I would do anything for you

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—Ok, vamos a empezar de nuevo. ¿Qué eres?

Sam reconduce su táctica en vista a los escasos resultados que está obteniendo. Decide dejar a un lado su ira y tratar de mostrarse más como el poli bueno de las películas, tratando de ignorar el hecho de la falta de un compañero que de sentido a esa interpretación.

El hombre, al que tiene atado del techo con unas cadenas, permanece tan impasible a sus preguntas como ha estado hasta ahora, manteniendo un mutismo obcecado y con el añadido de que parece inmune a las armas y materiales siempre efectivos con los seres con los que acostumbran a tratar. Por supuesto, sangra como cualquier ser vivo, pero ni la plata, ni el agua bendita, ni el hierro o la sal, causan en él ninguna reacción especial.

Sam permanece tan intrigado como frustrado, pero la espada de Damocles que representa el tiempo que ha pasado desde que Dean huyó, le impide tomarse el descanso que sabe que necesitaría para ver las cosas con una mejor perspectiva.

—Los dos sabemos que no eres humano. Mi hermano y yo pensamos que podríais ser hombres lobo, pero está claro que nos equivocamos. Aunque también coméis los corazones de vuestras víctimas. Si no llegamos a aparecer, ¿quién sabe qué habría sido de esa pobre chica?

La furtiva mirada y el gesto de rechazo rápidamente corregido delatan la primera reacción del hombre desde que despertó de la inconsciencia a la que Sam le había sometido con la útil ayuda de un taser. No pasan desapercibidos.

—¡Oh, vaya! Siento mucho haberos dejado sin cena. —Se burla, tratando una nueva estrategia.

El hombre le dedica una mirada condescendiente que vuela por los aires el poco auto control que Sam ha conseguido reunir hasta este momento. Sus labios se tuercen en un sonrisa psicópata y sus ojos arden con la misma furia homicida de los tiempos en los que solía beber sangre de demonio.

—¿Qué eres? —pregunta, despacio, siseando entre dientes apretados mientras hunde el cuchillo en el costado de su prisionero.

El ser se encoge por el dolor, pero mantiene su silencio.

—¡¿Qué eres?! —grita, girando el mango del cuchillo, agrandando la herida. —¡¿Qué le habéis hecho a mi hermano?!

La furia le pide seguir adelante, profundizar la herida, hacer más iguales, tratar de averiguar cuántas más necesita hasta que a ese cabrón no le quede más remedio que suplicar que pare o si tendrá los huevos de morir con los labios sellados. La razón le hace sacar el cuchillo y alejarse.

El hombre gruñe dolorido, empapado en sudor y sangre, balanceándose precariamente de las cadenas. Sam se aparta y se dirige a la puerta, quizás un poco de café pueda ayudarlo a calmarse. El hombre tose con dificultad y luego, por fin, habla.

—¿Tú hermano? —pregunta, en una voz grave y profunda. —Nosotros no le hemos hecho nada a tu hermano.

Sam respira hondo antes de girarse y encararlo de nuevo.

—¿No? Y entonces, ¿cómo es posible que hace una semana se convirtiera en un puto lobo delante de mis narices? —grita a escasos centímetros de su cara.

El hombre palidece ante sus ojos y la impasible expresión que había conseguido mantener hasta ahora torna en sorpresa e inquietud.

—¿Un...?

—¡Sí! —interrumpe Sam—. ¡Un lobo! ¡Un maldito lobo! Dios..., debo estar volviéndome loco para decir esto. ¿Qué sois? ¿Alphas? ¿Es por eso por lo que no dependéis de la luna llena para transformaros? Pero eso no explica que seas inmune a la plata.

The Wreck of our HeartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora