#1 El comienzo de la pesadilla

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Si Anne hubiese sabido que acabaría sentada en la sala de espera del Hospital General de Londres, a la espera de que alguien le dijera qué estaba pasando con su hijo menor, no hubiese tomado la decisión que tomó. Le hubiese dicho a Harry que ella lo llevaría sin problemas. Si tan sólo hubiese estado dispuesta a llegar quince minutos tarde a su trabajo, quizás él estaría bien.

*Flashback*

Anne se roció tres veces con su perfume favorito, mientras terminaba de tomarse lo último que quedaba de café en su taza. Había despertado tarde, y hoy tenía una junta importante a la que no podía faltar. Ya iba cinco minutos atrasada, pero si salía ahora y el tráfico estaba de su lado, llegaría sin problemas. Dejó la taza en el fregadero y corrió hacia el baño para enjuagarse la boca con pasta dental de menta.

-¡Mamá!  -escuchó a su hijo llamarla desde el comedor. -¡Mamá!

-¿Qué quieres, Harry? – salió del baño, acomodándose el cabello en un rodete medio desordenado que luego acomodaría en su oficina. – Si quieres desayuno, tendrás que preparártelo tú, voy tarde a una junta muy importante…

-¿Puedes llevarme? Sé que vas tarde, pero si no llego a tiempo…

-Cariño, no puedo hacerlo. Tu instituto queda hacia el Sur, y yo voy hacia el otro lado.

-Pero ya perdí el autobús. Y si llego otra vez tarde, me suspenderán tres días.

-Llama a Louis, Harry. Dile que pase por ti.

Se retocó los labios frente al espejo de bolsillo que traía en su bolso.

 -Louis ya está allá,  con los chicos.

-Entonces ve en tu bicicleta. Lo siento, amor… - lo sujetó por los hombros y le dio un beso en la mejilla, que consiguió dejarle la marca de su labial impresa. – pero esto podría significar un ascenso. Y un ascenso significa más paga, y más paga quiere decir que tendremos más posibilidades.

-Está bien. – se resignó a ir en su bicicleta.

-No te enojes, prometo que esta noche iremos a cenar a donde tú quieras. ¡Adiós, mi vida! – gritó antes de cerrar la puerta.

Anne se limpió algunas lágrimas con su pañuelo de tela, siempre llevaba uno en su bolso por si llegase a necesitarlo. Siempre lo usaba para deshacerse del exceso de maquillaje, pero ahora lo usaba para limpiarse los retazos de culpa que quedaban en su rostro por dejar solo a su hijo de diecisiete años.

-¿Señora Styles? – ella se puso de pie al ver al hombre de bata blanca que anteriormente le había prometido respuestas. Apretó el pañuelo de tela entre sus dedos, temerosa por lo que el doctor le diría. – Buenos días, soy el doctor Colton.

-¿Cómo está mi hijo? 

-Sufrió un paro respiratorio hace un momento, pero pudimos salvarlo. Está estable, y no esperamos menos de su diagnóstico. Tiene algunas contusiones en su abdomen. – leyó de un portapapeles que llevaba en mano. – Dos costillas fisuradas y un esguince en su muñeca derecha.

-Entonces está bien. – forzó una sonrisa. - ¿Puedo verlo?

-No he terminado aún, señora Styles. – la sonrisa de Anne se esfumó en cuestión de segundos, desconcertada por las palabras del hombre. – Escuche, su hijo ha sido afortunado, no muchas personas que pasan por esto salen con vida.

-¿Qué ocurre? ¿Qué tiene mi hijo?

-Bueno, hicimos algunos estudios y monitoreamos el funcionamiento del sistema nervioso del joven Styles. El automóvil golpeó a su hijo, el impacto fue directamente a su cabeza…

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