Epílogo

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Le pasó un brazo por los hombros para estrecharla contra sí e infundirle ánimo y le dio un beso en la cabeza. Lise dio un paso adelante separándose de él para dejar el clavel que había comprado frente a la tumba de su madre con fecha de un año atrás. Erik comprendía que una madre seguía siendo una madre, creía que lo que su novia podía añorar era la idea de lo que podría haber sido, y a la vez no comprendía qué hacían allí poniéndole flores y guardando luto en cierto modo cuando lo único que le había dado a su hija había sido problemas y disgustos. No obstante, si Lise quería estar ahí él sí tenía muy claro que él había ido porque ella necesitaba un apoyo que no se deshiciera por las costuras como los ancianos que los acompañaban. Karen y Jens tenían más razones para llorar a una hija que después se había alejado del buen camino. Erik reflexionó que, después de todo, su novia estaba más allí por la misma razón que él la acompañaba, para apoyar a sus abuelos. Lo que no estaba en tela de juicio era que, pese a las lágrimas, la muerte de esa mujer había hecho más bien que mal.

Un par de días después de que avisaran a Lise de que la habían visto en el barrio, la había acompañado a poner la denuncia, pero no habían llegado. Karen la había llamado para decirle que su madre había muerto en un accidente. Al parecer había estado demasiado colocada como para razonar que pasear por la carretera no era la mejor idea y al llegar a un cruce un coche se la había llevado por delante. Según dijeron había muerto en el acto y con las drogas en su organismo tampoco hubiera notado mucho aunque no hubiera sido inmediato. La noticia había sido devastadora en el momento. Había habido días en que había tenido que discutir con Lise para sacarle la idea de la cabeza de que su madre estaría viva si hubiera denunciado, si la hubieran encarcelado o ingresado antes. Habían sido unos primeros meses de mierda. Pero a fin de cuentas la vida seguía y al fin Lise había empezado a sonreír de verdad, se iba con Britta a frikear con los libros a cada oportunidad, había hecho más amigos, había dejado de tener miedo a que unos matones la asaltaran en cada esquina, en cualquier momento del día, disfrutaba de su trabajo e incluso había empezado a hacer algunos cursos más de literatura y restauración de libros y sus abuelos al fin podían vivir desahogadamente. Todo marchaba como debería.

—Deberíamos irnos —escuchó murmurar a Lise minutos después sin dejar de mirar a sus abuelos, abrazados y llorando a su hija—. Deberíamos volver a casa. ¿No?

—Lo que quieras —contestó al tiempo que sus dedos rozaron los de ella hasta que Lise se aferró a su mano.

—Yo... eso creo. Abuelo, abuela... es hora de irnos —les dijo a los ancianos acercándose aunque sin soltar la mano de Erik en ningún momento. Ella no había querido ir ahí, no necesitaba pasar por eso, pero sus abuelos habían ido, necesitaban hacer eso por su hija, y ella sabía que necesitaban que estuviera con ellos, como apoyo, igual que Erik era el suyo.

Los ancianos la miraron un segundo antes de volver a mirar la tumba una vez más. El abuelo de Lise asintió y apretó a su esposa contra sí para empezar a caminar.

—No sé si ha sido buena idea —le dijo a Erik—. Ellos se culpan.

—Habrían acabado viniendo solos, Lise —repuso mientras se acercaban al coche que habían alquilado por una hora.

—Supongo que sí —aceptó como las otras veces que antes incluso de ir le había dicho que no era buena idea—. ¿Te quedas hoy?

—Claro. Ya he avisado a mi hermano que no volvería, seguro que a estas alturas ya han dejado KO a Hanne. No me dejarás dormir en la calle, ¿verdad? La alternativa es vía directa al manicomio —le dijo bromeando como siempre, con algo más de ánimo para infundírselo a ella. El momento de riguroso silencio había pasado, Jens y Karen podrían seguir guardando luto, pero Lise no.

Atado a su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora