Jack

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El ruido del agua siempre me ha relajado. Así que me tiendo en la cama mientras ojeo las hojas de "Cumbres borrascosas", totalmente relajado.

Al cabo de veinte minutos sale del baño con el pelo chorreando, empapando la fina camiseta de algodón blanco de tirantes que lleva puesta, además de unos pantalones cortos y grises. Así vestida incluso parece normal.

Recoge el cuaderno y la cartuchera, que nada más llegar había dejado en el suelo y se sienta a mi lado en la cama para dibujar algo en las hojas en blanco.

Su cercanía, por algún extraño motivo, hace que me ponga nervioso.

Dejo el libro a un lado y cotilleo sus dibujos. Sobre todo hay bocetos de vestidos de gala. También hay diseños florales, algunos animales (en su mayoría pájaros) y zapatos de tacón.

--¿Te gusta el arte? – me pregunta mirándome de soslayo.

--Lo aprecio bastante. Pero no creo que unos vestidos se puedan considerar arte.

Se gira furiosa hacia mí, y sin pensárselo dos veces se pone a horcajadas encima de mí.

--Pero... ¿Cómo te atreves? – exclama sorprendida – Arte es todo aquello que causa la más mínima emoción en alguien – dice con un entusiasmo impropio de alguien de su clase -. Es una forma de vida, es... es....

--Vale, vale. Lo entiendo. 

Suelta el cuaderno a un lado de la cama y se echa el pelo hacia atrás (que parece molestarle). Cierra los ojos y aprieta el puente de la nariz.

--¿Te pasa algo? – le pregunto.

Me mira con el ceño fruncido.

--No hace falta que finjas que te importa – replica mordaz.

Mis intentos de tratarla mejor no están dando sus frutos. Sé que queda muy falso en mí, y que ella lo nota. No es algo sencillo tratar de ser amable con una de las responsables de la muerte de mi hermano.

--Tienes razón – admito –, no me importa. Pero puedes contármelo si te apetece. Al fin y al cabo a partir de ahora vamos a pasar mucho tiempo juntos.

Me muevo en mi sitio bastante incómodo. Parece pillar la indirecta, y al fin se separa de mí.

--Aunque no te lo creas – comienza – no es fácil ser yo. No sabes lo que es estar encerrada en un castillo, moverte de una muralla a otra sin explorar el exterior... Hace un año descubrí como salir de palacio sin llamar demasiado la atención, por primera vez en toda mi vida me sentía normal. ¿Qué hay de malo en eso? – pregunta para sí – Y ahora encima mi padre me mete aquí, alejándome de mi hermano, que es la única persona con la que siempre he podido contar.

Una ola de compasión me recorre de arriba abajo.

Anya es una persona me recuerda una vocecilla en mi cabeza, tiene sentimientos como todo el mundo. Y solo tenía ocho años cuando ocurrió lo de Peter. Haz caso a Maya.

--No creo que pases aquí más de un trimestre, Anya – admito tratando de alentarla.

Rebufa descartando la idea con la mano.

--Mi padre me dejará aquí todo el tiempo que pueda. Para él yo sólo soy una carga. Estoy segura de que desearía que mi hermano hubiese sido su primogénito en vez de yo.

--No creo que...

--Te lo aseguro. No sé cómo lo hago, pero siempre que intento algo lo acabo estropeando todo.

--Supongo que eso debe de ser así al principio – comento -, es decir, un buen rey (o reina en este caso) no nace, se hace. Debe de llevar un tiempo hacer eso bien.

--Eso espero...

La noche se hace más amena de lo que me esperaba hablando con Anya. Maya tiene razón, no es tan horrible como yo me imaginaba, pero no por ello pienso perdonarla o dejar de odiarla.

A las once en punto, doy por finalizada nuestra velada y la envío de vuelta a su habitación. 

Los Colores de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora