Capítulo I: Antorcha Humana

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No soportaba las clases de trigonometría. ¿Por qué? Porque solo existían gracias a un tonto al que se le ocurrió complicarse la vida mil años atrás. No necesitaba saber cómo calcular el área de un triángulo, mucho menos cómo sacar un ángulo entero. De todas formas, tenía suficiente con los cientos de problemas en mi vida personal para complicarme también con la teoría de Pitágoras.

-Martina- me llamó la atención la señorita Dodds.-Creo que necesitas poner atención.-

-Profesora.-interrumpió el idiota de Richie.- ¿El resultado de la pregunta 1 es 195º cierto?- 

-Así es, Richie. Buen trabajo.-la señorita Dodds se volteó a fulminarme con la mirada.- No puedo decir lo mismo de usted, señorita Harold.-

-Disculpe, ¿cuál es su problema?- fui directo al grano con la sangre hirviendo.

Detestaba a los bullies, mucho más a aquellos que abusaban de su poder y tamaño. La profesora estaba a punto de responder cuando sonó el timbre. Salvada por la campana: literalmente. Quería quedarme a decirle un par de cosas cuando mi mejor amigo, Leo, jaló de mi brazo con fuerza.

-¡Leo!- protesté irritada. Odiaba los movimientos bruscos. 

-Perdona- dijo con una de sus famosas sonrisas de elfo- Pero necesitaba mostrarte algo.

-¿Qué puede ser tan importante como para interrumpir mi enfrentamiento con la señorita Dodds?- pregunté enfadada. 

Leo me detuvo preocupado. 

-¿Todavía está aquí?- sus ojos lo traicionaron, denotaban miedo. 

-¿Cuál es el problema?- 

-Ninguno, solo no me agrada que te moleste tanto. Además, no deberías hacerle caso, mantente alejada y baja la cabeza. Mientras menos sepa, mejor.-

-Si insistes tanto.- mentí. Claramente sabía que algo raro le pasaba, pero si quería averiguarlo tendría que hacerlo por mi cuenta. Leo jamás bajaría la guarda si sabía que yo estaba tras él. Era listo, mucho más que yo. 

-En fin, ¿qué me querías mostrar?- pregunté mientras caminábamos por los pasillos de la escuela. 

-Está abajo en el laboratorio, pero te fascinará.-

-Vamos ahora, no me quiero quedar con la duda.-

-¿Y tus clases de Arte?- cuestionó preocupado. 

-Bah, pueden esperar.- afirmé segura. Nada era más importante que los inventos de Leo: de eso estaba segura. A veces me preguntaba qué hacía un chico de diecisiete años tan brillante como él en un lugar así, pero luego lo veía quemar algo y me acordaba.

Leo Valdez era un genio con problemas de auto control. Le costaba respetar a la autoridad y a veces no sabía mantener la boca cerrada. Supongo que teníamos eso y muchas otras cosas en común. De hecho, la única razón por la que le había permitido acercarse a mi fue cuando me enteré de que él también era un huérfano. La mayoría de los chicos en este lugar eran ricos con padres que estaban muy ocupados para quererles, pero Leo no era así. Leo era sincero y valiente. Jamás lo había visto tratar mal a nadie, incluso a los que se lo merecían. Mientras tuviera sus inventos, él era feliz. 

La Hija de PoseidónWhere stories live. Discover now