Silencio

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Traté de controlar el temblor de mi cuerpo al frotar mi mano libre contra mis mejillas frías, mientras que, con la otra, mantenía firme el paragua sobre mi cabeza para no ser otra presa de la lluvia de invierno como las personas que corrían con las maletas sobre la cabeza.

¿Por qué tenía que llover justo cuando iba a vivir oficialmente en mi nuevo departamento?

Suspiré de cansancio y traté de ubicarme por el mapa de mi celular. El bus que tomé me dejó en la dirección equivocada y no sé por dónde ir, bueno, yo tomé el bus equivocado; pero cuando uno ya no tiene el estrés de mudarse, puede cometer errores... Era una excusa pobre, lo sabía, ¡pero nada iba a arruinar mi ánimo de celebrar navidad en mi nuevo hogar!

La flechita roja de mi celular, apuntaba hacia mi lado izquierdo, donde había varias personas peleando por no mojarse por la lluvia y donde había charcos grandes, listos para jugar una broma cruel cuando una llanta pasara por ellos. Respiré hondo y caminé a grandes pasos para llegar más rápido.

(...)

Jadeé y grité de felicidad al encontrar el edificio verde oliva, al fin, luego de cuarenta minutos caminando, girando y discutir por las confusas direcciones que me daba mi celular. Abracé de felicidad la pared del edificio y cuando casi intenté besarlo, hice una mueca de asco al ver una mancha en ellas y me di cuenta de la cara de extrañeza del vecino, quien sacaba agua de un balde.

Sacudí mi abrigo naranja y carraspeé para mantener la actitud de un adulto. Lo saludé con mi mano y entré al edificio al fin, limpiando la pequeña bolsa de papel madera que me había dado la pastelería cuando compré unos parquecitos.

Quise apretar el botón del ascensor, pero un chico rubio se me adelantó, le agradecí con una sonrisa, pero él desvió la mirada en silencio. Como si... Olvídalo. Así que aproveché en recoger mi paraguas debidamente, para no dejar un pequeño rastro de gotitas. Aunque la parte baja de mi abrigo, ya decía que estaba afuera... No importa, me dije al encogerme de hombros, lo secaré en mi nueva casa.

Cuando giré mi cabeza para calmar mi ansiedad de celebrar mi primer día en mi nueva casa, noté que el chico llevaba un abrigo azul totalmente mojado, al igual que su gorro de lana color gris.

Al abrirse las puertas del ascensor, esperé que el chico entrara primero, para no ser tan malagradecida con él, cuando lo hizo, lo seguí y, de nuevo, se me adelantó en apretar el número de piso. Reí nerviosa sin saber que decir, vayas coincidencias...

— Gracias, eh... ¿Cuál es tu nombre? — Dije ocultando mis nervios por su sombrío silencio. — S-soy nueva en el edificio, me mudé hace un par de semanas, pero nunca te vi en mis pasillos. ¿También eres nuevo?

Silencio.

Un silencio horrible. Ya, si no quería hablar, al menos agradecería una respuesta cortante, chico. Así sería un poco más educado. Tragué ruidosamente incomoda porque ni siquiera carraspeaba para darme una señal de incomodidad o algo. Solo silencio.

Cuando lo miré por el rabillo del ojo, él solo mantenía la mirada al frente sin ninguna expresión. Se acomodó la bufanda naranja que llevaba y, me pareció, que giró su cabeza en la dirección contraria a mí.

Espera... ¡¿Me está evitando?!

— Seremos vecinos. — Murmuré sintiendo el estrés de tratar con él los siguientes tres años, sentía mi ojo palpitar al imaginármelo.

Seguramente, seriamos como esos vecinos que tratan de evitarse todo el tiempo... Suspiré frustrada, tal vez era como esos vecinos quejicas del ruido o de la basura. Ya imagino sus protestas a través de mensajes o algo así. Carajo, al menos quería que mi casa fuera una cálida bienvenida.

Quebrando al silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora