La Casera

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A unos pasos del famoso mercado en Achumani, lejos de los estereotipos; encuentras a un lado del río una especie de cafetería, por el momento esta vacía.

Escucho el sonido del viento, los autos pasando a velocidad increíble, solo pienso en una cosa hasta que la voz de la casera anuncia “pasa casero, señorita, hay asiento” la típica frase que no podría aburrirte jamás. Tomo asiento, miro a mi alrededor, es tan calmado aquí, ahora creo comprender porque todos quieren vivir por aquí, aunque se requiere el esfuerzo de lujos, quizá innecesarios. La casera me saca de mis pensamientos y pregunta que nos vamos a servir, miro a mi papá y me pregunta que quiero comer o tomar, a continuación le pregunto qué hay, como si él fuera un intermediario entre la casera y yo. La casera recita el menú que incluye un café caliente así como en el Studium cuando juega el poderoso Tigre, además de una dulce sultana o té con canela. Opto por el café caliente, pues el clima es tan crudo en esta época que uno nunca sabe. De nuevo la casera recita el menú de los aperitivos, que son un sándwich especial de mortadela o un sándwich de huevo, opto por el sándwich especial y la casera le comunica a su ayudante “dos cafés, un sándwich de huevo y uno de mortadela”.

Estoy bastante cerca de la casera y veo la preparación de mi comida, lo hago para distraerme pero parece que incomodo a la casera, miro hacia atrás y al menos cinco radio taxis se han estacionado frente a la caseta de la casera. El lugar parece pequeño, pero como dice mi mamá  “donde comen cuatro, comen cinco”, pero luego esto pierde sentido cuando la casera anuncia “pasa casero, hay asiento” esta vez le añade “qué te vas a servir” como señal de sentencia a que los caballeros no se nieguen a la casera y estos recurran a la competencia.

A medida que la taza de café va llenándose, el aroma empieza a desprenderse, la sensación de calor me llega y me siento mucho mejor. Es agradable esta paz, me pregunto inconscientemente donde podrá estar él, pero la idea es alejarlo de estos pensamientos.

La casera pone delante de mío una taza de aluminio con café, he visto que le ha puesto como tres cucharas de azúcar, justo como me gusta, dulce. Luego me pasa el famoso sándwich de mortadela, que esta bien preparado y servido, pero antes de que le ponga llajua le digo que no y ella se aparta.

El sándwich es delicioso, como para pedirse otro, entonces mi papá pregunta como si hubiese leído mi mente “quieres uno más”, a lo que le respondo con un gesto de afirmación. La casera nuevamente pone manos a la obra y me preocupo por la hora, seis y veinte exactamente, “hay tiempo” me digo a mi misma.

Empiezo a escuchar la conversación del resto de los comensales, se nota que son paceños y quizá uno de ellos es cochalo; “la gente es sencilla” pienso, y mi papá ya a empezado la historia de cómo conoció este lugar y su buen servicio, me dice que la que nos atiende es la hija de la casera, la casera ríe, “hay caseras en todas partes” pienso; qué la casera-casera es su amiga y que conoce a mi abuelo, que atiende mejor, esto lo dice en un susurro, pero la casera le ha oído y repite algo que mi abuela siempre dice después de reconocer a una Orkochi “agilidad, agilidad”. Mi café se acabará en un sorbo, pero el sándwich tendré que presumirlo mientras dejemos atrás este lugar.

Mi papá paga, nos levantamos y agradecemos mientras nos alejamos. Sostengo en mi mano el resto de mi sándwich, esta delicioso, volteo para ver el lugar por ultima vez, con la promesa de volver algún día y tal vez conocer a la casera-casera. Como el vapor del café él ha desaparecido de mi mente… pero rápidamente ha vuelto como la casera dice “pasa casero, hay asiento”.

Pica

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