ORO FUNDIDO

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        El joven Artabano afila su espada larga de caballería en una tienda compartida , cuando un revuelo en el campamento parto llama su atención .
         Extrañado , se levanta del cojín y sale de la tienda . Varios hombres , tanto catrafactos como arqueros corren con bastante algarabía .

         - ¿ Qué está ocurriendo ?

         - El general romano ha llegado a nuestro campamento , con una pequeña escolta - contesta uno de ellos .

         < Debe de querer negociar la rendición > Mira más allá de las tiendas a la pequeña ciudad de Carrae . < Mejor que se rindan o se perderán muchos hombres en el asalto >
        Envaina la espada y sigue a los demás . Cuando llega a donde está colocada la tienda principal de Surena , ve al general romano llamado Craso . Este es un hombre de setenta años , que al ver la cabeza cortada de su propio hijo siente dolor .
        < Aunque nos haya invadido por codicia , un padre no debería sobrevivir a su hijo >

         - He venido a tratar las condiciones de paz .

         - Paz , que tú has roto por codicia . Querías el oro del Imperio Parto , pues lo vas a tener con creces - y el general Surena hace un gesto .

        De improviso , los arqueros partos atraviesan con sus flechas a los cuatro guardias pretorianos que iban con Craso . A este lo desarman y lo aprestan dos fornidos hombres . Artabano no puede creer dar crédito a lo que está viendo .
       Uno de los arqueros le da un pequeño caldero a Surena . Este lo coge en sus manos .

        - Abrirle la boca - ordena Surena .

         - ¿ Qué estáis haciendo ? ¡ Soy un cónsul  de Roma ! ¡ Malditos bárbaros ! - protesta el viejo general romano .

        Uno de los fornidos guerreros le obliga a mantener la boca abierta y Surena vierte el contenido del caldero  , oro fundido en su garganta .
        El  cuerpo  del cónsul Craso se convulsiona , mientras muere .

        - Ahora tú sed de oro está apaciguada - dice con un tono mordaz a la vez que vengativo .

        - Cortar su cabeza - ordena Surena .

        - Cortar su cabeza - ordena Surena

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        Sin el cónsul a su mando y muchos oficiales muertos , los supervivientes romanos se rindieron . Nada menos que diez mil prisioneros romanos .
         A caballo , Artabano vigila que ningún romano prisionero escape , por el camino de regreso a Ctesifonde . < Aunque a donde podrían ir , en un territorio que desconocen , sin comida , ni agua>
        Durante la marcha , algunos de sus compañeros rumorean que serán vendidos en el mercado de esclavos . Pero otros piensan que serán obligados a luchar por el Imperio Parto en alguna frontera alejada .
       Artabano mira los rostros abatidos pero duros de los prisioneros y piensa , que esto último es lo que va a pasar .
        < Aunque los hayamos derrotado con facilidad  con nuestras tácticas , los romanos han demostrado mucho coraje y disciplina . Si al final , terminan luchando por Partia , van a causar verdaderos estragos entre los sogdianos o los hunos >
        Pero deja de pensar en su destino , cuando a lo lejos ve las murallas de Ctesifonde . Entonces piensa en volver con su familia , a la que echa de menos .

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         El tribuno Longino había conseguido convencer a seis mil romanos para no rendirse y huir de vuelta a Siria .
       De vez en cuando mira hacia atrás , al igual que el resto de sus hombres , temblando ante la posibilidad de que se les echen encima los malditos arqueros a caballo partos o los imparables catrafractos .
     < Tal vez Julio César o Pompeyo consigan vencer al Imperio Parto y vengar está humillante derrota . Y quisiera formar parte de la expedición > piensa con fiereza el tribuno Longino .
        Aunque el Senado Romano no había aprobado la empresa , este no podía dejar sin respuesta semejante humillación al prestigio de las legiones romanas .
       < Roma no se da por vencida . ¡ Volveremos ! >

          FIN

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 SANGRE EN LA ARENA- escrito por Jesús Quintela Navazo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora