Capítulo I - Morado.

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Había perdido la cuenta ya de los días que habían pasado en el calabozo de aquella nave Galra. Las luces moradas por todos lados eran sofocantes, y la comida; asquerosa, por decir lo menos.

La mirada de Allura era lo único por lo que Lance no había cometido suicidio todavía, esa mirada gentil con la que lo había mirado siempre, desde que tenía memoria.

—Esta no es la vida de una novia antes del matrimonio... ¿O son las costumbres Galra?—. Musitó Lance en un intento de hacerla reír, mientras permanecía recostado sobre sus piernas a petición de la misma Allura, solo con el fin de poder peinar el blanquecino cabello de su príncipe.

Ella no dijo nada, sólo sonrió.

No le gustaba la idea, y no había cómo culparla; al pequeño príncipe tampoco le agradaba pensar que pasaría el resto de su vida atado al Galra que había asesinado a su padre, destruido su planeta y todo habitante de él.

El odio que le tenía era tanto que, incluso llorar era insuficiente para calmar a su rencoroso corazón.

Pero debía proteger lo único que le quedaba de todo eso, el último rayo de esperanza que le quedaba en todo el universo; Allura.

A cambio de unir votos con el heredero Galra, ella podría permanecer a su lado, y no le harían daño.

Si estaba accediendo a eso era para no perderla a ella también.

—Algún día lo sacaré de aquí, mí Príncipe...—. Susurró ella en un tono suave, casi desolado, mientras sus dedos peinaban el cabello del contrario, y acomodaba el pequeño cristal de la corona sobre su frente.

El silencio reinaba en aquellos interminables pasillos, al menos en los que alcanzaba a ver a través de la minúscula mirilla de la puerta.

Con la mirada perdida en el vacío techo de la diminuta celda, se pudo escuchar una leve risa floja salir de la boca del príncipe, al tiempo que éste cubría su sonrisa con el dorso de su mano. Allura lo miró, un poco sorprendida, pero al mismo tiempo, contenta de que aún no perdiera la compostura.

— ¿Recuerdas cuando salí por primera vez a atender asuntos reales a aquél Valmera?—. Comenzó a hablar, riendo un poco mientras lo hacía.

—Pasó cuando me perdiste de vista por solo unos tics y ya había causado un revuelo por todo el lugar y los nativos querían arrancarme la piel—. Siguió hablando, conteniendo la risa apenas para no llamar la atención del guardia que estaba en el pasillo.

—Su padre no estuvo muy contento ese día, recuerdo que lo castigó contando semillas de rubrei, aún recuerdo verlo en su habitación rodeado de costales de semillas—. Respondió Allura, también riendo un poco e iluminando el lugar con ello.

Ese pequeño momento, era de los pocos en los que podían sentirse libres, al menos, sus mentes se encontraban en el palacio.

De la nada y sin dejar de mirar el techo, Lance dejó de reír, soltando un pesado suspiro.

—Ese día... No fui desollado gracias a alguien de quien no recuerdo ni su rostro... Todos estaban rodeándome, y de la nada apareció esa persona, manteniendo a todos alejados de mí hasta que llegaste a salvarme... Peleó por mí, y ni siquiera pude ver su rostro...—.

La voz del príncipe de nuevo perdía vida, y poco a poco su sonrisa se fue apagando, hasta morir en un pesado suspiro que podía sentirse justo en el alma.

Continuó mirando hacia la nada, un punto muerto en aquél frío e inmóvil techo adornado con esas odiosas luces moradas.

—Por un segundo, me imaginé que él llegaba a rescatarnos de aquí...—.

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