La tetera está hirviendo. La música en la radio está demasiado fuerte para tan temprana hora. A penas son las nueve y algo de la mañana y es jueves. No sé el número, la cuarentena me tiene alejada de la consciencia del paso de los días. Estoy haciendo un té para despabilarme, tengo que entregar un par de trabajos y me encuentro un poco atrasada.El vaporcito que sale de la taza me humedece la cara. La radio está pasando una canción de Freddie Mercury y no dudo en cantarla mientras camino hacia la mesa. La computadora le hace compañía a los apuntes. Recito un par de líneas suavemente, es mi canción favorita, pero todavía es de mañana.
Me gusta la música. Siempre se encuentra rondando por las habitaciones. Desde temprano hasta la noche, pero varía el volumen. Creo que es algo de familia, mi vieja hacía lo mismo a mi edad y yo lo estoy copiando inconscientemente.
Las horas se sienten tímidos suspiros y ya son las doce y media. Me levanto de la silla del comedor y me estiro un poco, me suenan los huesos. Cambio la radio por el canal de música de la televisión. Está sonando la nueva canción de los Rolling Stones, la dejo porque es la primera vez que la escucho. Espero que termine y me dirijo hacia la cocina. Me quedo parada durante unos minutos pensando. Nunca me gustó cocinar, tampoco me esfuerzo para que me guste. La comida siempre era servida por mi abuela, pero ahora solo tengo el recuerdo de sus platillos caseros en mi paladar. A mi mamá tampoco le gusta cocinar, no le sale mal, pero no se aleja de lo simple.
No me preocupo mucho, así que hago milanesas y, nuevamente, pongo a hervir agua para los fideos. Me llaman por teléfono; es mi vieja. Los autos y el motor del colectivo se hacen presentes desde el otro lado de la línea. Me avisa con la voz alta que en unos minutos va a llegar a casa para almorzar.
Hay ruido, la música está un poco alta, los pequeños perros ladran hacia la puerta y apenas alcanzo escuchar el timbre sonar. Ella se olvidó las llaves y yo de dárselas antes de cerrar el portón.
Miro el reloj y las agujas marcan las diez. Me acuerdo que ya no le andan las pilas y que tengo que comprar unas nuevas. Aparentemente, el reloj se olvidó del tiempo. Me recuerda a mí. "El encierro parece estar afectando a los objetos también", pienso distraídamente.
Lavo los platos. A ella la pierdo de vista. Los perros corren juguetones hacia el patio de atrás. La escucho encender la radio otra vez. Me expresa que tuvo suficiente de las noticias. Cocteau Twins suena, me dice que escuche la banda, que seguro me va a gustar. Apuesto a que sí. Tenemos casi los mismos gustos. No sé si será porque ella mantiene su alma joven o si yo soy un alma vieja. A veces se ríe y duda de si nos conocemos de otra vida.
Conversamos hasta que los perros se duermen junto a nuestros pies. Sobre la mesa reposa la pava caliente y el mate, grabado con el recuerdo de Tucumán. Las computadoras dándose las espaldas y los apuntes de temas distintos casi confundiéndose entre sí.
Son las cuatro de la tarde. La radio sigue prendida, pero la música es muda. En casa siempre hay música, pero a veces es silenciosa.
Muevo con agilidad mis dedos sobre el teclado de la computadora. El sonido que hace este al hundir los botones sigue un ritmo imaginario. Mamá está frente a mí y la escucho darle un sorbo seco al mate seguido de un bufido. Me comenta sobre patologías, está estudiando odontología y yo no entiendo mucho. Ella tampoco comprende lo que yo estudio. Pero nos gusta la música, desde punk hasta disco, desde cuarteto hasta baladas, o desde sinfonías hasta rock.
Nos gusta el silencio también. Hablamos muy poco, en realidad. Generalmente charlamos en la hora de la comida, intercambiamos opiniones y nos reímos. Y escuchamos música, claro está.
Son las cuatro de la tarde. En el comedor no se escucha nada más que los pájaros cantando a lo lejos, el viento entrar tímidamente con su frescura, las respiraciones tranquilas y los suaves ronquidos de uno de los perros. Se siente como música y es relajante. Cada una en su burbuja, en silencio.
Se siente cómodo, como una canción de cuna o el reencuentro con una melodía olvidada. Me recuerda a ese sentimiento cálido que se instala en el pecho cuando se comparte una canción favorita y esta es bien recibida.
Veo por la ventana. Las copas de los árboles se mueven y sus hojas colgantes se chocan con tanto cariño y suavidad, que no puedo percibirlas susurrar. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta que dejen de bailar.
—Me gusta el silencio a las cuatro y punto.
acá va el primer relato, una simple crónica. la expuse hace poco para un taller de escritura de la facultad y me pareció buena idea compartirlo por acá ♡
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ANACRUSICO
PoetryQue el compás que sigue tu cuerpo impacte en mi corazón y lo haga palpitar. Relatos diversos para olvidar la realidad o para sentir más su peso (tomalo como quieras). © 2021 intaergalactica