Maldición. ¿Por qué hoy, de todos los días, tenía que ponerse a llover como si estuviéramos presenciando un tsunami? El vestido, o lo que quedaba de él, no me ayudaba en nada. Intentaba entrar en calor frotándome los brazos mientras me tapaba con la poca tela que llevaba encima. No había ninguna hoguera, el pequeño agujero que había encontrado en una gran roca era húmedo y el huevo estaba empezando a moverse desenfrenadamente. Todo me tenía que pasar a mí, sin duda, en la vida anterior he debido ser una soberana que tenía esclavos y torturaba a personas inocentes, porque si no, no me lo explico.
Una vez mas tirité. Mi piel estaba empezando a coger un color morado y mis labios temblaban, junto con la pequeña hilera de mocos líquidos que caían de mi nariz descontrolados. Debía de tener un aspecto horrible, y todo por culpa de aquel gilipollas que a saber que ha sido de él. Quizás este en su castillo, al lado de la chimenea con cincuenta mil mantas y un bufete con todo tipo de carnes. La tripa empezó a rugirme solo con imaginarme la mesa principal llena de exquisitos manjares. Estaba a punto de encontrar el sueño. O quizás mi muerte, cuando escuché algo crujirse. Automáticamente cogí el palo del que me había adueñado encontrando la cueva y lo extendí hasta dar con el huevo en la otra esquina. Algo me decía que si se abría, debía de estar lo mas lejos que pudiera para echar a correr.
Una cascara, luego otra, y otra; pequeños pedacitos se iban desprendiendo, y por culpa de la jodida oscuridad no podía ver nada. Me pegué lo mas que pude a la pared y aguante la respiración. Quizás se iría a saber donde, buscando a su familia. Esperé unos diez minutos y ahí seguía, lo sentía, su pequeña respiración me ponía los pelos de punta. Miré la salida con pánico, puede que, si me deslizaba poco a poco lograría salir y ponerme a salvo, pero la fuerte lluvia y no saber el tamaño de la criatura me ponía en desventaja.
Un pequeño y casi insonoro estornudo ilumino todo el lugar, seguido de varios quejidos. Cada lamento iluminaba la pequeña cueva con sus llamas. Era pequeño, un ave de no mas cinco centímetros de alto. Tenía todavía los ojos semicerrados y las alas las tenía pegadas a su delicado cuerpo. Todo en sí era de un color rojizos con varios tonos de negro. Era precioso. Sus pequeñas patitas intentaban mantener todo el peso mientras que de su pico salían cortas llamas.
—¿Es un fénix? — pregunté mas para mi, pero escapándose en alto, centrando toda la atención del ave, moviendo la cabeza de lado a lado buscando mi presencia. En cuanto dio conmigo, empezó a alardear mientras corría hacía a mi. Atemorizada, alcé el palo en alto, sabiendo que aun que me calcinará, no lo utilizaría.
El fénix se me quedó mirando, inclinando la cabeza a un lado, como si me interrogará con la cabeza. Suspiré. Si no me mataba esto, el frío y el hambre lo harían mas tarde. Tiré el palo lo mas lejos que pude y volví a mi posición fetal, enterrando mis manos entre ambas piernas. Le reste importancia al tema del pájaro y me concentré de nuevo a encontrar el sueño. La mandíbula me empezaba a tiritar de nuevo y la espalda estaba lo suficientemente mojada como para preparar una sopa encima.
Algo caliente rozó mi pierna, y ya pensando que estaba agonizando y eran imaginaciones mías, me acerque a esa fuente de calor. Cuando mis piernas estaban a gusto y descongeladas, esa pequeña bola se separó de mi, para ahora, acurrucarse entre mi estomago y las piernas, y en la posición que estaba -con la cabeza entre las piernas-, me quedé dormida. No pase mas frío en lo que quedaba de noche, tampoco indagué en lo que era aquella bola de calor, solo sabía que era regordeta, peluda y que cada vez se hacía mas y mas grande en mi pecho.
Cuando desperté esa mañana, la cabeza me daba vueltas y el estomago me rugía como si no hubiera comido en una semana. Fuera hacía un sol impresionante. Habían desaparecido esas nubes negras que habían estado molestando durante toda la noche sustituyéndolas por pequeños charcos que reflejaban la fuerza de los rayos. No había rastro de aquel animal, solo las cascaras de huevo destrozadas y una serie de pisadas hasta el final de la cueva.