freak

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Horacio despierta exactamente a las 7:06 am, justo cuando el primer rayo del sol que llega a su cuarto golpea en sus ojos heterocrómeos.
Para que esto suceda, su persiana color verde agua debe estar alzada 35 centímetros del marco de la ventana y debe dormir en una sola posición, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha.
Parece complicado, pero descubrió este método hace ya varios años, cuando volvió a la escuela después de aprender lenguaje de señas, y de esa manera podía despertar sin necesidad del despertador.

Sonríe por la posibilidad de existir un día más, de ver a sus padres, de respirar por sí mismo. Sonríe porque la vida es hermosa a su manera.

Entonces cae en cuenta de un detalle, el viernes había terminado la escuela, finalmente. Todos sus años académicos necesarios, con un año de atraso por el accidente.
Graduad0 con honores, se leía en el diploma que Jack, su padre adoptivo, había colgado el sábado por la mañana.

Hoy, lunes, no tenía clases.
Ni martes, ni miércoles, ni jueves.
Ni ningún otro día hasta dentro de un par de meses, cuando nuevamente se establecieran los plazos para la universidad.

¿Qué haría de las siete con seis de la mañana a las tres treinta y dos de la tarde? Que era el horario desde que se levantaba hasta que ponía un pie en su casa.

El resto de su rutina seguía inamovible, comer hasta las 4:06, leer hasta las 5, ducharse y vestirse hasta las 6 (a veces le dedicaba un poco más de tiempo, puesto que le gustaba combinar sus atuendos) para que su madre lo llevase al centro de inclusión, donde Horacio era uno de los profesores que ayudaba a los niños sordo-mudo a aprender a expresarse por medio de las señas, a leer y a escribir, con la esperanza de que posteriormente pudieran ir a escuelas comunes y corrientes.

O eso le gustaba creer.

Sabía que los padres de todos modos los enviarían a escuelas especiales.

¿Por qué tratar de manera "especial" a niños que son como cualquiera? Tienen dificultades, sí, pero no deberían ser enclaustrados para que luego los etiqueten por su condición.

El sordo.

La muda.

El ciego.

Etiquetas que, a la hora de sobrevivir, se sostienen a tus pies como cadenas que no hacen más que impedirte volar, y que no sólo te dejan en el suelo, sino que te hunden en las arenas movedizas que conocemos como sociedad.

Horacio no era así.

Se decide, finalmente, por hacer su rutina diaria y colocarse unos jeans algo llamativos, con unos tennis a juego con su enorme sudadera con una mariposa en el pecho.

Baja las escaleras para ir hasta la cocina, deja el pan en la tostadora y se dirige al sótano para tomar uno de sus viejos cuadernos de partituras.
Él no oía bien, casi nada, pero le gustaba imaginar cómo se escuchaba el día a día con un ritmo diferente.

Sus ojos captaban el aleteo de un pájaro y, sin oír su trino, lo escribía. Un ave pequeña aletea más rápido. Semicorchea, semicorchea, semicorchea, silencio de cuatro tiempos.
Un niño jugando, cae, raspa sus rodillas.
Blanca, negra, negra, corchea, negra, blanca, silencio de dos tiempos, corchea, semicorchea.
Quizás para ustedes no tenga sentido, pero, para comprobarlo, golpeaba sus dedos índice y medio contra su muslo, el roce finalmente le decía cómo funcionaba.

Sus padres le mencionaron más de una vez que se dedicara al arte, gracias a esa implacable visión de los detalles.
Pero lo suyo era la música, incluso si no sabía cómo oírla, ni mucho menos cómo tocarla.

Se sienta con las tostadas, dándoles amplias mascadas, pero masticando lentamente, tenía todo el tiempo del mundo.

Relee algunas "partituras" que hace años no veía, y se decide a salir.
Un lápiz en su bolsillo derecho y su cuadernillo bajo el brazo.

_____

Volkov sabe que lo mira, una nueva calada a su cigarrillo, y bota el humo por la nariz, debería estar en la escuela, pero por no cerrar su bocata estaba suspendido hasta el miércoles.
Sus padres lo matarían si se enteraran.

Era tan fácil mentir para él, las palabras brotaban de su boca sin control alguno, y lo odiaba. Pero ya no tenía nada más que hacer con ello, después de todo, llevaba 16 años conviviendo con el vómito verbal.

Siente su cuello arder, y cuando gira la vista ve al mismo chico de la cresta que escribe en un pequeño cuaderno, parece inspirado y feliz. Le repugna.

Se pone de pie, dándole una última calada al cigarrillo y lo bota al suelo, apagándolo con la punta de su pie. Deja que la nicotina se deslice por su boca, y sonríe para acercarse, los ojos ajenos le observan y él frunce el entrecejo al ver al chico escribir con mayor rapidez.

Cuándo llega a unos dos metros de distancia, espera a que se establezca el contacto visual.

—¿Te gusta lo que ves, bonito?— Pregunta con la voz rasposa, dispuesto a divertirse antes de ir a casa a terminar de perder el tiempo. Pero el chico no le responde, incluso, baja nuevamente la cabeza antes de que ella termine la pregunta. Viktor tensa su mandíbula.—Oye... pero qué cojones.— Gruñe cuando es ignorado por segunda vez. El chico, por su parte, mira su reloj de muñeca, y se pone de pie para despedirse con la mano e irse.

Volkov refunfuña y, malhumorado, vuelve a su casa.

Estúpido engreído, ni siquiera se vestía bien. Fenómeno.

mute; volkacio au.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora