Capítulo Uno: Cosa

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En la capital de China: Pekín, los ciudadanos caminan muy bien abrigados por el frío de invierno —quizás no les caía nieve como el lado norte, pero aún hacía bastante frío—, haciendo su vida ordinaria sin imaginarse que por debajo del suelo, en un...

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En la capital de China: Pekín, los ciudadanos caminan muy bien abrigados por el frío de invierno —quizás no les caía nieve como el lado norte, pero aún hacía bastante frío—, haciendo su vida ordinaria sin imaginarse que por debajo del suelo, en unas catacumbas, un hombre de ascendencia africana, vestido de seda y con una especie de bastón en su mano derecha, caminaba a paso firme. Un hombre de deseos de poder y venganza. En eso paró al frente de su camino para girar hacia una pared; presionando una parte de esta la cual llevó a un pasadizo secreto. El hombre observó las escaleras que ahora yacían por debajo de sí, no temiendo el descender por ellas. Cuando llegó al final, se encontró con una bóveda perfectamente iluminada. Esta, estaba dividida en tres salas. La primer sala, poseía en las orillas, un total de cuatro calderos con oro líquido. La segunda poseía igual cuatro calderos, pero ahora con polvo de oro. Y la tercera poseía calderos de oro con más aparte, monedas de oro. El hombre con aspecto de mago, escogió un pasillo al azar y continuó con su recorrido, ignorando por completo el tesoro a sus lados. Pues bien sabía, que era una trampa. Entonces llegó a un bello jardín, cuyas frutas que caían de los árboles eran en realidad joyas/piedras preciosas; pero una vez más, el hombre lo ignoró. Más al frente había unas escaleras que parecían no conducir a nada. Pero cuando el hombre las subió —controlando su prisa y deseos de correr— y llegó a la cima, vio ahí lo que tanto buscaba. Se trataba de un pequeño altar, donde rebosante en una mesa, había una lámpara de aceite, que hasta donde se veía, estaba malgastada. El hombre sonrió; sonrió como si después de una vida, por fin se sintiera realizado consigo mismo. 

Al fin —dijo como si hubiera guardado esa palabra por años—. Después de tanto, al fin te tengo —aseguró tomando la lámpara, para con victoria alzarla por encima de su cabeza. 

Y en solo minutos después, fue que una niebla áspera y oscura sobresalió de las fronteras del país de China; envolviendo al mismo en esta, en una especie de domo. La gente solo podía gritar aterrorizada mientras esta niebla maliciosa empezaba a encerrarlos; privándolos así, de la luz del Sol. 

... 

La nieve descendía de manera lenta por las calles de Manhattan, en donde un hombre de hasta cuatro metros de altura y seis de anchura, camina muy bien abrigado: con un saco y un sombrero de copa. No era para abrigarse del frío; de hecho, él no sentía frío. Era para cubrir su aspecto. Hablamos de Ben Grimm: La Mole. Su piel y músculos, cubiertos por una materia similar a la piedra. Pero mucho más resistente. Pronto, llega a un restaurante cinco estrellas, pero cuando esta a punto de entrar la escucha: 

—¿Ben, eres tú? 

—Alicia —exclama Ben sorprendido—. ¿Cómo lo supiste? 

 ¿Cómo lo supiste? 

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Los Cuatro Fantásticos y la lámpara de AladinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora