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El sol ya había salido. Terminó de ajustarse la levita negra el cual era su atuendo característico. Descendió al primer piso. Scarlet se encontraba sentada junto a la ventana bordando con sus hábiles manos. Severus observó que a un tenía esa mirada ausente. Apretó levemente el puño, pues sabía que esa mirada tenía un causante. Se acercó por detrás y le puso las manos sobre los hombros. La castaña alzó la vista del bordado, había estado tan ensimismada que no había reparado en la presencia del ex mortífago.

—Severus.

—¿Cómo te sientes? —preguntó seco el hombre.

—No debes preocuparte tanto, el díctamo hizo su trabajo, estoy bien.

—Ya veo —era cierto, ya no veía moretones, ni labios partidos—. Saldré todo el día.

—Te esperaré para cenar.

—Llegaré tarde y... cansado —justificó el pocionista.

—Más razón. Tomaré una siesta en la tarde, y seguro estaré fresca para cuando llegues.

—Cena, entonces —se inclinó y besó la frente de su mujer—. Hasta la noche.

Salió de la mansión Prince y desapareció. Frente a él una vieja fábrica abandonada en un enorme sector industrial en el mundo muggle. Utilizando su varita deshizo el hechizo protector, volviéndolo a colocar después de ingresar. Sus pasos resonaron en todo el lugar.

Unos sonidos ahogados se escucharon. Allí frente a él, fuertemente sujeto a una silla de hierro estaba el hombre que sería víctima de su venganza. El solo verle la cara hacía que la ira lo invadiera, pero por costumbre mantuvo su rostro imperturbable. Dio dos grandes zancadas y arrancó la mordaza de la boca de su prisionero.

—Buenos días, señor Marchena —dijo fríamente Severus posando sus oscuros orbes sobre el hombre que lo miraba con furia.

—¡Tú eres Severus Snape! —gritó rojo de cólera—. ¿Qué crees que haces? ¡Soy miembro del consejo de magos del ministerio! ¡Cómo te atreves a secuestrarme! ¡Libérame!

—Me temo, señor Marchena, que no puedo hacerlo.

—¡Pero qué dice!

—Verá —Severus utilizó su varita para traer una silla que tenía cerca y se sentó frente al hombre—. Me temo que usted intentó propasarse con mi mujer y ante su amable rechazó optó por... adoptar una actitud violenta hacia ella.

—¡Acaso es estúpido! ¡Me declararon inocente!

—O sí, sus amigos del ministerio, pero no yo. Debe entender señor Marchena que lo que está por experimentar es la justicia de un hombre cuyo tesoro más valioso fue maltratado por sus manos. Aunque si de algo debo agradecerle es que no haya ido más allá de la violencia física.

—¡Maldita sea! ¡Suélteme!

—Le recomendaría guardar su aliento, lo necesitará para lo que resta del día.

—¿Qué diablos piensa hacerme? —el hombre lo miró desafiante.

—Muchas cosas —Severus hizo contacto visual y posteriormente dirigió su mirada a una gran mesa que estaba a un metro de ellos, sobre el mueble había un sinfín de objetos nada agradables a la vista del prisionero—. Para ser honesto, la ira que me invadía al ver a mi esposa en el hospital me nublaba el juicio y solo pensaba en lanzarle un "Avada Kedavra" o torturarlo a base de "Crucios". Sin embargo, no me parecía lo adecuado así que busqué algo de... inspiración —la última palabra lo dijo con un tono sedoso—. Aprovechando las visitas que realizaba a San Mungo con intenciones de ver a mi esposa —lo fulminó con la mirada intimidando al hombre que se encogió en su asiento de hierro pues sabía que él era el causante de que la castaña haya estado en dicho lugar—. Me di un par de vueltas por la sección de "cuidados intensivos".

La venganza »OS«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora