Enero, 1976
La lluvia a través de los cristales se intensificaba con el pasar de las horas, las pocas hojas que quedaban en los árboles se movían sigilosamente ante la suave brisa que acariciaba la rama, acompañadas de la noche.
La Luna en lo alto del cielo nocturno era la más plena contempladora de los dos cuerpos que yacían descansando en la cama, desnudos y enredados entre sábanas guardando el secreto de cuanto se habían amado horas antes.
Uno de ellos miraba la solitaria calle, con la mirada perdida y respirando pesadamente. Estaba apoyado sobre el torso más fuerte y ejercitado del otro y su cabeza reposaba en su mano izquierda mientras deleitaba el paisaje a oscuras. No quería admitir que se sentía bien, demasiado bien, pero le delataban sus pupilas totalmente brillantes y dilatadas.
Giró su rostro para encontrarse con el del chico que había cometido tal acto de amor, observándole adormilado y sereno mientras su mano se escabullía por la cintura del rubio y dejaba suaves vaivenes ahí en forma de caricias.
Con tanto amor y dedicación como cuando se dedicaba a escribir todas aquellas notas y confesiones de amor que dejaba sobre los bocetos de su propio rostro, esos que tenía escondido en lo más remoto de su maleta de viaje, listos para partir y no ser jamás enseñados.
Aquellos dedos que ahora acariciaban su nívea piel y que todas las mañanas se entrelazaban con los suyos cuando no dejaban tintar el papel o tocar alguna pieza en el piano cuando ambos se sentaban a tocar por horas.
Entre besos, sonrisas y confesiones silenciosas a través de notas musicales.
Porque siempre era eso. Eran eso. Te amos susurrados, manos entrelazadas en la oscuridad y privacidad y miradas furtivas frente al público. No podían hacer más. No cuando recibían malas miradas y palabras llenas de odio por cometer el pecado de amarse.
Por cometer el pecado de amar a otro hombre.
No quedaba tiempo y mucho menos ganas para seguir con esto. Así que se permitieron amar sin restricciones, etiquetas y cuando permanecían solo ellos, nadie más.
Jimin acarició la mejilla del chico que yacía junto a él en la cama, en aquella olvidadiza habitación de hostal. Recorrió su rostro con sus dedos y permaneció recordando bajo su toque aquella cicatriz que Jungkook mantenía en su otra mejilla.
Aún recordaba perfectamente cuando a semanas de haber llegado, Jungkook se empeñó en atrapar una flor que colgaba de una rama, solo porque le recordaba al rubio. Saltó y la alcanzó, no obstante, otra rama también llegó a alcanzar su rostro y lo hirió dejando una hermosa cicatriz en él. Jimin casi enfureció cuando le vio llegar sonriendo y con la flor entre sus dedos, como si no le importara su dolor físico con tal de mantener feliz al rubio.
También recordó aquella vez cuando Jungkook prometió enseñarle los alrededores de París, llevándole casi arrastrando al conocido Pont des Arts, ese puente famoso por todos los candados colgados en él en promesa de amor. Miles de ellos, miles de amores y miles de promesas. Jimin pensaba que estaba delirando por aquel tiempo, a ese puente solían ir solo parejas, y aunque fuera de noche, algunas personas podían haber sido testigos de cómo Jungkook le besó ahí mismo, por primera vez.
Eso le llevó a cuando, días atrás, ellos dos, ahora con manos entrelazadas y pequeñas sonrisas ante malos comentarios, habían decidido colocar uno con la promesa de volver ahí y volver a amarse como desde un principio lo hicieron. Sellaron la promesa con un beso y Jimin supo en ese momento que Francia siempre sería un recuerdo tabú cuando volviera a su país, dejando atrás todo.
Sintió a Jungkook removerse bajo su toque y sonrió nostálgico. Cada vez estaba más cerca, su despedida le esperaba con ansias y él no estaba preparado para dejar al amor de su vida atrás.
