Una desesperada visita.

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La penumbra fue consumida por la luz cuando Ann encendió la lámpara. Preparada para ir a dormir, la periodista abrió el libro de su escritor favorito: Richard J. Crawell. La lluvia repiqueteaba contra la ventana mientras continuaba con el capítulo en el que se quedó. Le fascinaba la prosa con la que decoraba Crawell sus obras, su facilidad exquisita para describir los lugares y personajes le hacían pensar que pertenecía a la historia.

Tres golpes interrumpieron su ensimismamiento. Se colocó la bata y se dirigió a la puerta. Solamente una persona podría estar tocando la puerta a esas horas cuando todos preferían llamar con el timbre. Abrió la puerta y la figura de un hombre joven se imponía en el umbral. Richard Crawell, su mejor amigo.

Las gotas cubrían su rostro enmascarado con ansiedad, y las curvas de su cabello castaño claro se encontraban pegadas a su frente.

-Hola, Rick -saludó Ann.

Richard sonrió.

-Anny, disculpa la inoportuna visita, pero es una emergencia -su rostro se tornó serio-. Una del tipo literario.

La chica asintió comprendiendo.

-De las más graves.

El escritor hizo una mueca.

-Desafortunada y afortunadamente -Ann se hizo a un lado para dejarlo pasar.

-¿Quieres algo de beber? -ofreció.

-No, no. Si me permites, iré al grano -expresó a la vez que tomaba asiento enfrente de su amiga.

-Adelante.

Rick tomó una profunda respiración.

-Desde hace seis meses las musas me han abandonado. Siempre que intento escribir algo lo termino tirando en la papelera -negó con su cabeza-. He tenido momentos de desesperación creativa, por supuesto, pero nunca algo como esto -suspiró cansado-. Ann, no se me ocurre nada. Han pasado años desde la última vez que escribí algo digno. Y no lo soporto.

-¿Qué quieres decir? -Expresó la chica frunciendo el ceño- En este momento estas narrándome algo maravilloso.

-¿Qué? -dijo el autor con expresión confundida mientras intentaba pensar si había dicho algo en su arranque confesional que le podría servir.

-Tu trágica falta de inspiración, por supuesto.

Richard meneó la cabeza.

-Esto no me parece algo que merece ser contado. ¿Un célebre autor que no le queda ni una idea para escribir? Anny, llevo meses sin escribir algo que podría dar frutos. Todo lo que he querido transmitir por medio de las palabras ya lo he hecho anteriormente.

Ann asintió.

-Bien, en visto de que nadie puede forzar la creatividad de un artista, entonces no hay nada qué hacer.

Rick la miró con incredulidad.

-¿Qué clase de apoyo me estás dando? Se supone que me ayudarías a que nazcan más ideas, a exhortarme a seguir escribiendo sin importar las malas rachas. ¡Se supone que me darías un buen consejo!

La chica sonrió.

-Richard, me parece que tenemos un concepto muy diferente de lo que es un buen consejo.

Él resopló.

-Entonces, ¿qué es para ti un buen consejo? Porque agradecería que me ayudaras dándome uno en lugar de expresar ideas incompletas.

-Eres muy suspicaz, Rick -empezó Ann-. Pero solo con aquellas cosas que consideras como un reto. Aquello que desestimas te pasa desapercibido y lo cubres con una manta mental, de la que ni siquiera te acuerdas hasta que la necesitas. Es hora de que retires esa manta y desempolves los recuerdos.

Richard permaneció callado aun cuando Ann terminó de explicar. La luz de la lámpara iluminaba la sala tenuemente. La mirada de Richard se hallaba fija en el rostro de la chica de cabello tan oscuro como el firmamento nocturno.

-¿Richard?-Dijo Ann posando una mano de manera preocupada sobre la de su amigo.

Él parpadeó para salir de sus pensamientos, y se aferró a los que le podrían servir.

-Necesito papel y un bolígrafo -expresó este con una renovada inspiración.

A pesar de que Ann conocía a Rick de una manera extraordinaria, no esperaba escuchar eso. Sus consejos solían tardar en tener efecto en su amigo pero, sin vacilar, se puso de pie y rápidamente se dirigió hacia su escritorio.

Tomó un montón de hojas que descansaban allí, pensando que ningún escrito en aquellos papeles contendría algo tan importante como lo que estaban a punto de tener tatuado. Agarró un bolígrafo de tinta azul y corrió de regreso a su lugar. Rick los tomó firmemente, pero sin prisa.

Escribió sin despegar la punta del papel ni siquiera para dar un respiro, mientras que Ann contemplaba fascinada el trance en el que se encontraba su amigo.

Cuando el artista terminó de escribir, exhaló.

-He anotado todas las ideas básicas.

Y prometiéndole que sería la primera en recibir el ejemplar publicado de su próxima obra, Rick dio las buenas noches y salió sin el peso que se le notaba cuando llegó.

Desempolvado recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora