A medida que el avión se elevaba, resultaba cada vez más difícil de distinguir lo que quedaba abajo. El paisaje fue adoptando formas irreales hasta que desapareció en la lejanía. En un lado, aún era de día y el sol brillaba como un punto tenue de luz que poco a poco iba perdiendo intensidad, hasta desaparecer y confundirse con la negrura que, de forma misteriosa, desde hacía largo rato reinaba en la otra parte del avión. Fuera ya no había nada, solo oscuridad. Esa misma sombra que hacía semanas había aparecido en su interior y se estaba propagando lenta pero infatigablemente por todo su cuerpo. Tragó saliva con un gran esfuerzo: ese maldito nudo le impedía incluso respirar.
Quizá todo fuera un mal sueño. Quizá despertaría en casa y oiría a mamá preparar café en la cocina, o a papá con esos aburridos discos de jazz. Quizá estaba soñando dentro de otro sueño. Quizá si cerraba muy fuerte los ojos y conseguía dormirse dentro de ese sueño, finalmente conseguiría despertarse. Pero si todo era irreal, ¿por qué podía sentir el escozor en las aletas de la nariz, provocado por un llanto que había durado varios días? ¿Por qué tenía los ojos hinchados? ¿Por qué continuaba doliéndole tanto la cabeza a pesar de haberse tomado varios analgésicos? No, auque se despertara, seguiría en ese avión, cada vez más lejos de su mundo y más cerca de esa nueva vida impuesta que no quería tener. No sabía cuándo iba a volver. Ni siquiera sabía si volvería.
¡Cuántas veces había soñado con irse, con perder de vista a sus padres durante un largo tiempo para poder vivir libre, sin rendir cuentas de nadie! Finalmente había llegado ese día, pero en nada se parecía a lo que había imaginado.
Su tía Trudi le puso una mano sobre la pierna. Desde su llegada, una semana atrás, le habían sorprendido sus muestras de afecto, su contacto corporal continuo. La había abrazado con fuerza al verla mientras la besaba repetidamente en la mejilla; le acariciaba el pelo siempre que estaban juntas; le arreglaba la ropa después de vestirse cada mañana; enlazaba su brazo con el suyo mientras caminaba por la calle... No estaba acostumbrada a eso. Su madre nunca fue especialmente cariñosa, y mucho menos su padre. Sin embargo, en aquellos momentos todos esos gestos resultaban reconfortantes.
Por fin se quedó dormida. No fue un sueño tranquilo ni reparador, pues podía oir a las azafatas pasear con sus carritos de café, el timbre que obligaba a abrocharse el cinturón y la pelicula que algun pasajero del fondo estaba viendo. Aun así, se empeñó en no abrir los ojos por si, contra todo pronóstico, mientras dormía, aquel avión la llevaba de vuelta a casa con sus padres y su vida.
Despertó en el mismo lugar, cuando el comandante anunció que iban a aterrizar, que eran las ocho de la mañana hora local y que la temperatura era de veinticinco grados centígrados. ¿Qué narices significaba veinticinco grados centígrados? ¿Cuántos grados « de verdad » era eso? Su tía le ofreció un vaso de zumo, a lo que ella respondió con una media sonrisa. Era lo máximo que podía dar en ese momento.
Pasaron casi una hora esperando la salida de sus maletas ante la cinta transportadora y se dirigieron a las puertas de cristal. Allí, tras una barrera metálica, una muchedumbre variopinta de personas aguardaban a quienes acababan de llegar: niños que salían corriendo hacia sus padres, taxistas con carteles, parejas que se abrazaban efusivamente... Pero nadie parecía esperarlas a ellas. Trudi encendió su movíl para averiguar qué pasaba.
—Samuel, ¿dónde estás?
Se alejó caminando y Jacqueline ya no pudo oír nada más.
Por sus gestos, su tía parecía contrariada
Regresó de nuevo.
—Jacqueline, lo siento, pero a Samuel le ha sugerido algo y no puede venir a buscarnos. Tenemos que coger un taxi. No tardaremos. La casa no está muy lejos del aeropuerto y a esta hora no creo que haya atasco.
Se equivocó. El trayecto fue mucho más largo de lo previsto. Pasaron de una vía rápida de cuatro carriles en la que los conductores iban frenéticos a una algo mas estrecha pero completamente colapsada. A lo lejos podía apreciar un atípico skyline con cuatro grandes rascacielos de reflejos metálicos y, según se fueron acercando, pudo ver las torres Kio. Era de las pocas cosas que reconocía de Madrid gracias a las fotos que a veces le enviaban sus tíos y, en especial, por una en la que Guille, su primo pequeño, al que aún no conocía en persona, aparecía entre ambas simulando sujetarlas, con el mismo efecto óptico que tanto juego le ha dado a la torre de Pisa. También habría podido identificar el reloj de la Puerta del Sol por una foto que su madre se había hecho allí la primera Nochevieja que le permitieron salir, cuando tenía dieciséis años, los mismos que ella ahora. Esa foto estaba en el barco, como todas las demás cosas.
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Nunca digas nunca●SUSPENDIDA●
Mystery / ThrillerJacq afronta el verano más trascendental de su vida: recuperarse de una gran pérdida, acostumbrarse a una nueva familia, encontrar nuevas amistades y descubrir el amor. Pero, por si fuera poco, se verá también obligada a enfrentarse a un oscuro secr...