INICIORosas de todos los colores. Flores con un néctar delicioso que pequeños insectos
fabrican en panales. Cielos azules acuarelables mezclados con el mar. Una obra de arte diferente cada atardecer. El agua subiendo casi de manera invisible ante los ojos de los humanos, en un estado para luego caer del cielo en minúsculas gotas. Grandes áreas llenas de pigmentos de clorofila. Estrellas brillantes a millones años luz de la Tierra, alumbrando el cielo nocturno junto con la luna. Pájaros con un arcoíris en sus alas. Seres vivos naciendo de la tierra fértil del planeta llamados plantas. Y un rey que duerme durante la noche conocido como el sol. Así me describía mi madre al planeta cuando era pequeña. Todo un revolú de colores para una niña que apenas empezaba a conocer el mundo desde fotografías.Pues aquel mundo lleno de colores era tan desconocido para mí.
Todo aquello descrito por mi madre había sido reemplazado por cuatro paredes, una computadora portátil y comida. Una pandemia letal había asechado las calles. Había viajado por el mundo y terminado con miles de vidas. Mientras yo nacía.
Y ahora el mundo que vivíamos era uno gris. No uno blanco ni negro sino uno gris. Pues el blanco es muy pacífico ante la situación y el negro muy violento, así que en definitivo uno gris. Un término medio entre estos dos.
Para algunos fue el mejor año y para otros el peor, pero en conjunto un año gris. Mi madre también contaba como las personas se protegían desde sus casas, y en muchos casos solían decir: "en menos de una semana ya se acaba todo". Otros con quemeimportismo decían:" es solo una pandemia, no pasa nada" mientras iban de fiesta durante el holocausto.
Fotografías en el baúl de recuerdos demostraban que aquella mujer había cambiado, su rostro lucía cansado por el trabajo, casi como si su felicidad se hubiera quedado fuera de casa, afuera en el mundo.
El nacer en casa, sin conocer el mundo me ha creado muchas interrogantes pero en especial una incesante pregunta: ¿Que había detrás de estas cuatro paredes? .Quizás es todo verde. Lleno de musgo y pasto debido a que todos estaban en casa, o tal vez un mundo lleno de grandes edificios, calles llenas de humo y un torno gris. Sin duda mi mente vuela al imaginarme el sinnúmero de cosas que tengo por explotar. Sin embargo salir al mundo parecía una misión imposible, pues mi madre me tenía prohibido salir de casa, había crecido aquí desde que tengo memoria. Y aunque al principio fue emocionante creerme una princesa encerrada, con el tiempo me empezaba a sentir cada vez más sola, más vacía.
Así que un día, justo cuando el sol caía y mi madre dijo que tarde volvía. Me armé de valor y decidí salir al exterior por primera vez. Ya lo había estudiado todo. E incluso había pedido un traje de astronauta con el cual había practicado por semanas en mi habitación. Para así, en caso de ser alérgica a lo más minúsculo y maravilloso de la tierra, este no pudiera ingresar en mi sistema.
Con mi traje de astronauta, estaba lista para abrir la puerta y salir. A dónde exactamente no lo sabía. Pero de algo que si estaba segura era que quería conocer el exterior, aventurarme en sus selvas y navegar en lo profundo de sus aguas.
Cuando abrí la puerta y lo primero que vi fue tecnología, autos volando, áreas verdes y perros reemplazados por robots. Puse un pie fuera y mientras caminaba con un peso extra gracias al traje, trataba de ver hasta lo más mínimo del planeta.
Todos estaban en sus mundos y sus bocas cubiertas dejando solo a la vista sus ojos, pero lo más impresionante es que todos tenían números en sus ropas. Aún en mi cabeza, vaga el recuerdo de aquella ocasión que vi a mi madre buscando con cierto desespero aquel objeto.
—Dos millones quinientos veinticinco mil seiscientos...—traté de leer el número de aquel hombre que pasaba a mi lado pero alguien me interrumpió— ¡Alto, la astronauta deténgase! —gritó una voz detrás de mí y lo único que hice fue quedarme congelada.
— ¿Dónde está su número? — preguntó el hombre enfrente de mí.
Enseguida dije lo primero que se me vino a la cabeza.
—Lo he olvidado en casa— respondí
— Bueno, creo que tendré que llevarla a estación, para que verifiquen su número. — habló el oficial.
— ¡No, por favor! — dije con la voz casi entrecortada.
No podía creer que mi sueño de conocer el mundo iba a ser frustrado por un simple número. Aunque la culpa era mía, por no haber escuchado a mi madre mientras hablaba sobre lo aburrido que era la vida ahora en pandemia. Lo poco que recuerdo era que los números eran la cantidad de personas sobrevivientes y que yo claramente no tenía uno, porque no nací en un hospital, así que prácticamente soy inexistente en este planeta.
—Debo llevarte — ordenó el oficial— ¡No! — dije mientras gritaba para que alguien me ayude, hasta que un hombre alto vestido de negro habló.
—Hija, te he dicho que no dejes tu número en casa— dijo y continué siguiéndole la corriente— Lo sé, no volverá a pasar.
Enseguida el oficial me soltó de su agarre y aquel hombre misterioso me entregó el número con una pequeña sonrisa.
—Vamos hija— dijo mientras colocaba su hombro en mi espalda y me obliga a continuar el camino con él.
Más adelante, ya cuando el oficial ha desaparecido. Aquel hombre detuvo el paso y habló.
—Creí que esta era otras de las mentiras de tu madre, pero mírate aquí estas— habló como si me conociera de toda una vida— Soy un colega de tu madre, todos creen que tu madre te perdió en el parto, pero solo sus allegados sabemos que no fue así. Ella ya sabe que estas afuera, así que haz lo que tengas que hacer y regresa a casa— dijo antes de macharse y dejarme sin habla.
Continúe con mi camino. Observando con detenimiento como lo único que parecía quedar como dueño de la tierra era la tecnología y el ser humano. Las plantas habían sido reemplazadas por robots. Encargándose de mantener el aire limpio de dióxido de carbono, emitido por los autos voladores. Los zoológicos ya no existían, pues todos los animales se habían extinguido al grado de hacer un museo sobre ellos. Ahora lo único que quedaba de aquellos animales era texto, sonidos recordando su memoria y robots tratando se imitar sus movimientos.
Aún continuaba caminando, cuando mi mirada halló aquello que tanto buscaba. Vida Verde. Justo al final de todos aquellos edificios, en el horizonte se veía el césped verde y pájaros volando a grandes alturas. Rápidamente corrí hacia el paraíso de colores, y justo cuando creí haber llegado. El casco de astronauta golpeó con una barrera transparente y posteriormente en mi rostro. Dejándome inconsciente.
Cuando abrí los ojos, ya no era gris o colores. Ahora era blanco, pues ya había amanecido en el hospital psiquiátrico.
FIN
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¿Por qué Gris Y no Colores?©✔️
De Todo¿Por qué gris y no Colores? Es un cuento de una niña que nació en su casa con un espíritu investigador, por descubrir que había detrás de las cuatro paredes de su casa. Más sin embargo cuando está a punto de descubrir lo que busca, se encuentra con...