Prólogo

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Se detuvo ante la puerta del Club, dio unos pequeños botes sobre sus talones para intentar deshacerse de los nervios, con la esperanza de que una vez dentro no se notara lo inseguro que se sentía, que no fuera demasiado evidente que era un novato. Un Dom novato e inseguro.

—Se van a reír en mi cara. ¿En qué estabas pensando, Erik? —se dijo. Se dio la vuelta y avanzó unos pasos en la dirección de la que había venido. Se detuvo, negó con la cabeza y miró a su espalda—. Vamos allá. Es mi oportunidad, es la hora de la práctica.

Asintió para darse ánimo y regresó a la puerta. Respiró hondo, se frotó las manos en el pantalón de cuero y tiró del picaporte para pasar.

Lo detuvo un portero que lo miró fijamente, frunció el ceño al no reconocerlo y le pidió la documentación, así como le preguntó por su invitación.

—sweethole me ha invitado —dijo con más seguridad de la que sentía.

—Aquí estás. A la derecha está el vestidor si quieres dejar algo —dijo el portero y lo dejó pasar empujando la siguiente puerta.

Erik pensaba conservar su chaqueta hasta que llegó al vestíbulo y el calor lo golpeó. Se acercó al vestidor y dejó su chaqueta a una sumisa vestida de sirvienta que mantuvo la mirada baja en todo momento. Él se lamió los labios y esbozó una sonrisa, emocionado por lo que encontraría dentro del Club.

Se quedó parado a un paso de la puerta. La gente se repartía por esa sala. Al frente había una amplia zona con sofás en los que hombres y mujeres charlaban mientras tomaban una copa con sus sumisos arrodillados frente a ellos, algunos bajo sus pies, otros los tenían sentados sobre las rodillas y los acariciaban o los torturaban con sutileza que era desvelada por la expresión de frustrado placer de estos. A la derecha, en una isla central estaba la barra, en donde se podían ver escenas similares, aunque lo divirtió gratamente descubrir algunos cuencos para perros en el suelo de donde algunos sumisos bebían frente a las botas de sus Dominantes. Al otro lado de la barra estaba el escenario, en el que parecía que acababa de perderse una escena en la cruz de San Andrés, una pena. Y por la descripción que le había hecho sweethole sabía que por esa misma zona debía haber una puerta que llevaba a la mazmorra para juegos privados.

Su sonrisa se hizo más amplia, estaba seguro de que eso era lo que quería, llevaba años queriendo pisar un Club y al fin estaba ahí. Se sentía emocionado y ya sólo quedaban en su estómago los nervios normales por ir a conocer a alguien con quien sólo había hablado por escrito en un chat anónimo. Apartó el flequillo que siempre insistía en caerle sobre los ojos, y abandonó la puerta con la vista puesta en cada pareja que pasaba frente a él. Eran hombres y mujeres en ambos roles, de diferentes edades, compartiendo un mismo mundo y a la vez el de cada uno era distinto. Lo mismo podía ver a un esclavo caminando un paso por detrás de su Amo, que una Dominatriz que llevaba a su sumisa con una correa, ésta caminando a cuatro patas y meneando la cola de perro que emergía de su ano con alegría.

Alzó la vista hacia la barra para intentar dar con la mujer con la que había quedado. Llevaba un mes hablando con ella, calentándola con sus letras y frustrándola con esas mismas palabras. Deseaba verla y conocerla y hacer mucho más sin una pantalla que los distanciara. Le había dicho que llevara un collar rojo, a juego con el top y el tanga de cuero que en otras ocasiones le había descrito. Y por no prestar atención a lo que tenía delante, no pudo esquivar a la mujer que se dirigía hacia los sillones atravesándose en su camino y casi se la llevó por delante. Reaccionó a tiempo de sujetarla por los brazos para que no cayera, aunque las manos del sumiso que iba tras ella la sostuvieron todavía más rápido por las caderas.

—Lo siento, yo... —Erik se interrumpió en su disculpa cuando vio que esa Ama con un sujetador y pantalones de cuero, y que lucía una barriga de cinco meses no era otra que su cuñada Ilia. Cuando su mirada pasó al esclavo detrás, se apartó trastabillando unos pasos hacia atrás. Ver a Ilia allí era sorprendente, pero a su hermano cubierto sólo por un suspensorio de cuero que dejaba ver su culo y muslos bien rojos, y un collar de cuero, estaba seguro de que le había causado una aneurisma.

Atado a su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora