4 Ausencias

14 5 4
                                    

Marco estaba sentado en un frío banco del parque Lezama, abstraído de lo que se desarrollaba en su alrededor. Dejaban de sentirse los grandes ruidos de la ciudad, comenzaba a escucharse el gorjeo chillón de los pájaros y un papel siendo arrastrado por una brisa suave susurrante, chocó contra su pie. Oscurecía.

No miraba los leones de piedra, ni las pensativas estatuas... él simplemente soñaba, con los ojos abiertos, con ella. Había desistido de buscarla,(a fin de cuentas era ella quien lo encontraba cuando él la necesitaba más) pero la extrañaba, tanto, que quería a menudo arrancarla de sus fantasías y hacerla suya. Cada día sentía cómo crecía aquella rabia por dejarla hacerlo sentirse como una puta a quien se le paga y se le ve de vez en cuando... pero era incapaz de pararla, la quería con él, para él y si ése era el modo, pues no se detendría a pensar en ningún otro sentimiento además de ésos.

-Marco estas creando una rutina singular en tus paseos.- Era ella. Usando aquel sobretodo gris y botas hasta las rodillas. Se sentó a su lado y le acarició el cráneo enterrando los dedos entre los rizos de su cabello.-Dios... ¿¡Como es que soporto todo lo te he extrañado, moreno!?-

A Marco le habría gustado decirle que si así era, había sido por su decisión, que él quiso buscarla y no había sabido cómo o dónde. Por su exagerada discreción y secretos. Pero se limitó a mirarle los ojos verdes tan profundos y decir con toda la intensidad que pudo.

-Yo te he extrañado más a vos.-

-Caminemos un poco, por favor-dijo ella mientras se ponía de pie y echaba a andar.

Podían pasar horas y horas conversando, que Marco aún no conseguía entender la cabeza y la ideología particular de aquella persona que ahora andaba a su lado.

-Estoy consciente de que a veces la soledad no nos deja ver claramente, o tomar decisiones ciertas.-dijo Cecilia mientras se sentaba a la orilla del muelle, él hizo lo mismo. Junto al río uno puede sentirse fallecer mientras la tranquilidad gobierna. El sol se ocultaba tras un océano de llamas que coloreaba de rojo las aguas, mientras que los barcos se tornaban borrosos por la llegada implacable de las tinieblas. Marco miró a Cecilia. Ella se extasiaba...su vista en semiabandono, huía por el agua que se filtraba con un suave murmullo entre los troncos de madera, como si intentase perseguir alguna cosa que se alejaba cada vez más y desaparecía en la eternidad de la noche. Se atrevió entonces a preguntar algo cuya respuesta hasta temía.

-¿Cecilia... vos me querés?-

Ella siguió con la mirada perdida y demoró casi un minuto para mirarlo, tomó una de sus manos y se acarició a sí misma el rostro.

-Claro que sí, moreno, te quiero.-

No quería decir nada más. Aquella caricia era, de lejos, el gesto más cariñoso que ella había tenido alguna vez con él fuera de un ambiente sexual. Le creía. Quería creerle. Necesitaba creerle.

-¿Estás casada, Cecilia?-

La muchacha rió con ganas y luego paró bruscamente, lo miró fijamente con lágrimas cuajadas en los ojos.

-Ojalá todo fuera tan fácil como eso Marco.-

Mañana siempre será después Donde viven las historias. Descúbrelo ahora