Sergio necesita un teléfono

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Sergio se levantó ese día pensando en que necesitaba un teléfono. Sin duda, una cabina telefónica en la cima de aquella montaña en la que vivía le podía cambiar la vida. Eran tantas las cosas que entonces podría hacer: llamar a la familia, hacer amigos, usarla en caso de emergencia o si estaba muy solo. Podría cambiar el mundo si tuviera un teléfono, pensaba Sergio. Hacer buenas acciones, cosas grandes, nunca antes vistas.

Estaba decidido, necesitaba un teléfono. Por eso bajó hasta el pueblo, tenía muy claro su objetivo. Fue hasta la empresa de telecomunicaciones y pidió una audiencia con la persona encargada de instalar teléfonos en parajes montañosos, pero no quisieron ayudarlo, le dijeron que no existía tal persona, que mejor se marchara, pero Sergio siguió insistiendo y al final un hombre de traje terminó por atenderlo.

—Una cabina, roja como las de las películas, si se puede claro —le dijo Sergio al hombre con traje.

—¿Tiene con qué pagar? —le preguntó este.

¿Pagar? Sergio no comprendía, ¿por qué debía pagar por un humilde teléfono?, aquello era una necesidad inmediata, imprescindible, era su derecho tener una cabina telefónica. Por eso, claro está, Sergio se marchó, mas no sin antes dejar muy claro que sus intenciones no habían cambiado y que se sentía merecedor de ciertos derechos.

A la mañana siguiente Sergio visitó a una mujer que siempre sonreía, hacía tiempo atrás había leído en las noticias sobre un niño al que le habían pagado cierto tratamiento, y en la fotografía salía aquella mujer sonriente sosteniendo junto al niño un cheque. Cuando Sergio le explicó su situación, aunque la mujer sonriente no dejó de sonreír, se mostró muy consternada.

—Tiene usted toda la razón —le había dicho.

Y así habían comenzado un largo proceso, entre huelgas, mensajes por los derechos humanos y manifestaciones de todo tipo. La mujer que siempre sonreía movilizó todas sus fuerzas hasta que por fin un alto funcionario se mostró complaciente y llamó personalmente a Sergio. Le dijo que la situación se había vuelto insostenible, que recibía cientos de llamadas a diario, todas pidiéndole que cumpliera con su deber con la sociedad, que todos tenían derecho a una necesidad tan básica como un teléfono para comunicarse con el mundo, para usar en caso de emergencia, y por eso, solo por eso, estaba dispuesto a ayudar a Sergio, de hecho, el alto funcionario se ofreció a pagar todos los gastos de la compra y la incorporación de una cabina telefónica en la cima de la montaña. 

Y así, dos semanas después, había una hermosa cabina roja, como un punto brillante en el pasto, justo al lado de la casa de Sergio, quien sentía que había obtenido una gran victoria, y que por una vez en la historia se habían hecho valer los derechos más básicos.

Tantas cosas, tantas cosas para hacer, pero qué haría primero, quizás beneficencia, quizás llamar a la familia, quizás reservarlo para emergencias. Sergio descolgó el auricular y muy lentamente hizo su primera llamada.

—Bienvenido a la línea caliente —le contestó una dulce voz al otro lado del teléfono.

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