Extra.

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El cuerpo le pesaba, todos sus músculos parecían suplicarle dejarse caer, y no tenía fuerzas suficientes para oponerse. Incluso aunque su mente estuviera lanzando miles de cosas que le atormentaban ya no se sentía capaz ni de razonar. Una especie de adormecimiento le dominaba. Las únicas cosas claras que tenía presente era que se sentía tremendamente bien estar recostado en su cama luego de tanto dolor y que el calor de Lewis junto a él era endemoniadamente reconfortante.

Era cierto que en un principio sus sentimientos hacia aquel rubio chico podían resumirse en la repulsión, el desagrado; es solo que estaba tan solo todo el tiempo y que en realidad odiaba estarlo que su presencia le hacía sentir mejor. Era una especie de pomada para el dolor, resultaba mejor que las pastillas que tomaba cuando el agotamiento físico era aplastante.

Su vida no había dado un cambio enorme y alentador con su llegada, pero eso no era lo que Conan buscaba en las personas. Lewis se acostaba junto a él, o se acordaba de cómo le gustaba el café o a veces sencillamente acomodaba su deteriorado cabello y eso le llenaba más que cualquier otra cosa que pudiera tener en su vida. Las clases eran una buena distracción hasta que acababa todos los deberes, hasta que agotaba las cosas que hacer en los grupos de voluntariado y entonces debía obligarse a leer, a hacer ejercicio o a mantenerse ocupado en algo que ameritara concentración para obtener un buen resultado.

Lewis lograba capturar toda su atención en algunas ocasiones, lo cual no sucedía con casi nada. Siempre su decaimiento estaba de alguna forma presente, incentivándolo para dejar de luchar y solo verse derribado. Sin embargo, su rubio amigo  le causaba emociones fuertes. Como un buen golpe o aquel trago en medio de la noche que sabes que  te llevará a la perdición, ese en el que no hay vuelta atrás.

Le mataba verlo con los ojos cristalizados, era todo a lo que no podía resistirse. Y no entendía exactamente cómo actuar. No era como que estuviese interesado en pensar en eso, la idea de estar a su lado era dejar de pensar. Pero Lewis le besaba, eso era para parejas y aunque pasaran mucho tiempo juntos, no lo eran.

También resultaba agradable sentirlo cerca, como colocar sus manos sobre sus hombros o deslizarlas por su cuerpo en caricias que parecían gustarle.

Esta vez, exhausto y casi sobre un último aliento había aparecido Lewis con las mejillas y la nariz roja por el frío, con una bufanda color tierra y sus ojos cristalizados por la preocupación. Conan estaba en el centro de la cama, que aunque era grande se encargó de abarcar todo el espacio que podía con sus extremidades estiradas, y aunque quiso moverse para hacerle espacio su cuerpo se negaba a responderle. Lewis lo detectó en su mirada y le ofreció una sonrisa cálida. Lo observó mientras se despojaba de su abrigo y su bufanda, escuchando los típicos saludos que pronunciaba siempre.

"Planeaba invitarte a cenar, pero parece que no tienes muchos ánimos, ¿cierto?" inquirió, más cercano a una afirmación que a una pregunta.

El resto del mundo estaba sufriendo un desplazamiento en su cerebro, ahora todo en lo que podía concentrarse era en aquel rubio frente a él, que lo miraba como si lo quisiera, como si no pudiera incluso dudar a la hora de plantearse sus sentimientos por Conan. Las respiraciones del pelinegro eran largas, profundas, en busca de aire que parecía no ser suficiente; no obstante, en cuanto se percató de que Lewis empezaba a caminar hacia él contuvo la respiración por inercia, a la espera de su siguiente movimiento.

Lewis se subió a la cama, sobre él, con sus manos a los lados de su rostro y sus rodillas tocando sus caderas. Caóticamente cerca.

Su cuerpo ni siquiera se halló en la posibilidad de tensarse, no por incomodidad o sorpresa, sino más como una respuesta. Una consecuencia, un aliento. A Lewis eso no le pasó por alto, comprendiendo la gravedad del estado en el que ahora había dejado a su cuerpo, tomaría días o semanas para que estuviera mejor. Posó un pulgar levemente en el labio inferior de Conan, disfrutando de la suavidad de la sensación. En contraparte, Conan abrió sus labios, ansioso. En busca de más contacto.

El rubio rosaba sus labios tentativamente, mirándolo directo a los ojos sacó su lengua para acariciar desde su labio inferior al superior, compartiendo respiraciones acompasadas. Posó una mano bajo la cabeza de Conan, fijando su agarre, y le besó.

Y le resultó maravillosa la forma en que podía perderse, entregarse o dejarse ir con una persona. Ni siquiera con una persona. No se trataba de cualquiera, era absolutamente de él, por él. Lo seguro que le hacía sentir, y cómo despertaba sus sentidos. Hasta hacía unos meses todo lo que viniera por parte de las personas a su alrededor le era indiferente, pero ahora se agitaba solo bajo la mirada de él. Estar con Lewis le proporcionaba emociones que lo desestabilizaban, pero eso no significaba que eso le desagradara. Eso era de las mejores cosas, el sentirse tan vivo. Besarlo era entender que podía sentir más cosas que tristeza o ansiedad, era una puerta abierta de posibilidades que quería desentrañar.

Una vez que comenzaba a besarlo era un reto detenerse, dejarlo ir no solo le dolía sino que le hacía consciente de cómo su cuerpo lo reclamaba, le suplicaba atención. No podía entender con claridad en qué momento había cruzado esa enorme línea. Un día era sencillamente un chico de una de sus clases, uno más que asistía al voluntariado. Y otro día estaba en su habitación, con solo una precaria luz encendida, arriconándolo contra una pared mientras repartía besos por su garganta murmurando cosas que elevaban sus sentidos y presionando su cuerpo sin pudor contra el de él. Una pierna entre las de Conan, una mano debajo de su camisa subiendo por su cálida espalda. Una risa opaca que se escapaba de él y terminaba arrojándo ese aliento sobre la clavícula del pelinegro. En poco tiempo pasaban a ser un desorden entre prendas retiradas a medias, pasos torpes y miradas anhelantes. Le encantaba cada parte de él, enloquecidamente.

Allí, con la oscuridad alejada de ellos en el exterior, con Lewis besándolo profundamente, hundió sus dedos en su cabello y levantó sus caderas para causar fricción con las de él. Eso provocó que el rubio jadeara en respuesta, para después soltar una risa ronca. En un acto que paralizó su corazón, se alejó de sus labios para dejar un casto beso en su coronilla. Algo llenaba su sistema, algo totalmente opuesto a la pesadez a la que estaba atado constantemente. Casi como felicidad, casi como si no necesitara preocuparse de nada cada segundo de su vida. Casi libre. Justo en esos momentos era capaz de cerrar sus ojos sin temer a las pesadillas que venían con la oscuridad, o incluso con los ojos abiertos era capaz de ver más allá de sus impulsos.

No era cortar las cadenas que estaban sobre Conan, ni solucionar todos sus problemas, ni ser la respuesta que siempre necesitó. No obstante, era poder dejarse caer y confiar en que había alguien que podría atraparlo. O que estaría a su lado incluso después de caer.

La forma en que ambos podían comunicarse todo eso sin palabras, solo con la intensidad de los instantes que compartían lo electrizaba.

Habían dejado la calma atrás, ahora eran un mecanismo de dientes, marcas, extremidades entrelazadas.

Aunque siempre estuviera deseándolo, no sucedía tan a menudo. Cuando estaban juntos pasaban mucho tiempo recostados sobre el otro, pero hablando, leyendo o sencillamente compartiendo ese tranquilo silencio. Por eso, en ocasiones como estas, se desorientaba ante tantos sentimientos saliendo descontrolados. Por eso cuando quitó su camisa apresuradamente no dudó antes de crear un camino desde su mejilla hasta su pecho dejando besos calientes, un poco húmedos. Lewis estaba diciendo palabras que procesaba por retazos, más concentraba en su desaliñado aspecto y su pálido pecho.

No le importaba que su relación no tuviese un nombre porque la realidad es que no lo necesitaba. Era un camino que estaba recorriendo disfrutando cada paso, por una vez ignorando lo que pudiera seguir. Tal vez engañado en la creencia de que lo que sentía por Lewis no era tan fuerte, aunque lo era. Solo le importaba tenerlo consigo todas las noches que pudiera, hasta que se consumiera en su miseria y no quedase nada de él. Conan sabía, sabía tanto que no era el final, aunque lo quería. Nada podría ser mejor que solo tener un final entre sus brazos.

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Nota del autor: Este extra no sigue necesariamente una línea dentro del relato, es más como para dejar ver toda la influencia que tenía Lewis sobre Conan y la química entre ambos.
Dentro de mi cabeza, esto sucede luego de un par de meses después desde que se conocieron, meses antes del final de Rendición.
Pero si lo prefieren, es más como una alternativa si el final hubiera sido diferente.

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