Sabía con seguridad que por las mañanas las polillas se posaban petrificadas sobre la lámpara colgante. Las veía como cualquier adorno de la casa, las ignoraba, así como ellas a mí. Era similar a un pacto de paz silencioso que jamás firmamos.
No encontraba en mi mente el momento exacto en el que aquellas pequeñas criaturas se habían deslizado en la cotidianeidad de mi vida, pero por las noches, cuando volvía de una larga jornada de trabajo en la gasolinería, las encontraba revoleteando traviesas alrededor del foco sin cubierta que alumbraba el exterior, el cual probablemente había sido encendido por Walter, el vecino, o por su esposa. Imaginaba sin sorpresa el regaño o la amenaza que recibiría al día siguiente por la nube negra y crujiente de insectos, diciendo ellos que debería llamar a un exterminador o se encargarían del asunto legalmente.
Sin embargo, me veía incapaz de hacer algo que atentase contra sus vidas, les tenía compasión, y cómo no hacerlo, ellas eran las únicas que parecían recibirme con discretas ansias al llegar a aquel húmedo y silencioso departamento, y esperaban que me hiciera paso al interior para volar a mis espaldas. Su compañía provocaba en mí una extraña sensación que evitaba aceptar por el simple hecho del tipo de relación entre nosotros los entes.
No me generaban una sensación de disgusto en la boca del estómago, ni temía de su conjunto vibrante. Algún día hace varios meses atrás, cuando me enfrentaba a la existencia de una de ellas, la incomodidad de su crujir bajo mi pie derecho era más grande que el terror visto grabado en mis ojos a través del espejo del baño. Cuando se hizo rutina verlas tomar el departamento, la pena ya era parte de mi moral.
Comprendí que el miedo irracional nacía de la mano de su fealdad, y ¿quién era yo para juzgar su apariencia? Eran seres más viejos que la misma palabra y nadie parecía tener un mínimo respeto al mayor almacenamiento del vivir andante. ¡Y vuelan! Los humanos realmente somos envidiosos e ignorantes.
Entonces, cuando el televisor de tubo se llenaba de lluvia y las botellas vacías caían sobre un pedazo de alfombra sucia, pensaba en la soledad que me generaba malestar en el pecho. Y lo finito del hombre comenzaba a verse ridículo al compararlo con la cortina decorada de puntos negros movedizos.
El ruido; crík, con la k pronunciada fuertemente, es el despertar de una falsa realidad creada solamente en mi selva neurótica.
Cuando mis pies descalzos con callos rozaban en la mañana la frialdad de las baldosas, ellas se elevaban silenciosas detrás de la cama, como un amante que se escabulle antes del amanecer y, al mismo tiempo, como el cariñoso cónyuge que despierta para llenar el departamento con el rico aroma a desayuno.
Pero ellas eran y no eran a la vez. Eran la presencia de un amigo fiel, y eran sólo insectos crujientes.
Y aun así me sentía solo estando conmigo. Porque era la tristeza la que me abrazaba y me acompañaba al mirar la verdad.
No había más que racionalidad detrás de las paredes falsas de cartón construidas con sentimientos primitivos. De mi angustia plantada al fondo de mi garganta, picando por salir como el final de una mala resaca.
Entonces, cuando las nubes se amontoban en el cielo y una lluvia eterna anuncia su llegada, decido acabar con todo, desde raíz. Con los ojos cansados le grito al silencio que la solución es eliminar el fantasma que vive conmigo.
La sombra negra que me espera cada día y duerme a mi lado en la misma cama, es parte de aquella pesadez instalada en mis pensamientos menos sanos. La consecuencia de algo más grande que mi propio escuálido cuerpo. Más grande que un mar pintado de salvajes olas.
La puerta abierta invita, sin la necesidad de hablar, a extinguirme de la oscuridad y renacer en el más allá como un poderoso rayo. Aúllo por salir, cuando un cuerpo desconocido se acerca y saca su arma letal, el humo ácido entrando en mis pulmones y siendo exhalado como un cigarrillo.
"Adiós", susurro para nadie.
Horas más tarde, el exterminio termina y alguien se va con los bolsillos llenos de verde.
El crík ya no se oye cuando entro al departamento.
Puedo empezar otra vez.
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ANACRUSICO
PoesiaQue el compás que sigue tu cuerpo impacte en mi corazón y lo haga palpitar. Relatos diversos para olvidar la realidad o para sentir más su peso (tomalo como quieras). © 2021 intaergalactica