Capítulo 2

11 3 0
                                    

Los primeros años de mi vida fueron como los de una niña cualquiera, vivía con mi tía Selena y mis dos primas, Nesta y Elain. La segunda tenía solo 4 meses más que yo así que éramos muy cercanas, ella era una chica muy dulce y risueña, pero también era algo tímida, como yo. Nesta, en cambio, era muy repelente y estirada y siempre se hacía la buena delante de su madre y de nuestros instructores, pero luego era cruel, sobre todo conmigo, luego entendí porque.

Dábamos toda clase de lecciones, a mí me encantaba la de lectura y escritura, además, mi instructor me traía siempre libros increíbles de todos los temas posibles.

-Feyre, querida. Te he traído este libro que sé que te va a gustar.

-Gracias, Stefan. ¿De qué trata?.

-Va de licántropos, lo encontré al fondo de mi estantería cubierto de polvo y me acordé que te encantaban estas criaturas así que decidí traértelo.-dijo riéndose ligeramente de mi obsesión con los licántropos.

Ese libro lo sigo teniendo hoy en día y recuerdo habérmelo leído 11 veces por lo menos a lo largo de mi infancia. Me encantaba sentarme en mi ventana a leer mientras estaba lloviendo.

Mi prima Nesta nunca lo entendió, y solía decirle a sus "amigas" que yo era un bicho raro, y todo porque yo era diferente y no me avergonzaba serlo.

Normalmente, si no estaba leyendo, me iba al bosque de al lado de mi casa a ver a los animales. Me encantaba estar con ellos, de hecho, a veces me traía algunos a casa y los escondía, pero mi tía siempre los acababa echando de casa. Uno de esos días encontré una pequeña tumba en mitad de bosque, pertenecía a alguien que se llamaba Prixion y había muerto protegiendo este bosque, por eso le habían enterrado ahí.

A mis 14 años, mientras rebuscaba entre los libros de mi madre, encontré unos tomos que llamaron mi atención. Eran negros como el ébano y estaban cubiertos de polvo. La tapa y la contraportada eran negras, y las páginas también. Todo era negro. Salvo la letra, la letra era roja como la sangre y parecía descuidada. Sabía que no era la de mi madre porque había visto su letra antes y era más cursiva y mucho más cuidada, parecida a la mía, así que pensé que podría ser la de mi padre. Nunca le conocí, ni mi tía ni Mary sabían nada de él, no sabía siquiera si estaba vivo o no, así que decidí leer el libro para intentar conocerle algo más.

El libro estaba lleno de garabatos y palabras en idiomas que yo no había visto nunca. Estaba todo desordenado, pero a la vez tenía un orden concreto. Parecía que estaba escrito por un loco, pero, si mirabas de cerca, te dabas cuenta de que aunque estuviese loco, era un loco que sabía lo que hacía. Estuve investigando el libro durante años, siempre a escondidas de mi familia por supuesto, no quería que lo encontrase nadie. Al cabo de los años aprendí a hablar esos idiomas con ayuda de algunos otros libros de la sección prohibida de la biblioteca, y acabé dándome cuenta de que trataban de magia y que contenían hechizos provenientes de una especie de deidad. Ahí fue, donde por primera vez, me sentí que pertenecía a algo. En el libro ponía que para canalizar el poder del dios había que tener un amuleto donde acumularlo, así que decidí que sería el colgante de triskel que me dejó mi madre cuando murió. Empecé a rezarle a ese dios y me fue concediendo poco a poco pequeñas cosas que iban creciendo en poder.

El primer día que hice algo de magia más allá de encender una llama o hablar con animales fue increíble. Andaba por el bosque cuando me fijé en un conejito que acababa de morir hacía nada, así que lo cogí en mis brazos y dejé que la magia fluyera a través de mí hacia el conejito. Entonces, una sombra negra empezó a salir de mí y a envolver al conejo en la más profunda oscuridad. Después de unos pocos segundos el conejo saltó de pronto de mis brazos y se quedó sentadito en el suelo mirándome con sus brillantes ojos negros, negros como las sombras que yo había conjurado hacía solo un instante.

Desde entonces estuve practicando y estudiando mi magia todos los días a casi todas horas Conseguí un familiar, al que le puse Prixion, como el hombre que salvó el bosque, y podía ver y escuchar a través de él.

Años más tarde, el día que cumplí la mayoría de edad, mi tía me entregó una carta que me había escrito mi madre antes de morir.

Para mi estrellita:

Mi niña, mi Feyre, cuanto siento no poder verte crecer y estar contigo. Estoy segura de que te has convertido en una mujer fuerte y muy inteligente. Te escribo para decirte que busques a tu padre. Encuéntralo y reúnete con él, y, por favor, dile que aún la quiero. Nos vemos en las estrellas, pequeña.

Te quiere,

Mamá

Terminé de leer la carta con lágrimas recorriendo mis mejillas y, de repente, oí un grito proveniente de mi prima Nesta.

-¡Madre! ¿Mira lo que tiene Feyre! ¡Es una bruja!-gritó con furia.

-Eres una deshonra para esta familia. Vete y no vuelvas jamás, ya no eres una Light Fleur.-dijo mi tía mientras me tiraba mis libros.

En ese momento supe que no pertenecía ni a ese sitio , ni a esa familia. Así que cogí mis cosas y salí de aquella casa, llamé a Prixion y me fui a despedirme de Mary.

-Mary, me voy.

-Sabía que llegaría este momento, pero no creí que fuese tan pronto.

-Tengo que encontrar a mi padre, Mary. Es lo que mi madre habría querido.

-Estoy segura de ello. suerte mi niña, y recuerda, siempre nos tendrás en las estrellas.

Y así fue como abandoné ese lugar al que alguna vez llamé hogar, y solo con lo básico y mi fiel compañero, me fui a encontrar uno nuevo.

Feyre, la diosa de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora