Prólogo

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Egipto 1290 A.C.

El sol iluminaba con todas sus fuerzas antes de desaparecer dejando ver al pueblo de Tebas, la ciudad de los vivos la joya de la corona del faraón Seti 1 quien llegaba en su carruaje después de recorrer su reino siendo reverenciado por sus guardias.

Mientras en una parte del palacio se encontraba un hombre de alto, complexión robusta, y cabello rubio disfrutaba la vista desde un balcón su nombre era Reiner el gran sacerdote del faraón, guardián de la muerte.

Reiner se dio media vuelta al escuchar unos pasos aproximándose y vio a la persona que más quería.

Bertholdt, un chico alto de cabello negro, ojos verdes con tonalidades oscuras se encaminaba en paso lento hacia su amante.

El era un chico hermoso pero por su belleza se ha convertido en el favorito del faraón, y ninguna persona se le tiene permitido tocarlo.

Ambos se miraron directamente a los ojos antes de besarse con pasión, lo único que les haría arriesgar su propia vida era su amor.

Los dos estaban concentrados en lo suyo que Reiner no se percató que cuando sus manos acariciaban los hombros del contrario ocasionaba que parte de la tinta fresca que marcaba a Bertholdt como propiedad del faraón fuera borrada.

Los sacerdotes de Reiner se apresuraron en cerrar las puertas al ver a Bertholdt entrar pero no pudieron ya que el faraón fue quien las abrio, lo primero que pensó al llegar a su hogar fue visitar a su consorte preferido, pero Seti se quedó sorprendido al ver a los sacerdotes de Reiner ahí.

- ¿Qué están haciendo aquí?- preguntó desconcentrado el faraón por la precensia de aquellos hombres quienes bajaron la cabeza tratando de pensar una solución de sacar a su amo de ahí.

El faraón dirigió su vista al frente y emprendió su camino esperando no encontrarse con una desagradable sorpresa mientras que a sus espaldas los sacerdotes cerraban la puerta.

El hombre corrio las cortinas que servían para dividir la habitación con el resto del lugar y vio a Bertholdt reposando sobre la escultura de la diosa Bastet ambos cruzaron miradas y entonces Seti se percató de la tinta corrida del brazo de su concubino.

- ¿Quien se atrevió a tocarte?- preguntó enojado el faraón señalando el brazo izquierdo del joven quien transformó su mirada a una de sorpresa y miedo.

El faraón sintió la presencia de alguien a sus espaldas, lo que hizo que se girara encontrándose a Reiner quién sacó la espada del cinto del faraón en una distracción de este.

- ¿Reiner? ¿Mi sumo sacerdote?- dijo el faraón sorprendido pero no pudo hacer nada más ya que sintió una apuñalada en su espalda, se giró y vió que fue Bertholdt quien había cometido esa acción.

Soltó otro chillido de dolor el faraón al sentir otro corte en su pecho de parte del sacerdote y así lo hicieron varias veces hasta dejar al faraón muerto.

Escucharon las puertas azotar con brusquedad, supieron enseguida que se trataba de la guardia del faraón como si algo o alguien les hubiera advertido de la situación.

- La guardia del faraón- exclamó Reiner asustado de los descubrieran a ambos en aquella situación.

- Vete de aquí, salva tú vida- dijo Bertholdt al darse cuenta del poco tiempo que tenían antes de que la guardia entrara.

- No lo haré- dijo firme Reiner, sabía que esa acción era el inicio de su fin pero por nada del mundo dejaría al amor de su vida.

- Sólo tu puedes resucitarme- exclamó el chico, Reiner miró a su amante con sorpresa aún sin poder creerse lo que acaba de escuchar.

Pero no pudo hacer nada más porque fue sujetado por sus sacerdotes quienes planeaban sacarlo de ahí lo antes posible.

- ¡No te dejaré! ¡Sueltenme!- gritó forcejeando tratando de liberarse del agarre de sus sacerdotes y lo último que vió fue la mirada asustada de Bertholdt antes de que lo sacaran.

- ¡Volveras a vivir! ¡Te devolveré la vida!- le gritó Reiner a Bertholdt quién se giró para encarar a la guardia que se sorprendieron al ver el cadáver del faraón en el piso.

- Mi cuerpo ya no será su templo- exclamó Bertholdt levantando su daga y apuñalarse siendo observado por Reiner quién cerró los ojos debido al dolor que sentía cuándo vio a su amado morir.

Para resucitar Bertholdt, Reiner y sus sacerdotes entraron en su cripta y robaron su cuerpo.

Ellos se internaron en las profundidades del desierto llevando el cadáver de Bertholdt hasta Hamunaptra ciudad de los muertos. Antiguo cementerio de los hijos de los faraones y lugar de reposo de los tesoros de Egipto.

Por su amor, Reiner provocó la ira de los dioses al internarse en la ciudad dónde tomó el libro de los muertos de su recinto sagrado.


El alma de Bertholdt habia sido enviada al inframundo, sus organos vitales fueron sacados y los introducieron en cinco vasijas sagradas.

El ritual había comenzado, los sacerdotes alrededor de aquella mesa de piedra donde se encontraba el cadaver de Bertholdt, Reiner se acercó y empezó a recitar el conjuro.

Del alquitrán que estaba a unos metros de ellos salió una figura extraña que se acercaba al cuerpo de Bertholdt donde entró e hizo que el chico despertará.

El alma de Bertholdt había regresado de las tinieblas, Reiner apunto de concluir el ritual fue detenido por la guardia del faraón quienes lo habían seguido para que no cumpliera su cometido.

El alma de Bertholdt salió de su cuerpo y volvió al alquitrán su conducto para regresar al reino de los muertos.

Los sacerdotes de Reiner fueron condenados a ser momificados vivos,  en cuanto a Reiner este temblaba de miedo ya que el fue condenado a sufrir el Hondai la peor de todas las maldiciones antiguas, tan horrible que nunca antes se habia aplicado.

Lo primero que hicieron fue cortarle la lengua escuchando el grito de dolor de este, después le pusieron las vendas por su cuerpo todo siendo observado por Reiner quien temía por todo lo que estaba pasando pero ya no pudo ver nada cuando le vendaron el rostro, unos hombres lo pusieron en el sarcófago mientras otro tenía una gran vasija y vacío el contenido de esta que eran escarabajos carnívoros que comenzaron a devorar a Reiner quien aún seguía con vida, después de esto sellaron el sarcófago con una llave especial y lo enterraron bajo las piernas de anubis.

Fue condenado a permanecer encerrado en su sarcófago a no morir por toda la eternidad, la guardia del faraón quienes lo estaban enterrando jamás permitirían que fuese liberado porque si se liberaba se esparciria una enfermedad, una plaga sobre la humanidad, un maléfico comedor de carne, con la fuerza de las eras, el poder sobre las arenas y la gloria de lo invencible.

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