Cap. 1 COTIDIANIDAD

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Cuando comencé a evidenciar qué lo nuestro ya no era como antes, me convencí de que eso era normal en el matrimonio

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Cuando comencé a evidenciar qué lo nuestro ya no era como antes, me convencí de que eso era normal en el matrimonio.

Pues más de una vez había oído que la cotidianidad era parte sustancial de la vida en pareja. Ya que nuestros cuerpos, sentimientos y pensamientos sentían la paz que reinaba en un matrimonio estable. La seguridad de saber que ya nada nos separaría era tanta que aletargaba nuestro sentir y vivir, haciendo que aquella pasión irrefrenable que alguna vez sentimos se adormeciera en nuestros corazones.

Pero ello no quería decir que nos hubiésemos dejado de amar. Para nada, más bien, aquella rutina que llevábamos día a día por años era sólo una buena señal de la perfecta sincronía que teníamos el uno con el otro. Sólo era una muestra de amor, respeto y comprensión.

O al menos así creí yo que era.

¿Cómo podría llegar a pensar otra cosa? ¿En qué momento, siquiera me hubieras dejado plantearme que aquella cotidianidad y falta de pasión en nuestras vidas ocultaba algo más allá de lo que dejabas ver?

¿Cómo podía darme cuenta, si tan sólo con un ligero beso de bienvenida en mis labios y luego otro en mi frente, era suficiente para dejarme tranquilo?

Suficiente para que me conformara en dormir entre tus firmes brazos sin ir más allá de unas simples caricias y cortos besos en mi cuello y hombros. Suficiente para que creyera que estabas cansado luego de una larga y pesada jornada de trabajo en la oficina y la calle. Haciéndome creer que pronto, apenas tomáramos nuestras vacaciones sería el momento idóneo para fundirnos juntos.

Para ser uno.

Y te creí. Creí en cada una de tus palabras, cada uno de tus besos y cada una de tus sonrisas. Creí en tu brillante mirada gris y calipso. Esa que creí que no sabía mentir, aquella que tanto amaba.

Pero entonces las vacaciones nunca llegaron. Y con ello, nuestros cuerpos dejaron de ser uno solo, y se independizaron completamente.

Fue allí que entendí, que lo nuestro había cambiado. Que algo iba mal con nosotros. Que la cotidianidad de la que me habían hablado no justificaba el hecho de postergar nuestra más sincera y pura muestra de amor y pertenencia.

Así que pensé hablar contigo al respecto. Pensé preguntarte qué pasaba, si algo iba mal en tu trabajo, si algo te preocupaba o si algo estaba mal conmigo para que ya no tuvieras ganas de hacerme tuyo en nuestro lecho.

Pensé en preguntarte tantas cosas, que fue imposible para mí no pensar en que quizás había alguien más. Y con ese pensamiento, fue entonces que opté por callar y aguardar.

Porque tenía que admitirlo, estaba asustado. Tenía miedo de la respuesta, de tu reacción y de las consecuencias que podría desencadenar aquella clara señal de desconfianza.

Temía estar equivocado y que tú te mostrarás triste y decepcionado. Temía arruinar nuestro aparente vínculo de confianza. Así que me dije que podía esperar, que de seguro ya no tardarías en hablar conmigo o volver a hacerme el amor.

Y mientras esperaba, decidí que te observaría y escucharía mejor. Decidí que si debía de pedirte explicaciones, lo haría con pruebas que avalarán mis conjeturas.

No fue hasta la noche de tu vigésimo cuarto cumpleaños, tres meses y medio después, que al fin conseguí una prueba.

La prueba de que me estabas siendo infiel.

La prueba de que me estabas siendo infiel

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PERFECTO [TODOBAKU] (se mudo a otra cuenta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora