8:31 AM cruzaba la puerta de la lavandería, era de un vidrio los suficientemente claro como para dejar ver las manchas de manos sucias que habían sido apoyadas en él. La limpieza no era algo a destacar de ese lugar. El aroma a jabón barato y limpiador preponderaba en el ambiente, o por lo menos hasta que sus manos refregaban las sábanas del motel que estaba a al vuelta, en las que cada día encontraba un olor nuevo. O las de la clínica Saint Jefford, eso sí era atentar contra la vida, en especial cuando todo tipo de líquidos convergían de esas sábanas azules; lo que en un principio era solo sangre, hasta la segunda tanda, esas eran las peores, pasaban a tener rastros excremento que algún viejo moribundo dejaba otras tenían pequeñas cantidades de pus que solía ser amarillo, pero a veces era más verdoso. El olor no ayudaba mucho.
William volvió, al entrar en su lavandería, se detuvo por unos segundos, alzó su muñeca en busca de la hora en su Rolex dorado de imitación, la cual siempre le costaba bastante leer. De todos los jefes y patrones que había tenido John Belier, este era el más tonto de todos; y al mismo tiempo el más verdugo, no había una combinación más desfavorable. Cuando entendió lo que marcaba el palito grande y el palito chico de aquello que para su mente, a veces parecía un artilugio, volvió su rostro hacia el mostrador, miró a John directo a los ojos, luego se quedó con esa cara de asco y enojo que había logrado perfeccionar a lo largo de esos dos años y medio que era su empleado:
-Yo pensaba, que había sido lo bastante claro la última vez, pero parece además de inútil; eres un retrasado, porque nunca entiendes nada, es que acaso hay algo en ese cráneo? -DIjo William con su casi patentada y repugnante expresión
Disfrutaba maltratar a sus empleados, lo hacía sentir poderoso, más hombre. Lo que no podía hacer en la cama con su esposa, lo compensaba en su vieja lavandería, le gustaba mantener su hombría siempre en alto.
John se limitaba a contestar lo justo y necesario, después de todo su jefe no lo iba a despedir. Sabía que no iba a conseguir a otra persona como para aceptar un pago de $2,50 la hora.
Continuó jugando con la paciencia de su empleado un rato, hasta que le asignó las tareas diarias. John caminó hacia la parte trasera del local apretando los dientes, lo único bueno que mejor que le podía pasar en ese momento era agarrar el fuentón de metal lleno de trapos sucios, y que estos no sean de la clínica. Solo por un día, le hubiera gustado lavar algo más ameno, o no tan asqueroso.
Cuando cruzó la puerta de pintura marrón oscura que separaba la parte principal del local con la trasera, vio sobre las mesas metálicas, toda la cantidad de ropa y trapos había para lavar, el aspecto de esas montañas hablaba por sí solo. Telas manchadas con el espeso color de la sangre; que emanaba un olor a putrefacción repugnante, iban a ocupar lo que le restaba del día. A veces, los encargos eran para hasta dos semanas después, esas tandas las dejaban para lo último, permitiendo que las túnicas de hospital color carmesí acumularan mas hedor y en conjunto con vaya a saber Dios qué cosas, creaban nueva vida en forma de diminutas larvas amarillas. En casos así, el procedimiento era sumergir las telas en un líquido (probablemente algún tipo de ácido) de dudosa procedencia, y así acabar con posibles afecciones contagiosas de las cuales las personas que habían llevado puesta esa prenda, se habían salvado o habían pasado a otro plano existencial. Las prendas quedaban en un blanco único. Este proceso siempre le costaba quemaduras nuevas sumadas a la colección que guardaban sus manos, pero con el tiempo se le terminaban yendo, dejando lugar a nuevas. En la lavandería de William eran muy minuciosos con la calidad de los lavados.
ESTÁS LEYENDO
La marca de la rata gris
TerrorPara muchos la vida puede llegar a ser el regalo más hermoso otorgado por las providencias del universo. Otros llegan a considerarla algo triste y gris, casi al igual que una caja de zapatos sin vacía. Pero de la misma manera que dos rectas pued...