Cicatrices

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Me desperté al escuchar un grito que parecía provenir de la planta baja. Rápidamente me levante y acabé tropezando con mis sábanas. En cuanto pude ponerme de pie, salí de mi habitación y al cruzar la esquina me choqué de bruces con algo, o alguien.

–Ehm...buenos días– escuché la voz  de Jules, quien se alejó de mi para mirarme y sonreírme. Yo todavía me encontraba asustada por el grito que había escuchado e intenté avanzar para ver si alguien necesitaba ayuda. Jules me paró al sostener mi brazo.– Eh tranquila, tranquila.

–¡¿Pero no lo has escuchado? Alguien se ha hecho daño, tenemos que bajar!– grité mientras intentaba zafarme de su agarre.

–Solo ha sido una cocinera que se ha hecho un corte preparando la comida.– contestó tranquilamente– además ya está Jack allí,  si bajamos solo molestaremos.

Le miré y me finalmente soltó, me froté la cara y suspiré.

–¿De verdad no ha sido nada grave?– pregunté todavía preocupada. Él sonrió y negó con la cabeza.

–Venga vamos a desayunar.– contestó en su lugar y procedí a seguirle.



Me sentía fuera de lugar en este sitio, como si no fuera para mi, ni siquiera sabía cómo debía comportarme. Al menos había dormido de maravilla  y por ahora no sentía ganas de volver. No me malinterpretéis, de cierta manera si que echaba de menos mi casa, pero aquella en la que todo era perfecto, no la casa maldita en la que se había convertido después de la muerte de mi madre.

Aún recuerdo la noche del accidente

¿Por qué la gente siempre muere de noche?

En parte supongo que fue mi culpa, fui yo quien dijo que tomara esa carretera, que llegaríamos antes si íbamos por ahí. Y ella lo hizo sin dudar. ¿Quién iba a sospechar que un coche se nos cruzaría de frente? Aun así ella hizo todo lo posible para que solo me quedaran tres cicatrices en la piel.

Tres cicatrices llenas de culpa y odio.

Dejando el tema a parte, esa mañana decidí dar un paseo por el jardín de la casa. Todo parecía hecho a medida para los mismísimos reyes. Debían tener mucho dinero, aunque claro, el señor Jones era un gran empresario, uno de los mejores.

Me senté en un banco mientras miraba al jardinero cortar los árboles subido a una escalera, cuando me vio sonrió e hizo un gesto con la mano a modo de saludo y siguió a lo suyo.

No me había dado cuenta de lo cansada que estaba hasta este momento. Con mi padre todo parecía un torbellino negro desde ese día, ni me hablaba ni parecía tener intenciones de hacerlo. Escuchaba sus conversaciones por teléfono en las que se quejaba del poco dinero que nos quedaba.

Y de la nada yo estaba aquí, con gente que ni siquiera me conocía.

En cierto modo parecía que se habían querido librar de mi.

Aún seguía sentada cuando un coche negro apareció por la carretera y aparcó a un lado de la casa. Mierda, ese coche era el del señor Jones ¿No iba a llegar la semana que viene? Me levanté rápidamente y limpié mi falda, llegué a la puerta justo cuando él lo hizo.

–Buenos días Beth querida, ¿De donde vienes tan apresurada? – dijo él cuando me vio.

–Daba un paseo, ¿Cómo ha ido el viaje? – intenté sonreír educadamente.

–Bien, todo bien– hizo un gesto con la mano para darle poca importancia – Cuéntame, ¿Cómo ha sido tu llegada? ¿Te han dado muchos problemas?– Se sentó en el sofá, viéndose cansado – ¡Anne trae un café al salón!– gritó como si nada, al parecer esto venía de familia.

–¿Problemas?– Contesté desconcertada, sentándome en el sofá de en frente.

– Oh si ya sabes mis hijos no son muy...hospitalarios.– respondió él. Me reí disimuladamente dando por hecho que se refería a Jack.

–No ningún tipo de problema, Jules me enseñó la casa ayer.

–¡Señor Jones, no sabía que llegaba hoy, perdone la tardanza!– Anne se apresuró a servir su café y dárselo.

–Al parecer el acuerdo tardó menos de lo que esperábamos– sonrió él y esperó a que la sirvienta se alejara para seguir con la charla.– Entonces...¿Cómo ha ido con Jack, Beth?– Repentinamente me dio un ataque de tos.

–¿Así de mal? – dijo sin darme tiempo a responder, su expresión se volvió triste.– Dale algo de tiempo, funcionará. Confía en mi.– Respondí con una sonrisa sin saber muy bien qué decir.

Justo él fue quien apareció en la estancia repentinamente, logrando ponerme nerviosa.

– ¿Papá qué haces aquí?– preguntó todavía de pie, le miré de reojo. Hice el ademán de levantarme para dejarles a solas.

–Beth, no te vayas todavía tengo que hablar contigo sobre un asunto.– Me volví a sentar, Jack me miró y volvió su atención a su padre.– Buenos días para ti también Jack, he oído que no has tratado muy bien a nuestra invitada.

Trágame tierra.

–¿Y qué querías, que le trajera flores y le dijera lo guapa que es?– mi cara comenzó a enrojecer.

–Entonces te parece guapa, es un buen comienzo– dio un sorbo al café.

¿De verdad esto estaba sucediendo? Mi vista no paraba de ir de uno a otro, parecía un partido de tenis.

– Cállate – contestó él frustrado, su padre se rio y dejó el café sobre la mesa.

–Tengo algo que deciros– Miré al señor Jones, más serio que antes.– Mañana vendrá un psicólogo a casa.

–¿Un psicólogo? – pregunté yo, aunque Jack-quien estaba sentado en una silla-parecía saber de que se trataba.

–Al parecer el médico que te atendió tras el accidente ha decidido que será lo mejor para ti. – Mike me miraba apenado.

–¿Lo mejor para mi?– No lo entendía, mi mente empezó a nublarse.

–Deberías decírselo. – Le dijo Jack.

–¿Decirme qué?– mire esta vez hacia él, confusa.

Durante un momento hubo silencio.

–¿Qué es lo que pasa? – pregunté nerviosa, Mike se aclaró la garganta.

–Al parecer, debido al golpe en la cabeza tienes algunas lagunas.

–¿Lagunas?– mi mente comenzó a dar vueltas.

–Pérdidas de memoria

Cuando perdí la cordura [En proceso]Where stories live. Discover now