prólogo

34 5 2
                                    

El sol era casi tan radiante como el futuro del chico que a base de esfuerzo, sudor y lágrimas había logrado superar el primer escalón de la enorme escalera a cumplir sus sueños.
Él podía lograrlo.
Él podría ser el mejor defensor de las injusticias, cambiar al mundo con sólo un par de palabras.

Aunque existía un pequeño inconveniente;

Él era mudo.

Los recuerdos lo golpean noche tras noche, dónde no sólo no puede gritar, sino que la desesperación lo asfixia y sus quejidos son tan suaves que, de no ser por la pequeña campanilla junto a su cama, sus padres no sabrían de su ataque.

La pelota escapa de sus manos, él la persigue, el grito desgarrador de Julia a sus espaldas, la estruendosa bocina de una camioneta y su pequeño cuerpo ser derribado con fuerza.
Luego la historia de siempre.

Quirófano, sedarlo, quirófano, sedarlo, quirófano, sedarlo.

El resultado final se determinaba a la recuperación de sus huesos rotos, la sutura en su rostro cerca de la quijada, la infección, el raspado, reconstrucción y pérdida de su audición en el oído derecho, tiempo después, y según los doctores como efecto del estrés, su cuerdas vocales dejaron de vibrar, y con ello la dulce voz de aquel niño de ocho años dejó de sonar.

Hoy, diez años más tarde y con una beca del 100% para poder estudiar en una de las mejores universidades del país, Horacio es la persona más feliz del mundo.

Sin importarle el no poder oír los pájaros a menos que estén a su lado.
Sin importarle el no poder cantar o chillar o simplemente sollozar.
Sin importarle la exclusión que la sociedad le obliga a vivir día a día.

Él es feliz porque está vivo.

Porque cumplirá sus sueños cueste lo que cueste.






______


Viktor balancea sus pies con ansiedad, en ese momento debe mantener silencio si no quiere meterse en problemas.

Pero es él, y jamás guarda silencio.

Luego de que la maestra de historia, ya completamente harta del adolescente, le pidiese que saliera del salón y este se negase, la mujer de unos cuarenta y algo le preguntó qué tenía que hacer para que la dejara continuar la clase.

Volkov debió callarse.

Era una pregunta retórica, todos saben que esas preguntas no se responden.

Pero el ruso no tenía filtro, y todo lo que se pudiese decir, él lo hacía.

Se había puesto de pie con sus cosas cuando la pregunta retórica salió de los labios de su maestra, Viktor Volkov se giró con una sonrisa socarrona y sus palabras resonaron antes de que todos estallaran en carcajadas burlescas.

"PÍDAMELO DE RODILLAS, OBVIO."

Esa fue la gota que derramó el vaso.

Volkov ríe con fuerza mientras la mujer lo empuja fuera del salón.

16 años y toda una vida de vandalismo.

Se desliza por la pared junto a los casilleros, y se dedica a juguetear con su teléfono mientras espera a que el chino, Juanjo o Greco saliera, cualquiera de sus tres chicos, de distintos grados, le serviría para distraerse, incluso Paola o, si ya no quedaban más opciones, alguna de las Harries, no las diferenciaba, pero tampoco le importaba mucho.

Él podía seducirte con palabras hasta que, como una ingenua mosca, cayeras en su telaraña de prosa extensa y frases complejas con ese acento ruso marcado.

Volkov hablaba mucho, pero nunca la oyeron decir nada sobre sí mismo.

mute; volkacio au.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora