Sólo follamos

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Apenas había tenido tiempo de amagar su huida antes de que Bakugou lo estampara contra la pared del pasillo. Lo sujetaba por el cuello de la camiseta y, aun con la forma física que Midoriya había logrado con los años, parecía pesar menos que una pluma. Caía sobre él la pesada respiración del rubio, cual marcapasos de su mala hostia.

Midoriya pensó que eso sería todo. La muerte: ahí y ahora. A manos del matón de su infancia y adolescencia. Se veía venir. Aunque hubiera preferido que su final no fuera tan... ridículo. Su cerebro, con un retorcido sentido del humor, lo instó a analizar también esta invasión del espacio personal.

Por su parte, a Bakugou le ardía la cara de vergüenza —no es para menos—. Incluso algunas chispas saltaban en sus palmas como pequeños petardos, quemando al pobre Midoriya en el proceso. El hijo de puta parece haber nacido para darme por culo, pensó.

Uraraka tardó unos segundos en reaccionar, pues tenía que recomponerse de la situación —que podría haber pasado por el preliminar en una novela erótica de esas que andan perdidas por las tiendas de segunda mano—. El muchacho tenía la capacidad de asaltarle los sentidos. Una fragancia embaucadora o un huracán demandante fundidos en un mismo concepto.

Así que, solo la cadena de palabras que se apresuraron desde la boca de su mejor amigo resolvió la abstracción de la joven.

—¡No-era-mi-intención-mirar-Kacchan-acabo-de-llegar-no-he-visto-nada-lo-juro-Kacchan!

Estaba ocurriendo. Alguien —que no cualquiera, sino Midoriya— había estado ahí. Observando. Atestiguando. Juzgando. ¿El qué, exactamente? ¿Qué hay aquí y ahora, entre Katsuki y yo?

La muchacha se encontró amortiguando el florecimiento en la punta de los dedos de los pies, incitándola a flotar.

—¡«Kacchan», mis huevos! Te vas a comer una samanta a hostias que no te va a reconocer ni tu madre.

Bakugou parecía aún más furioso. No, no estaba dispuesto a perder esto con Uraraka por culpa del subnormal de turno. Los habían pillado con las manos en la masa —bueno, justo antes—. Oh, pensaba destrozarlo. Volvió a estamparlo contra la pared, como enfatizando aquella convicción para sus adentros.

Bueno, también disfrutaba acojonando a ese idiota, pero la situación legitimaba darle la paliza de su vida.

Uraraka observó la escena desde la cocina. Creo que debería hacer algo, volvió a repetirle su consciencia como un eco lejano. No es el momento de ponerse a flotar cuando a tu mejor amigo lo va a matar el chico con el que tienes rollo. De modo que, armada de valor, preguntó:

—¿Deku? ¿Qué haces aquí?

Frente a la voz acaramelada de ella, Bakugou se obligó a tomar aire y exhalar con lentitud —como le había explicado el mamón del psicólogo—. Poco a poco, las pequeñas explosiones fueron controlables. De inmediato, contó hasta cinco antes de hablar. Con ello, la tensión que burbujeaba desde sus entrañas fue disolviéndose en un tono simplemente hostil. Lo cual, siendo francos, es bastante tranquilo en la escala de estados de humor que suele experimentar a diario.

—Resulta que el guarro hijo de puta de tu mejor amigo es un voyeur—. Bakugou no le quitó ojo de encima a Midoriya cuando dijo tal cosa, con un tono más bien siniestro a causa de su calma. Se aproximó más al rostro del aterrorizado muchacho y le espetó: —Mira, pedazo de mierda, voy a matarte.

—¡Ha sido un accidente! Yo so-solo venía a por una aspirina para Tsuuyu. A-acabamos de salir del aula de estudio porque le ha dado migraña y-y me ha pedido que ba-baje yo y solo venía a eso y no tenía intención de ve-e-er nada y de repente estabais ahí y no quería interrumpir pero tenía que-que hacerle la tostada con aguacate a Tsuu y yo sé cómo es la migraña y es normal que no haya querido bajar ella y no he visto nada d-de verdad...

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