Un día ventoso en Las Vegas

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Era una mañana ventosa, tan sumamente ventosa, que las palmas navideñas recubiertas de luces fluorescentes que recorrían las calles de Las Vegas se habían inclinado hasta tocar el suelo, y las luces se asemejaban a una larga trenza de estrellas.
Billy Myers caminaba aferrándose a cada hendidura de la larga cristalería que rellenaba el espacio a ambos lados del Boulevard. El gran cartel del Casino Rojo ondeaba como una bandera. Billy logró alcanzar la entrada, de un centímetro a otro el terrible vendaval se veía reducido a una brisa fría, producto del aire acondicionado.
El casino estaba lleno, las calles del Boulevard se encontraban vacías a causa del clima, y cada persona en Las Vegas había escogido su sitio favorito para pasar el mal tiempo; Billy no era la excepción.
En pocos minutos se había integrado en la multitud. Perdió algunas manos en el póquer contra un francés estirado que cada vez que alcanzaba una victoria se le lanzaba a Billy a los hombros y le daba dos palmadas de consolación. En la ruleta tuvo más suerte y pudo recuperar la que él llamaba «su inversión». Varios juegos de azar después y un par de whiskys terminaron por desorientar a Billy, y usando una de las mesas vacías del fondo, donde el aroma a alcohol aún no llegaba, decidió tomar un descanso de la sociedad por algunos minutos.
Su teléfono aún centelleaba cuando lo sacó de su bolsillo y lo dejó en la mesa. Habían quince mensajes de su hermana y tres mensajes de su madre. Billy los leyó todos con cuidado, y cada uno le pareció más sorprendente que el anterior. Cuando hubo terminado regresó el teléfono a su bolsillo y se dirigió a la más atestada de las mesas, donde los hombres se divertían creando apuestas cada vez más osadas. Billy los escuchó por un rato hasta que se habían familiarizado con su presencia y cuando lo creyó oportuno alzó la voz e hizo una propuesta que dejó a más de uno sobrio al instante.

—¿Quieren una apuesta de verdad? —les había dicho Billy—. Yo apuesto a que todas estas personas pueden morir si yo lo digo, y es más, no solo soy capaz de matarlos a todos, además si todos ustedes guardaran bajo llave y candado todas sus pertenencias, allí donde se guardan las ganancias del casino, yo, después de liquidarlos, sería capaz de recuperarlas—. Al final de su discurso se bebió de un trago un vaso de vodka, e hizo al cristal retumbar sobre la mesa.

La mayoría de los presentes no supieron qué decir, pero el antiguo Thomas Smith, del que se diría podría haber sido el primer cliente del casino, quizás incluso antes de que este existiera, creyó que podría resultar en una exquisita diversión seguirle el juego a aquel mozo ebrio y desorientado.

—Y se puede saber —dijo Thomas desde su sillón— cómo piensas hacerlo.

Billy fingió que lo meditaba un rato y después dijo:

—Me iré de la ciudad, adonde quieran, y desde allí, usando solo mi mente, me abriré paso entre ustedes y alcanzaré el premio mayor.

Thomas lo observó con incredulidad y le planteó una nueva cuestión.

—Y qué pasará si solo te vas de la ciudad y no regresas, qué ganamos nosotros con todo esto.

—Esa es la apuesta —dijo Billy con una sonrisa—. Yo dejaré todo lo mío aquí, y para hacerlo más formal lo firmaremos, debe de haber entre nosotros algún ilustre abogado que quiera hacer de juzgado en esta apuesta.

De entre los hombres, un señor barbudo de gruesos anteojos y porte de rey se ofreció.

Todos en el casino aceptaron la apuesta, Billy no solo apostó todo lo que cargaba consigo, sino además todas sus posesiones. Quedó firmado y acordado, y aquel que resultase perdedor no podría escaquearse, o el peso de la ley caería sobre él.

A Billy lo enviaron a la capital de Nevada, y el abogado acordó dejar el lugar a su vez para no ser partícipe en ninguno de los bandos.

El tiempo acordado fue de tres días desde la partida de Billy. Si a los tres días nada ocurría, la apuesta terminaba y el casino con sus integrantes ganaba.

Billy se despidió de la multitud ese mismo día y se fue a un hotel en Carson City. A la mañana siguiente llegó a sus manos la primera plana del Times:

«EL PEOR TORNADO DE LAS ÚLTIMAS SIETE DÉCADAS SE LLEVA CONSIGO TODO EL NORTE DE LAS VEGAS»

Billy hizo una rápida llamada al abogado del casino, quien asombrado no podía creer que este hubiese ganado la apuesta. A costa de la vida de unas cuantas personas (por voluntad de la incuestionable madre naturaleza), Billy había accedido sin problemas al almacén del que antes era un casino, y que entonces había quedado reducido a algunos escombros. Sin mayores problemas legales, había tomado posesión de una cierta ganancia que habían depositado allí los hombres y se había regresado a su natal Reno, feliz por haber triunfado en una empresa tan arriesgada.

Mientras regresaba a su hogar, en el asiento trasero del taxi, sintió la necesidad de releer uno de los tantos mensajes que le habían hecho tener tan sublime y peligrosa idea.

En la pantalla azulada del teléfono leyó el primero de los mensajes de su hermana:

¡Bill! ¡Regresa ya! ¡Hay aviso de tornado! ¡No corras peligro! ¡Regresa antes de que te mate, o peor, de que te mates!

Billy regresó el teléfono a su bolsillo con una sonrisa de gato en el rostro y la satisfacción de por una vez en la vida, haber escuchado a su intensa e histérica hermanita.

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