El Florecimiento de Las Cortesanas

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UNA TARDE, en 1959, sonó el timbre de la puerta.

Frank y Sylvia Gussett acababan de acomodarse para ver los programas de la televisión. Frank colocó en la mesa su vaso de gin and tonic y se puso en pie. Luego, se dirigió al recibidor y abrió la puerta.

Era una mujer.

-Buenas tardes -dijo-. Represento al Intercambio.

-¿Al Intercambio? -preguntó Frank, sonriendo cortésmente.

-Sí -dijo la mujer-. Estamos poniendo en práctica un programa experimental en el vecindario. En cuanto a nuestros servicios...

Sus servicios eran bastante venerables. Frank tragó saliva.

-¿Está usted hablando en serio? -inquirió.

-Absolutamente -replicó la mujer.

-Pero, ¡santo cielo!, no pueden ustedes venir a nuestras propias casas y..., y..., eso es contrario a las leyes! ¡Podría hacer que la arrestaran!

-¡Oh, no es posible que desee usted eso! -dijo la mujer, al tiempo que aspiraba profundamente el aire para que su blusa tomara un aspecto provocativo.

-¿Usted lo cree? -le dijo Frank, cerrándole la puerta en las narices.

Permaneció a continuación inmóvil, tratando de recuperar la respiración. En el exterior, oyó el repiqueteo de los altos tacones de la mujer que descendían por los escalones del porche y luego se desvanecían.

Frank se dirigió con paso vacilante hasta el salón.

-Es increíble -dijo.

Sylvia levantó la mirada de sobre el aparato de televisión.

-¿Qué quieres decir?

Frank se lo explicó.

-¿Qué?

Se incorporó en su asiento, estupefacta.

Los dos esposos permanecieron un momento mirándose el uno a la otra. Luego, Sylvia se dirigió hacia el teléfono y lo descolgó. Marcó un número en el disco y le dijo a la telefonista:

-Deseo que me comunique con la policía.

-Extraño asunto -dijo el policía, que llegó unos minutos más tarde.

-Realmente extraño -aprobó Frank.

-Bueno, ¿qué piensan ustedes hacer? -quiso saber Sylvia.

-No podemos hacer gran cosa, señora -explicó el policía-. No tenemos nada en qué basarnos.

-Pero, mi descripción... -comenzó a protestar Frank.

-No podemos ir por la ciudad, arrestando a todas las mujeres que veamos con tacones altos y una blusa blanca -le indicó el agente-. Si vuelve, comuníquenoslo. Sin embargo, es probable que se trate de alguna chiflada.

-Es posible que tenga razón -dijo Frank, cuando se alejó el automóvil de la patrulla.

-Me sucedió algo muy extraño anoche -le dijo Frank a Maxwell, cuando se dirigían al trabajo, a la mañana siguiente.

Maxwell rió despectivamente.

-Sí, vino también a nuestra casa -dijo.

-¿De veras?

Frank miró asombrado a su vecino, que estaba sonriendo.

-Sí -replicó Maxwell-. Tuve suerte de que la anciana abriera la puerta.

Cuentos Fantásticos - Richard MathesonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora