O2: El profeta le llora a Saturno.

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Querido...

Tengo un maltratado calendario de supermercado en la pared. Allí descansaban mis últimas esperanzas de que el día siguiente fuese mejor, pero la tinta del bolígrafo se había acabado hace un largo tiempo. Los días pasaban sin ser tachados y podía sentir que el tiempo se burlaba de mí cuando cerraba los ojos. Ahora temo que la temporada terminase antes de que pudiese recomponer la caja de cristal donde escondía los restos de mi alma.

Junio solía tener días soleados, pero la calidez no tenía las fuerzas suficientes y se mezclaba con el frío del cercano invierno para danzar lentamente con André Laplante en la lejanía.

Dentro de poco se cumplirían cinco meses desde que me susurraste un adiós.

Las manijillas del reloj parecen desesperadas por llegar a su muerte. De igual manera me siento yo cuando por accidente me observo frente al espejo. No quiero hacerlo, no quiero imaginarme lo destruidos que se encuentran mis ojos, pero a veces enfrento sin querer a mi realidad, y todo es peor.

Me siento como un viejo veterano de guerra, esperando que el sufrimiento de lo vivido se acabe de una vez por todas. Esperando que la guerra deje de hacer su aparición violenta entre mis sueños y las luces diurnas.

A veces mi corazón parece dejar de latir de un momento a otro. El dolor que quema como la brasa en mi pecho suele traerme de vuelta al mundo luego de sumergirme en los pensamientos turbulentos que se habían convertido en rutina nocturna. Mi cuerpo se ha obligado acostumbrarse a los calambres de los recuerdos, pero aún me cuesta aceptarlo.

Me cuesta aceptar muchas cosas, como verás. A veces son cuestiones pesadas y otras veces sólo es el despertar.

Cuestiones como tú, sí puedo aceptar, claro está. Lo sabes. Pude con cada caricia y lagrimita que dejaste sobre mi piel. También con tus risas desenfrenadas y las mentiras con sonrisas malévolas. "Mentiritas piadosas", dijiste una vez.

Acepté cada una de ellas, y sin cuestionar. No cuestioné nuestro primer hola ni nuestro último adiós.

Debí haberlo hecho cuando me di cuenta que ni siquiera me miraste. Debí haber dejado de aceptarlo, como todo lo demás.

Sin embargo, acá estoy, con un nuevo bolígrafo para dejar atrás los días sin ti y marcar la eternidad en la que tampoco podré tenerte.



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