Porque Jimin siempre había sido un chico intranquilo, nervioso y coqueto. Un chico al que le encantaba viajar y sus padres le consentían cualquier viaje con tal de aprender culturas. Pero nunca esperó que en su último viaje antes de comprometerse con una bella chica, encontraría al amor de su vida. Un chico coreano que vivía en Francia hace muchos años.
Tragó saliva pesadamente y observó el reloj en la mesita, marcando las diez de la noche. Habían estado todo el día amándose entre sábanas, porque ya era muy tarde para ello, y Jimin lo sabía. Cuando Jungkook abrió perezosamente sus ojos, el rubio se inclinó besando sus labios mientras una sonrisa se apoderaba de sus labios.
Si iba a ser la última vez que podrían amarse, lo harían. Tendrían una buena despedida.
Jungkook sonrió y entrecerró sus ojos para ver el hermoso rostro frente a él. Sus ojos brillaban y sus labios aún estaban rojos e hinchados. Aun así, el más bajo no dejaba de mirarle en silencio y amar cada imperfección de él.
- Hazme el amor. -Rogó-. Una vez más, una última vez. Por favor.
¿Quién era Jungkook para negarse ante las peticiones de esa persona que le volvía loco?
Besó sus labios con delicadeza mientras se incorporaba sobre él, acariciando su cintura con sus grandes manos y permitiendo bajar sus besos por su mandíbula para posteriormente llegar hasta su cuello.
Jimin se tensó en el momento en que esos mismos labios succionaron despacio y con amor, rozando el temor de una despedida. Abrió sus piernas y dejó a Jungkook situarse entre ellas para poder estar más cerca del otro. Éste último volvió a besar sus labios y acarició su cuerpo con la yema de sus dedos, rememorando cada detalle y guardándoselo en el más recóndito lugar de su mente, solo para él. Sus cuerpos ya yacían desnudos, el rubio abría su boca y se alejaba de la contraria solo para jadear cuando la mano del pelinegro bajaba hasta su miembro y le acariciaba con parsimonia.
- Voy a hacerte el amor. -Afirmó el más alto-. Voy a hacer que las estrellas te tengan envidia por cuanto vas a lograr brillar esta noche. -Miró a Jimin y dejó un recorrido de besos por todo su cuello y torso-. Romeo y Julieta entonces comprenderán que no son los únicos locos enamorados que perdieron la cabeza por amor. -Besó cada hueco de su piel, haciendo al rubio temblar y jadear, Jungkook sonrió-. Jack y Rose sabrán que no fueron los únicos que se amaron en secreto.
Cada palabra era acompañada de un beso, de una caricia o de un acto de amor sellado ante la atenta mirada de la Luna.
- Hazlo, cumple con tu promesa.
Sin esperar de más, besó sus labios de nuevo y alcanzó a situarse en la entrada del rubio. No hacía falta preparación, sería una pérdida del tiempo que no tenían cuando el rubio seguía incluso débil por la anterior acción. Jimin asintió y Jungkook se adentró despacio en él.
Ahí ambos supieron que su mundo hacía mucho que había dado un giro de 180° y ya no había nada para frenar aquello.
No tenían otra alternativa que dejarse amar.
Y eso hicieron.
Era distinto a como ellos se habían acostumbrado a amarse. Ahora los gemidos eran acompañados por besos, entre ellos sonrisas, los vaivenes de Jungkook en el interior de Jimin eran interrumpidos por te amos y las manos entrelazadas que eran reflejadas por la luz de la Luna no era más que un acto de amor puro, íntimo y de despedida.
Fue entonces que cuando ambos alcanzaron el cielo de la mano del otro, Jimin se permitió llorar por primera vez. Y Jungkook se permitió arroparlo entre sus brazos y prometerle el mundo si se quedaba a su lado.
Pero eso no sería posible.
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When I was Young ➶︎ Kookmin TS
Fanfiction- ¿Quieres escuchar una bonita historia? -El chico asintió. Park sonrió y se sentó en uno de los sillones de la habitación para que su nieto le acompañase. Sujetó con fuerza la foto aun entre sus dedos y habló. - Siempre había sido un chico intranqu...