#2 Nueva vida

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-Bienvenido, cariño.

Anne se hizo a un lado para que Harry entrara a la casa. Luego de una semana y tres días, fue dado de alta. Su esguince en el tobillo le impedía andar normalmente, así que le era necesario usar muletas. Aún le dolían las decenas de moratones y raspones que tenía en su cuerpo, pero eso no era lo peor de todo. Lo peor de todo eran sus dos costillas fisuradas, era un verdadero martirio estornudar o, simplemente, respirar. Llevaría enyesado el abdomen, al menos, dos semanas.

-¿Quieres comer algo ahora, Harry?

-Estoy un poco cansado, creo que iré a dormir y comeré algo luego.

-Sí, el doctor Colton dijo que tus medicinas te causarían agotamiento físico. Descuida, te dejaré un buen plato de lasaña en el horno para más tarde.

-Gracias, mamá.

Harry caminó hacia las escaleras, echando un vistazo a los peldaños empinados y luego a sus muletas. Giró su cabeza y miró a su madre, suplicante.

-Oh, lo siento, cielo. – ella rió. – Déjame ayudarte.

Enredó el brazo en el de su hijo y sujetó una de las muletas en su mano izquierda, permitiéndole apoyarse con la restante. En cuanto llegaron al primer piso, Harry lanzó un suspiro. De algún modo se sentía mediocre, como un anciano de noventa años. Anne abrió la puerta de la habitación y le tendió la muleta a su hijo, éste le agradeció con una sonrisa y ella se fue hacia la cocina.

La luz que intervenía en su habitación la hacía lucir más viva, el azul de las paredes resaltaba más. Harry estaba confundido todavía. La semana que estuvo postrado en cama, sólo junto a su madre, le sirvieron para platicar sobre su vida. Anne le refrescó, de cierto modo, la memoria. Le habló sobre sus amigos, sobre su trabajo, sobre cómo era Harry Styles. Vagó por cada rincón, observó cada detalle.

-Hay muchas fotos aquí. – se dijo a sí mismo, mientras observaba el gran collage que había sobre un escritorio de madera. Contó algunas, pero se rindió después de las cuarenta y tres, era obvio que ahí había más de cien imágenes. No tuvo tiempo de distinguirlas todas, o de reconocer a cada una de las personas que sonreían. Muchas eran de él con su familia, amigos en un bar, algunas en la playa, otras de él y un gato, más allá había otra de su madre y otra muchacha de cabello castaño claro. Supuso que esa era Gemma, su hermana. Anne le platicó sobre ella, dijo que estaba en USA, sacando provecho de una beca en una prestigiosa universidad.

Todas esas fotografías eran interesantes, pero había una que resaltaba del resto. Ocupaba el centro del mural, hasta tenía dos stickers de corazones en dos de los extremos. Se vio a él sonriendo, muy cerca de otro castaño de ojos azules. Harry se acercó más, como queriendo descifrar un complejo acertijo.  

“Louis, creo no es el mejor momento” recordó a su mamá en el hospital, cuando intentaba echar de su habitación a un chico. Sí, era el mismo chico terco que había irrumpido sin permiso en el área restringida, el mismo que luego fue expulsado por el doctor Colton y una de las enfermeras. Harry no recordó más, pero intuyó que él y el tal Louis debían ser amigos.

Sin más, se recostó en la cama, dejándose vencer por el cansancio que lo consumía vivo.

-¡Boo Bear, ven aquí!

Una laguna cristalina lo obligó a detenerse, adoraba ese sitio. Parecía que había otro cielo en la tierra, el agua era tan limpia y pura que parecía un auténtico manantial. Se quitó las converse y las arrojó hacia un lado, con prisa y sin importarle demasiado. No quería perder tiempo, quería sumergirse en el agua.

-Harry, no traes traje de baño. – le dijo alguien a su espalda. Una voz dulce y tranquila. – Tu madre se enojará conmigo.

-Vamos a nadar juntos, Boo. – sintió el cálido tacto de una mano sobre la suya.

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