Aquellos días

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Abrí los ojos a consecuencia de un sueño extraño. Estaba en una pradera y corría detrás de una bruma espesa totalmente perdido, solo, tratando de alcanzar mis recuerdos que de alguna forma se hacían en cada intento más lejanos. Sentía la desesperación de una vida que no me pertenecía y que parecía un sentimiento bastante conocido, incluso podría ser de esa vida de la que ya no tenía acceso en mi mente. ¿Quién era?. La pregunta más constante que habitaba junto a un montón de otras interrogantes, y que hace ya tiempo dejé de culparme por no recordar. Miré a mi alrededor en mi pequeña y cómoda habitación teniendo presente que muy frecuente me levantaba desorientado, tardando incluso casi una hora completa en ubicarme en tiempo y espacio.

Hacía ejercicios mentales sobre el presente con el temor de haber olvidado algo reciente, enumerando el por que estaba allí y quienes conformaban mi vida en ese instante. Me concentré en el reloj sobre el buró marcando el tiempo mientras me quedaba un par de minutos en blanco sin tener idea de si aquello era un proceso normal, y luego... Candy...

Tendría que ir a trabajar pronto, mi turno era más tarde. Habíamos llegado muy tarde por la noche por alguna emergencia y tuvo que quedarse más de lo debido, detestaba que volverá sola a casa así que cuando no llegaba a la hora habitual salía a buscarla. La esperaba siempre en aquella esquina debajo del farol. No podía acercarme tanto al hospital ya que todos me conocían y sabían perfectamente que no éramos hermanos. Ya le había causado muchos problemas, lo más probable era que estuviese dormida aún.

Me senté al borde de la cama y me asalto como era habitual esa pequeña migraña que jamás le diría a ella que era tan recurrente, punzante, dolorosa y ensordecedora, porque en seguida me llevaría al hospital o se le ocurriría acostarme para que descansara todo el día. No quiero preocuparla. Sonreí apenas imaginándola revoloteando alrededor de mi por una simple migraña, lo cierto era que nunca había dejado de ser su paciente y por ello seguíamos aquí. Juntos. Volvió a atenazarme con fuerza haciendo que mi sonrisa se convirtiera en una mueca de dolor, y apreté mi cabeza con mis manos tratando de parar en vano la latente área sintiéndolo como en aquellos días, los únicos más antiguos en mi nueva historia y que preferiría no recordar.

"Aquellos días" en los que desee con todas mis fuerzas no despertar cada día, sin pasado, sin familia y sin poder ni reconocerme frente al espejo. Aquellos en los que preferí mil veces haber muerto. Decían tantas cosas de mi desde que fui consiente en Italia que por un tiempo me convencí de que era ese hombre. Debí serlo, aquella mala persona que terminó sin memoria como castigo de Dios, y no lo dudaba pues era un verdadero infierno. En mi delirio repetía incesantemente la palabra Chicago y fue muy fácil para los Italianos deshacerse de mí enviándome a América, aunque no estuviesen seguros de que era un ciudadano Americano. Simplemente era más sencillo delegar los pequeños problemas, después de todo aquel tren se dirigía a un destino con puerto únicamente hacía la que llamaban la tierra de la libertad y tenía que ser Americano, aunque por alguna extraña razón podía entender el Italiano y otros idiomas. ¿Cómo eso si pudo quedar en mi y no mi identidad?.

Tenía todo el aspecto de un vagabundo y si me miraba demasiado en el pequeño espejo que dejaron para mí en el catre en donde dormía mi rabia se mezclaba con la frustración, haciendo que me odiara tanto o más que todos los que se me acercaban con recelo. Estar despierto era una agonía que desataba mi ira y que solo aliviaban manteniéndome dormido.

Cuando finalmente me trasladaron a América tenía una barba considerable de casi dos meses que cubría un poco mi rostro, no quería que nadie me tocara ya era suficiente con lo que tenía que padecer con sus miradas y murmuraciones. A pesar de no tener fuerzas y de que el persistente dolor en mi cabeza competía con mis sentimientos para hacerme sentir aún más miserable, necesitaba mantenerme despierto porque una pequeña esperanza de recuperar mi memoria estaba en reconocer los lugares del suelo Americano. Quizá el lugar que tantas veces repetí antes tenía algo más que decirme y recordaría por fin algo más, pero no fue así. Me desesperé, me ganó la impotencia y mis ojos se llenaron de lagrimas que no quería derramar pensando nuevamente que debería estar muerto. Debí haber explotado en mil pedazos. Apreté mis puños hasta que dolió y mis manos comenzaron a temblar, el dolor en mi cabeza amenazaba con desmayarme por la presión y fue entonces que escuche las palabras de unos soldados Americanos muy jóvenes que me escoltaban al hospital desde el puerto.

El amnésico del cuarto 0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora