Just us

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Esa conversación no abandona la mente de Sam, aunque, tal y como ha sido costumbre en su familia desde que alcanza a recordar, nunca hablan de ello. Las semanas siguen pasando envueltas en la misma rutina de sangre, fuego y silencio que Sam ya está convencido de que no los lleva a ninguna parte.

La idea ronda más y más veces en su cabeza, mientras viajan en el Impala, frente a una taza de café y, sobre todo, en esas noches en las que ninguno de los dos duerme y se dedican a escuchar la respiración del otro y a esperar que algo suceda.

¿Qué tan malo podría ser aceptar lo que son? ¿Realmente podría ser peor que como están ahora? Dean podría irse, por supuesto, pero a estas alturas no cree que pueda sentirlo más lejos de lo que lo siente ahora. Piensa en ello cuando se toma su dosis, y también cuando Dean desaparece y regresa bañado en alcohol y perfume barato.

Lo piensa mientras vacía el frasco por el retrete.

Están en Certentown, Illinois, interrogando a la mujer de un hombre desaparecido, sentados en el sofá de esa casa de clase media-alta, con unas tazas de café delante mientras la mujer le dice con lagrimas en los ojos que no tiene ni idea de lo que...

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Están en Certentown, Illinois, interrogando a la mujer de un hombre desaparecido, sentados en el sofá de esa casa de clase media-alta, con unas tazas de café delante mientras la mujer le dice con lagrimas en los ojos que no tiene ni idea de lo que le ha podido pasar a su marido.

Dean está a punto de hacer una pregunta cuando lo siente, almendras, libros viejos, vainilla y tierra húmeda por la tormenta.

—Sammy...

El nombre sale ahogado de sus labios y la mujer lo mira con clara incomprensión. Sam carraspea y toma el turno de palabra, moviéndose inquieto cuando Dean se levanta y se excusa antes de salir de la habitación. Sam termina con la mujer y cuando sale se encuentra a Dean apoyado contra el Impala, con un cigarro que se consume casi hasta la mitad cada vez que inhala.

Dean lo tira y lo apaga con la bota cuando lo ve salir, metiéndose en el coche y arrancando antes de que Sam alcanzase el final del camino de entrada.

—¿Qué a pasado? —espeta, nada más abrir Sam la puerta.

—No sabe nada.

—Empiezo a hartarme de que te hagas el listillo conmigo. ¿Por qué puedo olerte?

Sam se endereza en el asiento y bufa molesto mientras niega con la cabeza.

—¿Tú qué crees? —responde desafiante.

Dean lo mira con los ojos muy abiertos antes de maldecir y arrancar el motor, sacando a su nena directamente a la vorágine de la carretera.

—Eso no va a pasar. ¿Me oyes? No va a pasar.

 ¿Me oyes? No va a pasar

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The Wreck of our HeartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora