Una de las ventajas de haberse criado tan lejos del núcleo urbano era que algunos de los aspectos más desagradables de la sociedad no habían hecho mella en Uraraka. Dado que nunca le interesó la televisión o las revistas de moda, la noción de belleza que tenía era bastante natural. Se había criado en una familia con miembros entrados en carnes. Así que, siendo sincera, jamás vio nada de malo a los pliegues que se formaban en su vientre al sentarse. O en cómo, durante el proceso de quitarse su traje de héroe, el firme material se negaba a despegarse de su trasero. Engordar un par de kilos de vez en cuando no importaba mucho y, en el caso de no perderlos con el entrenamiento usual de la Academia, tampoco tendría insomnio. Mientras que los chequeos médicos no señalaran lo contrario, esa grasa era materia. Ni buena ni mala: solo estaba ahí y punto.
Y, curiosamente, el descuido que sentía hacia su cuerpo había propiciado su popularidad en las redes sociales. Muchas personas le escribían mensajes directos explicando que verla sentirse tan bien consigo misma, sin cumplir los estándares normativos, los animaba a quererse tal y como eran. Uraraka no entendía muy bien cómo había llegado a esto, sin embargo, poder ayudar a la gente a sentirse mejor con ellos mismos, sin duda, la alegraba.
Así, cuando se probó el disfraz de ángel de hace un par de años, le trajo sin cuidado que le quedara un poco estrecho. Se hizo una foto en el espejo de su cuarto y la subió a las historias de Instagram, a pesar de que aún no era el día de la fiesta. De nuevo, recibió oleadas de mensajes que reafirmaron su convicción. ¿Y qué si se le pegaba a la figura como una segunda piel? También lo hacía su traje de heroína. Aunque el de ángel era, incluso, más pegado: su pecho sobresalía un poco por encima del escote y la falda del vestido blanco apenas cubría sus muslos carnosos.
Total, pensaba, es una noche: no iba comprar un disfraz nuevo, el cual, probablemente, no se pondría nunca más. Mina bromeó llamándola «tacaña», no muy en serio: sabía que la situación económica de sus padres no era buena. Y tampoco le salvaba el culo trabajar a medio tiempo como ayudante en la copistería del centro. De hecho, contaba con menos tiempo para preocuparse por esas tonterías.
—Son para hoy las copias del profesor Aizawa, ¿sabes?
Y bastante tenía con las gilipolleces de Monoma.
—Sabes que tú también trabajas aquí, ¿no?
Uraraka, en verdad, estaba controlando dos impresoras al mismo tiempo: la primera, ocupada con las copias del profesor y, la segunda, con las invitaciones para la fiesta. Habían acordado celebrarla para todas las clases que quisieran ir, así que, había mucho por repartir.
El rubio resopló dramáticamente y encendió la tercera impresora.
—Si no estuvieras imprimiendo lo de Halloween, ya habrías terminado... Que, por cierto, seguro que al jefe de estudios no le hace mucha gracia que andes gastando tinta y papel en vuestra cutre fiesta.
—De hecho—respondió ella—, tengo su permiso. Mi delegado fue a su oficina a pedirlo. Así que, Monoma, puedes ir cerrando la boca. ¿O quieres quedarte sin invitación? Créeme: mi clase no te echará de menos.
Uraraka no era una persona borde por naturaleza. Solía ser simpática con todo el mundo, genuinamente. Lo cual era una ventaja en todos los aspectos de su vida, sobre todo, estando destinada a dedicarse a atender a la gente. No obstante, con Monoma, ser amable se volvía una ardua tarea. Y más cuando se trata de tu compañero en una diminuta copistería.
—Ja, ja. Muy graciosa. Pero, para tu información, pienso ir. Tengo ya listo mi traje.
La joven tomó los folletos recién salidos de la segunda impresora e introdujo más papel. No sintió la mirada de Monoma a su espalda, admirando la curva de su cuerpo cuando se agachó a por los folios.
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Siempre podemos escaparnos con la botella de vino
FanfictionLos alumnos de UA se preparan para una espectacular fiesta de Halloween. Ninguno se hubiera podido imaginar ese desarrollo de los acontecimientos...