Llamada

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—¿Qué coño?

El gruñido de Bakugou se conjugó con una expresión contraída y sorprendida. No se movió de su posición, sentado frente a ella en la alfombra de su cuarto. Tampoco atinó a decir más en ese momento; mientras su dedo se deslizaba por el registro de mensajes. Desde luego, no se esperaba esto.

Aquella tarde, habían quedado para salir a correr por el parque cerca de su barrio. Una vez terminada la sesión de ejercicio, Bakugou la invitó a su casa y, tras una intensa ducha juntos, había terminado pintándole las uñas. En algún momento de la tarde, ella reconoció que no se las pintaría para la fiesta de Halloween porque era especialmente torpe y siempre acababa con las manos llenas de esmalte.

Por supuesto que, sabiendo esto, Bakugou no permitiría que asistiera a la fiesta sin las uñas azules. Así pues, no dudó en ponerse manos a la obra. Su madre guardaba un pintaúñas perfecto para la ocasión, azul como los flecos del disfraz. Lo demás fue utilizar su encanto natural para convencerla.

Pronto se habían sumergido en su dulce, íntimo mundo. Aquel que se reservaban para sus escapadas secretas. El silencio el cual los envolvía era melifluo y cálido, y sus miradas discretas, unos besos idílicos.

Mas, una llamada de teléfono había roto el hechizo.

—¿Qué pasa? ¿Quién es?

Esa camiseta negra con la calavera blanca, la cual pertenecía a uno de los pijamas de Bakugou, no armonizaba con ella en absoluto. Pensó en cuán distinta era su carita de ángel al estilo macabro de esa prenda. Meditó también acerca de lo sexys que eran sus muslos desnudos, entrelazados y apenas resguardados por los bordes de la camiseta. De inmediato, recordó lo dulces que habían sido en su boca cuando los había besado y mordido en su ducha hacía apenas un par de horas. Y se preguntó por qué.

Por qué no había ocurrido antes.

—¿Por qué te habla el subnormal de Monoma?

Pues la chica que tenía ahí, por la que se consumía a fuego lento e implacable, era perfecta. Y él había asumido muy rápido que el resto del mundo era demasiado gilipollas para verlo. Ja.

Tarde o temprano, se iban a dar cuenta de esos ojos y cabellos melosos; del delicioso aroma escondido por su cuello; de las rosas que florecían en sus mejillas cuando ejercitaba o se enfadaba; de la melodía de su voz; de lo adorable que era su torpeza; de sus comentarios inteligentes y sarcásticos; de lo atractiva que era cuando lo retaba, y se contoneaba, y se cabreaba, y...

Tarde o temprano, , cuando se dieran cuenta... ¿qué tendría que hacer exactamente Bakugou? ¿Cómo podría convencerla para que se quedara a su lado?

—¿Monoma? Oj.

¿Qué mierda significa «Oj»?

La exasperación cubrió el rostro de Uraraka; levantó los ojos al techo y negó un par de veces entre suspiros. Ponía esa misma cara, pensó Bakugou, cuando él insistía en hacer una serie más durante un entrenamiento duro. O cuando el profesor Mic repetía algo muy obvio. También se la había visto cuando Melissa aparecía —la cual, por razones que él no entendía pero aceptaba, enfurecía a Uraraka—.

De igual forma, el rubio sintió una retorcida satisfacción al comprobar que, en efecto, Monoma surtía exasperación en ella.

—Ignóralo—concluyó Uraraka, y comenzó a soplarse el esmalte de las uñas. A ver si se secaban de una vez.

—Te ha invitado a su habitación—lo dijo más para creérselo que para informarla. Sí, era difícil de creer que un completo inútil piense siquiera en tener una oportunidad con ella. —Y te ha llamado «princesa»—añadió, recalcando el mote con un tono entre burlesco y asqueado.

Siempre podemos escaparnos con la botella de vinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora