Desde lo alto del Monte Olimpo, donde los dioses se elevan majestuosos, Afrodita, la diosa del amor y la belleza, se asoma radiante y solitaria. Con una gracia indescriptible, se acerca al acantilado por donde la cascada cae en un torrente incesante.
Vestida únicamente con un velo transparente, desafía lo convencional y muestra su desnudez sin temor ni vergüenza. Su larga cabellera rubia enmarca un rostro que emite un encanto que atrae las miradas de aquellos que se rinden ante su magnificencia.
La nacida de la espuma sueña con liberarse de la monotonía que se enrosca como serpiente en torno a su triste y sempiterna vida. Sus suspiros anhelantes reverberan en lo más profundo de su ser como un mar agitado, implorando una vía de escape hacia un nuevo horizonte.
La vida eterna puede parecer un regalo divino, pues otorga la capacidad de disfrutar del mundo sin temor al paso del tiempo. Sin embargo, en ocasiones la eternidad se convierte en una verdadera maldición. Imagina vivir y vivir sin fin, sin la posibilidad de escapar del ciclo de la existencia. Cada momento se volvería repetitivo, la emoción de la vida se perdería por completo, y lo que alguna vez fue emocionante y nuevo se volvería aburrido y predecible.
Por otro lado, la mortalidad es la esencia misma de la vida, pues la posibilidad de perderla en cualquier momento nos obliga a valorar cada segundo y a vivir con pasión. La mortalidad es la que nos impulsa a perseguir nuestros sueños y a valorar nuestras relaciones con los demás.
Tras un momento de profunda reflexión, la deidad se pone de pie, quita su vista del abismo y la dirige hacia el horizonte, donde el llameante Helios se esconde para dejarle el cielo libre a la fría Selena.
Afrodita, sumida en un mar de culpa, se entrega rendida ante la majestuosidad de la luna llena, cuyo resplandor desnuda su alma vulnerable. Con lágrimas como ríos, reconoce con amarga sinceridad su fallo como madre al abandonar a cada uno de sus hijos. Su confesión es un eco melancólico que se desliza por las estrellas. El manto de su pasado se desgarra en pedazos, mientras admite su mal desempeño como esposa, haciendo alusión a los innumerables actos de adulterio que cometió.
Mas sus palabras no encuentran forma precisa, solo revelan su anhelo por recobrar el brillo de sus ojos, brillo que se desvaneció en la inmensidad de los días pasados.
Mientras el tiempo fluye con cada latido de su angustiado corazón, Afrodita decide regresar al imponente palacio con una expresión de desconcierto y una mirada en busca de respuestas. Sin embargo, un fuerte viento del Este, como un capricho del destino, agita con fuerza su cabellera, deteniéndola como un suspiro suspendido en el aire.
En medio del caos, un cosquilleo intenso se apodera de su nariz. Las fuertes ráfagas trasladaron una diminuta flor de Drea a una de sus fosas nasales, lo que la hizo liberar una sustancia rojiza en un dramático estornudo.
Sin previa advertencia, aquella extraña mucosidad colisiona con la fuerza de Heracles sobre el níveo plumaje de una paloma albina, como un encuentro cósmico...
Con un estornudo cargado de magia, se despliega ante los ojos apagados de Afrodita un panorama donde el destino se entreteje con hilos de posibilidad, abriendo las puertas a un nuevo capítulo repleto de sorpresas y transformaciones inesperadas. En ese fugaz instante, el pasado se desvanece y el futuro queda revelado.
ESTÁS LEYENDO
La Diosa Andrea
FantasyAndrea, la última hija de la diosa Afrodita, está destinada a convertirse en la nueva diosa del amor tras la partida de su madre. Pero su vida ''perfecta'' en la cima del Monte Olimpo se ve abruptamente interrumpida cuando se ve forzada a huir y ref...