Prólogo

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No sé si era una ironía de la vida, te habías ido con una delicada blusa blanca y un pantalón del mismo color y te estábamos despidiendo mientras llevabas un hermoso vestido blanco.

Uno similar al que yo llevaba puesto, con la diferencia de que el mío era negro.

Lo siento, siempre habíamos compartido los mismos gustos y en situaciones importantes nos vestíamos igual, no puedo.

No puedo despedirme de ti, no usando la misma ropa.

Te amo.

Quisiera que eso hubiera sido suficiente, pero no lo era.

Igualmente pusiste una soga alrededor de tu cuello y te ahorcaste, te quitaste la vida, me quitaste la vida.

En el pasado bromeabas con esto, decías que cuando alguna muriera les daríamos un susto a las personas que asistiera al velorio, decías que teníamos que sacarle provecho a ser gemelas.

Nunca me pareció divertido, hoy mucho menos.

No sabía que te llevarías todo contigo, no sabía que te irías.

Hay, dentro de esa caja, te ves tan bella, siempre fuiste hermosa, que injusto que nunca lo notaras.

¿Qué le diré a Lonnie?

¿Tampoco pensaste en él?

¿Pensaste en alguien acaso?

No, por primera vez en tu vida fuiste egoísta, y odio que lo fueras.

- ¿Dirás algunas palabras para tu hermana? – preguntó el padre ocasionando que todos me miraran.

No, en unos minutos bajarían la caja, te echarían tierra encima, te terminarías de ir, no podía ver eso, no podía ser partícipe de esto.

Sentí mi corazón acelerarse, el padre me miró preocupado cuando empecé a negar con la cabeza repetitivamente.

Lo siento Ara.

Tú fuiste egoísta, yo también quería serlo.

No me despediría, no hoy, no frente a todos, no cuando estaban a punto de enterrar a mí otra mitad, a mi gemela, a mi alma gemela.

Los tulipanes en mis manos cayeron al suelo y mi vestido se agito cuando después de retroceder algunos pasos di media vuelta y corrí lejos de ahí, lejos de ti.

Lo entenderías, y si no lo entendías no podías decirlo, ya no podías.

Entonces corrí, a mí no me gustaba correr pero ese día lo hice, necesitaba irme, necesitaba estar sola, necesitaba huir.

Pero también necesitaba un abrazo.

No sé cuánto corrí, no mucho, tal vez algunos metros, pero fueron los suficientes para dejar el cementerio lejos.

Y cuando no pude correr más, cuando asimile lo que estaba pasando, cuando entendí que ya no estarías para mí y solo habías dejado una carta para mí.

Solo ahí mis piernas flaquearon y caí de rodillas, las lágrimas corrieron por mis mejillas y un sollozo escapó desde el fondo de mi garganta.

Te habías ido.

¡Te habías ido maldita sea! ¡Me abandonaste! ¡A mí!

¡No tenías que irte! ¡¿Por qué te habías largado?! ¡¿Por qué me habías abandonado?! ¡¿Por qué?!

El aire empezó a faltarme, estaba furiosa contigo, te estaba odiando en estos momentos.

Entonces sin importarme nada empecé a golpear el suelo, un golpe tras otro, lo más fuerte que pude, no pare hasta que el escozor rodeo mis manos, no pare hasta que unos brazos me rodearon y quede estática.

Todo en mi estaba inerte, mi respiración se detuvo, mis lágrimas pararon y mi dolor disminuyó.

No vi el rostro del extraño, solo escuche su voz.

- No te detengas, saca tu dolor, no te juzgare, golpéame, grítame, insúltame o llora, yo estaré aquí para sostenerte – fue como si mi cuerpo reaccionara enseguida, todo lo que se había detenido continuo su curso.

Mis manos se dirigieron a su pecho, se formaron en dos puños y empecé a golpearlo con furia.

- ¡Te odio! ¡Te odio maldita sea! ¡No tenías que hacerme esto! ¡Te amé por quince años! ¡Estuvimos juntas siempre! ¡Éramos nosotras dos contra todo! ¡Éramos nosotras dos! – no paraba de golpearlo, necesitaba golpear algo, necesitaba...necesitaba...la necesitaba.

Y mis golpes se detuvieron, más no le di tiempo al chico de hacer algún movimiento cuando pase mis brazos por su cuello y lo abrace, con mi cabeza descansando en su pecho.

Entonces las lágrimas no tardaron en salir con más fuerza, una tras otra, como si quisieran mostrar cual era más rápida, cual mostraba más mi dolor.

El coloco sus manos alrededor de mi cintura y me estrecho contra él, me brindo su calor, me regalo un abrazo.

No sé si mi hermana sabía que necesitaba de alguien que me sostuviera y mandó a un chico para hacerlo.

El pensar que ella no lo haría más ocasiono que lo abrazara más a mí.

Entonces bajo el sol, porque no iba a llover cada que moría alguien, hincada en el piso, abrazando a un extraño, con los sollozos escapando de mi garganta y las lágrimas corriendo por mis mejillas, con mis brazos rodeando su cuello, con mi vestido negro lleno de polvo...

Llorando la perdida de mi hermana, el dolor inundó cada parte de mi cuerpo y permití que un extraño sostuviera cada pedazo del corazón que con su partida se había roto.

Ella era bella, él una bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora