Capítulo 5

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El señor Tormunt se acercó a ella sobresaltándola y sacándola de su lectura. Había encontrado un libro antiguo en la trastienda al que le faltaban páginas, otras las tenía rasgadas y la cubierta era casi nula. El tipo de libro que ella adoraba. Por eso había perdido la noción del tiempo, tanto que su jefe había tenido que ir a buscarla cuando ya pasaba media hora desde el cierre.

—Un día de estos un libro te atrapará del todo, Lise —bromeó el hombre de sesenta años.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

—No estaría mal.

—¡Eres joven! Sal a divertirte, hay un joven en la puerta desde hace un rato, seguro que está esperando.

Ella frunció el ceño, nadie la esperaba, estaba casi segura. Se asomó por la puerta de la trastienda y lo vio ahí, removiéndose como si estuviera nervioso. Ella lo miró con sorpresa y luego sonrió.

—Me voy entonces, hasta mañana, señor Tormunt —se despidió cogiendo el abrigo y salió de la tienda—. ¿Buscas un libro viejo?

—Te busco a ti. Dije que vendría —respondió Erik encogiéndose de hombros. Sonrió y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, aunque hasta sus labios estaban fríos. En el momento en que había salido se había arrebujado en su abrigo largo de imitación a piel, aunque los vaqueros estaban rotos en las rodillas y no llevaba unos térmicos debajo, el muy loco.

—Podías haber entrado, estás helado ¿sabes? —le riñó ella cogiendo su rostro entre sus manos—. Vamos a algún sitio caliente, anda, estás como una regadera, con el tiempo que hace.

—Pensé que saldrías en cuanto cerrarais, como cualquiera, no que tendrías que echar horas extras en una librería —se excusó él, con los ojos cerrados por el gusto que le daba sentir sus manos calientes en las mejillas—. ¿Entonces sí tienes un rato?

—Ya que casi te congelas puedo hacer un hueco —aceptó ella. La verdad era que lo tenía un poco saturado todo, su abuela la quería en casa para la cena, pero podía tomar algo con él—. Me he entretenido con un libro —le explicó cogiendo su mano para empezar a caminar.

—Todo el tiempo ahí y a última hora se queda por gusto, no tienes remedio —se burló Erik.

Se sentía triunfal por haber conseguido verla y hasta iban a pasar un rato juntos. Llevaba casi dos semanas esperando ese día en que ella iba a tener horas para poder hacer nudos sin prisas, pero nunca llegaba y había llegado un punto en que se había dado cuenta de que le daba igual que no fuera para follar y hacer una escena, quería que fueran amigos y le gustaba ver a sus amigos, no le valía con escribirse por el móvil.

—No era cualquier libro, es uno increíble, único, está un poco estropeado, pero si lo restauro... —le contó con ojos brillantes.

—Y mañana tendrás otras ocho horas para hacerlo. Lo dicho, sin remedio —insistió y la empujó con el hombro en actitud juguetona, aunque no la echó muy lejos ya que no le soltó la mano.

—Seguro que tú también te olvidas de la hora con tus ordenadores, varios, te recuerdo que tengo munición —le dijo con diversión.

—Eres muy mala conmigo, por eso tengo que usar la poca información de la que dispongo —explicó Erik con una sonrisa—. Además no conozco mucho esta zona y me tengo que fiar de ti para encontrar un buen sitio.

—Pobrecito, igual acabas en uno de esos clubs depravados de sado-maso —dijo ella con ironía sacándole la lengua.

—Dios me libre, con lo beato que soy yo —le siguió la broma—. Sólo de escucharte ya me estás pervirtiendo.

Atado a su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora