II.

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Escuchaba voces.

Voces que me decían que jamás lo lograría. Voces que repetían incesantes que todo había acabado. Que el amor verdadero era fugaz y se extinguía como una llama que sólo dejaba cenizas y recuerdos rotos. Voces que me decían que algún día, yo también moriría y el rostro de Kessley quedaría perdido en mi memoria. Que no habría otra vida en la que encontrarnos ni más amor que cultivar. Escuchaba voces que me decían que me rindiera.

No iba a prestarle atención a ninguna.

Después de la muerte de Kessley, miles de cosas empezaron a tener sentido. Fue como echar un vistazo hacia atrás y entender por fin aquellas situaciones que me habían dejado cuestionando. Mi hermano Izarian había tenido que ver con esto, estaba casi seguro. Y quería odiarlo, quería detestarlo con toda mi alma, pero había algo que no me dejaba hacerlo totalmente. Quizás fuera el lazo que nos unía como hermanos, quizás fuera que había aprendido de la bondad de mi esposa. Lo cierto es que no lo sabía y tampoco deseaba hacerlo. Por un lado pensaba en lo mucho que necesitaba poder regresar el tiempo y acabar con su vida. Y por otro, no soportaba la idea de haber sido traicionado por mi propio hermano y todo lo que quería era echarme a llorar y ahogarme en el peso de mi pena. Llorarle de rodillas y preguntarle por qué lo había hecho. Por qué romperme el corazón así.

Tuve que huir porque la hermana de Kessley pidió mi cabeza en una bandeja de oro como premio. Siempre había estado celosa de su hermana más pequeña porque era la más adorada de la familia. Pero eso no me parecía motivo suficiente para hacerle algo tan cruel. Sabía que Kessley no había enfermado de la nada, sabía que nada de lo que había pasado era casualidad. Ella también había tenido algo que ver. Y odiaba el rumbo que mis pensamientos estaban tomando porque si tenía que seguir encontrando traiciones, ya no quería.

Me oculté durante muchas fases lunares. Perdí la oportunidad de continuar mi trabajo o ser un equipo con Kessley. Me partía el corazón pensar en lo ilusionada que había estado de que compartiéramos el oficio que tanto amaba, y que nunca llegaríamos a hacerlo. Me destrozaba pensar que jamás volvería a ver su rostro. Se sentía como si me estuviesen arrancando el corazón del pecho de la forma más sangrienta y ruin. Había mañanas en las que no tenía fuerzas para levantarme, días en los que todo había perdido el sentido. Nada sería nunca lo mismo. Momentos en los que la muerte parecía un dulce alivio a tanta miseria.

Los habitantes de las estrellas no podían vivir sin su complemento, todo el mundo lo sabía. Quizás por eso cesó eventualmente mi cacería. Tal vez pensaron que había muerto abandonado en el frío como un animal herido en el bosque. Puede que incluso se regodearan ante la idea. Era fácil reemplazarnos también, así que pronto ni siquiera quedaba el recuerdo de quiénes fuimos o lo que perdimos. Era una existencia efímera e insulsa y solo el amor la hacía mejor. Es por eso que aquellos que no tomaban la mano de sus amores verdaderos al morir se consideraban crueles.

Pronto me llegó la noticia de que Izarian se había casado con la hermana de Kessley. No era común que una hija de la realeza se casara por segunda vez porque se suponía que las estrellas te ayudaban a encontrar a la pareja perfecta. Pero recordé que Kessley había dicho que ella no quería tomar la mano de su esposo antiguo al morir, que había elegido el poder. Y después me di cuenta que jamás había estado enferma pero había conseguido que alguna musa, quienes eran las que se encargaban de inspirar el destino, le ayudara a envenenar a su esposo y a Kessley. Luego, convenció al rey de que yo deseaba elegir el poder sobre su hija y de que había sido yo quien la había envenenado para acabar con su vida. Por eso me quería lejos de ella, por eso no me dejó tocarla al final. Quizás el corazón se le ablandara un poco cuando su hija más pequeña rogó. Pero nunca se lo perdonaría, ni en esta ni en ninguna otra vida. Me prometí a mí mismo que sin importar lo que pudiera depararme el destino, este hombre jamás tendría mi respeto de forma voluntaria.

Sabía que mi hermano no corría peligro. Él no era su amor verdadero así que ella no intentaría matarlo. Odiaba el sentimiento de alivio que ese pensamiento hacía florecer en mi pecho.

Como le prometí a Kessley, emprendí la búsqueda de la solución. No iba a dejar que todo acabara así, desafiaría al destino y al universo entero con tal de ver su rostro un solo segundo más. Quizás todas las posibilidades que tenía de encontrarla como mi alma gemela en alguna otra vida se habían terminado. Pero yo iba a dar lo que fuese por tener la oportunidad de volver a ver su rostro, no me importaba que eso fuese todo lo que pudiera obtener. Era mejor que nada. Y la necesidad de encontrar a alguien que me ayudara fue la única cosa que me mantuvo en pie. El único motivo por el cual no tomaba una daga y acababa de una vez con mi maldita existencia.

Finalmente, luego de vagar durante muchas vueltas al sol. Encontré a dos musas que estaban escondidas también. Habían estado bajo el mando de Kessley antes de que su hermana la sustituyera por lo que ya no eran gratas para ella. Quiso asesinarlos a todos pero ellas lograron escapar. Sus nombres eran Adeline y Zoya, y me dejaron quedarme con ellas.

Y me ayudaron a encontrar una solución.

Como no pude tomar su mano a tiempo, cuando yo muriese todo se habría acabado. Cuando despertara en mi otra vida, ni ella ni yo podríamos recordarnos. Lo más probable sería que nuestros caminos jamás se cruzaran con el del otro. Quizás incluso naceríamos en puntos opuestos del mundo y jamás llegaríamos a saberlo. Era un pensamiento aterrador. La solución que me ofrecían no era perfecta y el precio a pagar era demasiado alto. Pero estaba dispuesto a todo.

—Debes saber —me dijo Adeline— que la posibilidad de encontrarla después de esto es muy alta pero la probabilidad de que se enamore de ti, aún con lo fuerte que haya sido su lazo en esta vida, es casi nula.

—Y tampoco podrá recordarte —añadió Zoya, luciendo apesarada por tener que decirlo.

—No me importa —contesté con convicción. Podía verme y no tener ni idea de quién era yo, detestarme si era necesario, todo lo que necesitaba era que mi alma encontrara la suya en esa otra vida y dimensión que tanto nos habían prometido. Y poder sentir paz al saber que estaba bien. Que mi corazón la recordara aunque mi mente no. Que el suyo lo hiciera también.

Le había prometido a Kessley que las estrellas la guiarían de regreso a mí y eso era justamente lo que planeaba lograr.

—¿No vas a arrepentirte, Alessey? —preguntó una de ellas. Pero ¿cómo podría? Nunca había deseado algo tanto como aquello. Sacudí mi cabeza para decirles que no y miré a cada una fijamente a los ojos. Habían sido mis compañeras durante los últimos meses y les debía muchísimo, quería demostrarles que lo que estaba a punto de pasar era justo lo que tenía que ser y que estaba bien.

—Pero podrías no volver a tener talento en tu otra vida, estas cosas no se toman a la ligera. No lo hagas por favor —seguían insistiendo. Pero eso tampoco me importaba. Ya me lo habían quitado todo en esta vida y no podía usar ese talento de todos modos, tal vez no lo extrañaría en la otra.

—No pueden hacerme cambiar de parecer —asentí y me acerqué un poco más al fuego. Era lo único dándonos calor en aquella noche tan fría y estrellada.

Adeline y Zoya comenzaron a llorar. Creo que yo también lo hice. Luego asentí y ellas se limpiaron las lágrimas. Cada una se acercó a mí por un lado, con pasos inciertos y las manos temblorosas. Pero cuando hubo llegado el momento de la verdad ninguna de ellas titubeó. Ambas sacaron espadas idénticas, con empuñaduras grabadas con palabras mágicas y estrellas.

Y con un movimiento limpio y preciso, me cortaron ambas manos.

Mientras las estrellas te hablen de mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora